Estados Unidos no deja de sorprender. Cuando se revisa al interior de sus fronteras, sus propias contradicciones internas y sus desigualdades, chocan estruendosamente con su cacareada imagen de ser la tierra de las libertades, la meca de los derechos civiles.
La prepotencia imperial, nace desde el surgimiento de la idea del "Destino Manifiesto" impregnado por sus padres fundadores. Lincoln lo llamó "la última y mejor esperanza sobre la faz de la Tierra". Donde una fuerza divina, superior, los conmina a expandirse territorialmente para imponer la "virtud" de sus instituciones a todos los rincones del mundo donde habite la "oscuridad". Sin embargo, al interior de Estados Unidos, los ciudadanos plenos de derechos eran solo los que pagaban impuestos, es decir los propietarios. Los afrodescendientes, las mujeres y otras minorías excluidas, tuvieron que bregar a sangre y fuego por sus derechos civiles, para alcanzar lo establecido en la Constitución de 1.787. La Ley de Derechos Civiles fue alcanzado a duras penas en 1.964, cuando se "prohibió la discriminación en las escuelas y lugares públicos por raza, color, religión, sexo y país de origen".
El espíritu de estas normas es aplicado discrecionalmente a favor de algunos grupos sociales y económicos, y es olímpicamente olvidado en determinadas circunstancias de dudosa legalidad (recordemos la extraterritorialidad esgrimida para los prisioneros de guerra de Guantánamo). Lo que está claro es que Estados Unidos hace siempre lo que quiere. Descaradamente patea la mesa cuando no puede imponerse en organismos multilaterales, para no igualarse ni doblegarse ante otros países. La administración Trump quizás es la más tosca y torpe en sus acciones, pero es honesta al reafirmar que no respeta a nadie sobre este planeta.
La radicalización de la prepotencia imperial hizo que Estados Unidos se retirara en el año 2017 de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO). Al parecer, el organismo cultural se convirtió en una terrible amenaza para la hegemonía cultural del Imperio. Éste alegó sentirse indignado por presenciar un evidente "sesgo contra Israel", su protegido. Pero desde el organismo le ripostó su directora, Irina Bokova, arguyendo que "La universalidad es esencial para la misión de la UNESCO, para construir la paz y la seguridad internacionales frente al odio y la violencia, con la defensa de los Derechos Humanos y de la dignidad humana".
Para darle coherencia a la malcriadez imperial, recién el 19 de junio del año 2018, Estados Unidos anunció su abandono del Consejo de Derechos Humanos de Naciones Unidas, pateando otra vez la mesa porque el organismo empezó a poner el ojo sobre las aberrantes acciones criminales de Estados Unidos por todo el Mundo y especialmente al interior de su propio país. Ante el regaño al Imperio norteamericano, el secretario de Estado Mike Pompeo refunfuñó con total impudicia e inmoralidad que "Estados Unidos lidera el mundo en asistencia humanitaria; no tomará lecciones de hipócritas". Claro, hay que preguntar a los miles de cadáveres de Libia, Afganistán e Irak lo bien que les ha sentado la Ayuda Humanitaria provista por los United States Marine Corps. Cero lágrimas. La prioridad del Imperio es defender y justificar sus sangrientas políticas de exterminio.
Lo increíblemente sorprendente es que Estados Unidos, el supuesto paladín de las libertades y los derechos civiles, nunca ha firmado la "Convención sobre los Derechos del Niño" de la Organización de las Naciones Unidas, aprobado en el año 1.989. La Convención ha sido ratificada por 192 Estados, negándose únicamente Estados Unidos y Somalia a suscribirla. Que pareja.
Esta Convención evidentemente es una amenaza para Estados Unidos porque señala en su Preámbulo cosas tan hermosas como estas: "Reconociendo que el niño, para el pleno y armonioso desarrollo de su personalidad, debe crecer en el seno de la familia, en un ambiente de felicidad, amor y comprensión". En su artículo 2 se señala que se "tomarán todas las medidas apropiadas para garantizar que el niño se vea protegido contra toda forma de discriminación o castigo por causa de la condición, las actividades, las opiniones expresadas o las creencias de sus padres, o sus tutores o de sus familiares"; y en el Artículo 9 se señala expresamente que "Los Estados Partes velarán por que el niño no sea separado de sus padres contra la voluntad de éstos, excepto cuando, a reserva de revisión judicial, las autoridades competentes determinen, de conformidad con la ley y los procedimientos aplicables, que tal separación es necesaria en el interés superior del niño".
Toda esta reseña viene al caso para compartir el estupor mundial que han causado las prácticas discriminatorias, racistas, fascistas y retrogradas a toda condición humana, de las políticas aplicadas por el presidente Donald Trump en su supuesta lucha contra la inmigración ilegal.
La política denominada "tolerancia cero", permite que los inmigrantes arrestados sean "puestos en custodia criminal federal" a la espera de un juicio penal, quedando sus hijos bajo la condición de "menores foráneos no acompañados", siendo recluidos en albergues y prisiones temporales sin las condiciones mínimas de atención, totalmente alejados de sus padres. Esta nefasta práctica incluye a los inmigrantes que han manifestado formalmente acogerse a las leyes de asilo. En vez de protección a quien corre peligro, la nueva doctrina Trump, impone el terror para miles de familias. El resultado de las persecuciones neofascistas, son más de 2.000 niños enjaulados, criminalizados, traumatizados, violando sus derechos más elementales, sin que ellos o sus propios padres hayan cometido delito alguno.
Los psicólogos explican que el psicópata Trump es, muy en el fondo, un humano violentado. Es una pobre víctima. Ya que, en su adolescencia, con apenas 13 años, fue confinado por sus padres a un férreo internado militar durante 5 largos años (Academia Militar de Nueva York en Cornwall). Tal desarraigo por la familia, explicaría su total ausencia de sensibilidad, afecto, candidez o vestigio alguno de solidaridad. No le pidan a este personaje que se comporte como un humano.
Por cierto, el secretario Almagro, que vive allí mismito en Washington D. C., cerca de Trump, no ha dicho esta boca es mía para defender a los cientos de niños latinoamericanos cuyos derechos están siendo flagrantemente vulnerados. Tremendo doble rasero e inmoralidad. Calla el cobarde para no molestar a su amo.