Goodbye OEA

Lo ocurrido en los últimos años en la Organización de Estados Americanos (OEA) en contra de Venezuela, será un caso típico de estudio sobre injerencia, coacción y latrocinio corporativo.

La OEA se creó el 30 de abril de 1948, como un organismo de integración regional cuya carta fundacional en su artículo 1, señala claramente que persigue "lograr un orden de paz y de justicia, fomentar su solidaridad, robustecer su colaboración y defender su soberanía, su integridad territorial y su independencia". La situación actual, con múltiples intentos de injerencia extranjera y la amenaza real de intervención militar para exterminar a la mayoría del pueblo (al estilo de las misiones "humanitarias" de aniquilación como las de Afganistán, Libia, Yemen, Siria, etc.), viola flagrantemente estos principios. Más aún cuando su propio artículo 1 señala expresamente que "ninguna de cuyas disposiciones la autoriza a intervenir en asuntos de la jurisdicción interna de los Estados miembros".

La violación de estos principios de no intervención en los asuntos internos es el mayor logro del agente Almagro. Su desatino y tozudez ha degradado a este organismo de integración y "solidaridad", hasta convertirlo en un Tribunal de la Santa Inquisición, donde él es el Juez y verdugo en su cruzada por acabar con la Revolución Bolivariana. Es un agente del Mal, abogado del diablo, que ha inventado miles de vericuetos y disparates para intentar agredir a Venezuela.

Sus nefastas y maquiavélicas acciones serán condenadas por la historia, al estar bien lejos de ser un promotor de la integración y el respeto por la diversidad ideológica, social, étnica y cultural de la región. En la ceguera de Almagro y del resto de los peones del verdadero patrón, el Imperio Norteamericano, han violado y aniquilado los meritorios principios de la OEA del respeto a la "soberanía e independencia de los Estados y por el fiel cumplimiento de las obligaciones emanadas de los tratados y de otras fuentes del derecho internacional; La buena fe debe regir las relaciones de los Estados entre sí; Todo Estado tiene derecho a elegir, sin injerencias externas, su sistema político, económico y social, y a organizarse en la forma que más le convenga, y tiene el deber de no intervenir en los asuntos de otro Estado" y, por sobre todo, "Los Estados americanos condenan la guerra de agresión".

La violación expresa de estos principios ha colocado a la OEA en la situación inédita de convertirse en la institución que justifique y avale una intervención militar norteamericana en contra de Venezuela. Más vergonzoso aún que el cobarde mutis ocurrido cuando la guerra de las Malvinas en 1982, donde el Imperio Británico agredió militarmente a un estado miembro como Argentina. Una OEA dividida, postrada y sometida por la fuerza de los intereses geopolíticos norteamericanos, no pudo condenar contundentemente la agresión. A duras penas pudo sacar una tímida resolución expresando que ofrecía su "cooperación amistosa a los esfuerzos de paz que se están llevando a cabo, con el anhelo de contribuir a una solución pacífica del conflicto, que aleje definitivamente el peligro de una guerra". Nada de tímidas fueron las posiciones de Estados Unidos y Chile que apoyaron sin vergüenza la agresión Británica. En este específico caso, Estados Unidos se guardó su Doctrina Monroe entre las piernas, para no oponerse a las acciones militares colonialistas de su aliado imperial.

Dice expresamente la OEA que para cumplir con las obligaciones de la Carta de las Naciones Unidas debe comprometerse con los objetivos de "Afianzar la paz y la seguridad del Continente; Promover y consolidar la democracia representativa dentro del respeto al principio de no intervención; y Prevenir las posibles causas de dificultades y asegurar la solución pacífica de controversias que surjan entre los Estados miembros". No dice por ningún lado que la OEA debe convertirse en un actor político más, que el organismo deba promover las agresiones militares y la violación de la independencia y soberanía de los estados miembros. Eso no es ni competencia ni forma parte de los objetivos de este organismo, que parece haber perdido la brújula y la ecuanimidad en la última década.

Por el contrario, "Procurar la solución de los problemas políticos, jurídicos y económicos y promover, por medio de la acción cooperativa, su desarrollo económico, social y cultural", sí forman parte de sus principios y competencias. De allí surge la ingenua pregunta, ¿por qué este organismo no se abocó desde el principio a colaborar con Venezuela para ayudar a resolver sus dificultades? Apoyando en temas del desarrollo productivo, abordando y condenando las implicaciones del bloqueo de la compra de alimentos y medicamentos que han realizado descaradamente Estados Unidos y sus aliados. Así como condenar el bloqueo financiero y comercial aplicado de manera unilateral. Deberían apoyar, como sí lo hacen diferentes organismos de la ONU como FAO, OPS, UNICEF, ONUSIDA, etc. La OEA se convirtió en manos de Almagro y demás rufianes, en un escenario de agresión y confrontación política, donde la derecha continental asumió el oprobioso rol de juez y verdugo, para promover el linchamiento de un país soberano.

Esta es una nueva oportunidad perdida para la OEA. Al convertirse en parte activa de la confrontación, terminaron como agentes imperiales, postrados, representando exclusivamente los intereses de Estados Unidos. Sin autonomía ni equilibrio esta institución es ahora una plataforma política que expresa y representa las posturas de factores viscerales como el disociado Donald Trump. Un mal futuro les espera.

Ante este escenario de permanente agresión, la justa y comedida respuesta de Venezuela de abandonar el organismo, representa una contundente demostración legal, política, moral y ética de defensa superior de nuestra integridad, soberanía e independencia.

Si la OEA estuviese guiada por los principios de equidad y justicia social, esa institución estuviera abocada a solucionar los graves problemas de violencia e impunidad en países como Colombia, México, Honduras y El Salvador. Si la OEA quisiera luchar contra los graves delitos que afectan a nuestro continente, se abocaría de inmediato a atender el problema (negocio) del narcotráfico, cuyos responsables principales están claramente precisados: Colombia (el mayor productor del planeta, superando incluso a Afganistán) y Estados Unidos (el mayor consumidor del planeta, con 30 millones de drogodependientes). Allí hay que enviar misiones humanitarias urgentes para salvar a estos ciudadanos del mortífero vicio de las drogas.

Para los casos diferentes a Venezuela, la OEA no mira, no oye, ni se da por enterada. La balanza de Almagro y compañía siempre se inclina a favor del Imperio y sus lacayos.

Goodbye OEA, nos veremos cuando recuperen el equilibrio y la ecuanimidad. Cuando vuelvan a respetar la integridad y soberanía de Venezuela.



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Richard Canán

Sociólogo.

 @richardcanan

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