Faltando apenas cinco semanas para las elecciones presidenciales del 3 de noviembre en Estados Unidos, sigue el inefable Donald Trump en su inescrupuloso empeño de asegurar su reelección, sin importarle para nada que sus acciones y retóricas se conviertan en peligrosos misiles que atenten contra el buen desenvolvimiento del proceso electoral y la democracia misma. Todo el planeta ya conoce las reacciones coléricas de este desequilibrado personaje, el cual se encuentra en una frenética carrera, como un camión sin frenos, rumbo al despeñadero. Trump no para de patalear, de agredir sin miramientos a las instituciones o personalidades que se conviertan en objetivo de sus atropellos.
Con la inmoralidad que lo caracteriza sigue soltando frases como "Tendremos que ver qué pasa", insistiendo en su narrativa de desconocer los resultados electorales en el cada vez más probable escenario de que Biden logre mantener la ventaja que posee en los estados "péndulo". La mente del ególatra Trump no concibe la posibilidad de la derrota. Por eso sugiere que la única forma de perder sería mediante la materialización de un inmenso complot doméstico y planetario que efectúe un certero fraude electoral.
Malhumorado y encolerizado, Trump acostumbra a descargar sus frustraciones contra todo lo que no se le subordine. Destruye con su verbo encendido todo a su alrededor, tal cual como si estuviese al frente de una de sus empresas inmobiliarias y no ocupando la máxima instancia de poder de Estados Unidos. No se entiende, que en medio de la pandemia del Covid-19, niegue su apoyo a la necesaria implementación de medidas especiales de distanciamiento social para el día de la votación, donde hay más de 230 millones de electores registrados, con una participación proyectada sobre el 56% (según la última elección presidencial del 2016). Es injustificable que Trump haya enfilado sus irresponsables críticas en contra del mecanismo del voto por correo, generando, sin prueba alguna, dudas sobre la emisión de dicho tipo de voto y su sistema de conteo.
Trump sabe que está en la cola de las encuestas, por eso pretende esquilmar (deshonesta y deslealmente) hasta el último voto Demócrata que pueda. Su misión es clara, incentivar la abstención, mediante la siembra de miedo, dudas y desconfianza en el electorado, principalmente en los estados donde los números lo dan perdedor.
Recordemos brevemente que el sistema electoral norteamericano se rige por los colegios electorales, donde el candidato que saca más votos populares no necesariamente obtiene la victoria presidencial. Parece poco democrático, pero es la realidad de esta democracia con comillas, donde cada estado posee un número determinado de representantes que suman al Colegio Electoral, y el candidato que obtiene más delegados (270), es el que obtiene la victoria. Por ejemplo, en la elección del año 2.000, Al Gore sacó 543.000 más votos que George W. Bush, pero los delegados del Colegio Electoral de Florida inclinaron la balanza a favor de Bush, que debió acudir al mismísimo Tribunal Supremo; y en el año en 2.016, Hillary Clinton sacó 2.868.686 más votos que Donald Trump, pero este último es el que se erigió como el peor presidente en toda la historia de Estados Unidos.
En medio de este escenario, se suman otras críticas al sistema electoral norteamericano, que van desde que la elección se realiza en un día laborable, el primer martes de noviembre, y no siempre los patronos otorgan permisos laborales; otro tema turbulento es el sistema de financiamiento y recaudación que realizan los partidos y los candidatos, manejando siempre multimillonarios aportes proporcionados "desinteresadamente" por grandes corporaciones y grupos de opinión. Cada candidato hipoteca su causa a la corriente que lo financia.
Ya hay un debate encendido por los escenarios a seguir en caso de que Trump se niegue a reconocer la derrota. Lo más probable es que entable una guerra judicial, utilizando para ello al Tribunal Supremo, el cual cuenta con una mayoría de 5 jueces nombrados por presidentes Republicanos contra 3 afines a los Demócratas (¿Les suena el cuento de la independencia judicial?). También se pueden incorporar a la batalla legal los representantes del Congreso, los demócratas desde la Cámara de Representantes y los Republicados desde la Cámara del Senado. Todos en una cruenta batalla, estado por estado, pidiendo recuentos, anulaciones y demás artimañas de este non santo sistema electoral.
Todo este clima tóxico creado maquiavélicamente por Trump se da en medio de una conflictiva situación por el descontento social, político y económico que recorre todo el país. Las verdaderas razones que tienen a Trump hundido al final de absolutamente todas las encuestas se centran en su nefasta gestión para dirigir la pandemia; la contracción económica por el estancamiento del aparato productivo; y el racismo exacerbado que ahora tiene desplegados a grupos neofascistas armados hasta los dientes (colectivos WASP), circulando libremente por las calles de Estados Unidos. Todo un reluciente ejército de supremacistas blancos, envalentonados por el completo espaldarazo de Trump. Han renovado los ignominiosos métodos criminales aplicados por décadas por el Ku Klux Klan (KKK), los "servidores de dios", para más señas.
Todo apunta al desastre en el reino de Trump. Con tantos escenarios negativos en pleno desarrollo serán más frecuentes sus reacciones encolerizadas, buscando aferrarse a toda costa a su temblorosa silla del Despacho Oval. Pudiera darse el caso de que la directora de personal de la Casa Blanca tenga que remitir la notificación de despido ("you´re fired") al deschavetado Trump. Que nadie se sorprenda que tenga que ser desalojado vestido con una elegante camisa de fuerza.