A pocos días para la elección presidencial norteamericana del 3 de noviembre, el panorama está despejado para la mayoría de la población que ya definió sus preferencias electorales, todo en medio de una crispada polarización política que mantiene encendido el debate en todo el país.
En los últimos sondeos publicados (consolidados por Univisión) se mantiene con una cómoda ventaja el candidato Demócrata Joe Biden, con un 50,8% de la preferencia electoral, sobre un 42,8% que tiene como techo el irascible candidato Republicano Donald Trump. Para lograr el triunfo, Biden tiene que garantizar el mínimo de 270 votos del Colegio Electoral, por lo que debe apretar en los estados bisagra (pendulares), representados principalmente por Florida, Arizona, Michigan, Georgia y Pensilvania, cuyas encuestas reflejan resultados muy apretados que pueden cambiar hasta el mismo día de la elección.
La segmentación de voto (publicado por Telemundo) refleja la realidad de la elevada polarización en Estados Unidos, señalando que "las mayores ventajas de Biden se encuentran entre los votantes negros (obtiene 91% frente al 4% de Trump), latinos (62% a 26%), mujeres (60% a 34%), votantes de 18 a 34 años (57% a 34%), blancos con títulos universitarios (57% a 38%), personas mayores (54% a 44%) e independientes (46% a 39%)". Dejando para Trump su amplio nicho de electores blancos ultraconservadores.
Un escenario crucial se encuentra en el voto anticipado (tanto por correo como presencial). Trump pasó meses poniendo sombras sobre el voto por correo, alegando su falta de fiabilidad y quejándose falazmente de la alta posibilidad de que los Demócratas le hicieran un fraude masivo. Nunca mostró prueba alguna. Sin embargo, el voto anticipado se ha convertido en un bumerán fatal para Trump, pues en vez de incentivar la abstención, en esta elección se han roto todos los récords de participación, superando ampliamente los más de 55.000.000 de participantes sobre un universo electoral de unos 230.000.000 de votantes.
Esto evidencia un claro desafío de los votantes en contra de las intrigas montadas por Trump. En todo caso, el voto anticipado está evitando cualquier posibilidad de abstención provocado por la pandemia del Covid-19 o por las carencias estructurales del sistema electoral norteamericano. Por ejemplo, se ha determinado que en zonas populosas con mayoría de votantes afrodescendientes o latinos hay menos centros de votación, generando siempre mayores colas; y otro aspecto negativo es que las elecciones siempre se realizan el primer martes de noviembre, en día laboral, y los patronos no están obligados a dar permiso a sus trabajadores.
Trump cavó durante cuatro tormentosos años su propia tumba. El escenario electoral desfavorable que ahora enfrenta fue construido por él, sumando sus torpezas, su visceralidad y sus maniáticas locuras. Saldrá de la Casa Blanca como el más nefasto presidente de la historia de los Estados Unidos.
Su negligente manejo de la pandemia del Covid-19 encabeza el descontento popular. Estados Unidos está al frente de todas las cifras negativas a nivel mundial con más de 8.900.000 ciudadanos contagiados y más de 230.000 muertos. Con un Trump, en modo negacionista, que limitó en todo momento los recursos financieros, técnicos y humanos para atender adecuadamente la pandemia. Despreció hasta las sencillas medidas propuestas por los científicos de utilizar las mascarillas de protección y practicar el distanciamiento social en los espacios públicos.
En paralelo, Trump enardeció a todos los sectores sociales de cada rincón del país. Sus controvertidas y criminales acciones, están presentes en la memoria colectiva, empezando por sus fascistoides políticas de persecución de la población inmigrante, que tiene como mayor colofón la inhumana práctica de separar a los niños de sus madres para encerrarlos solos en centros de detención (las llamadas jaulas). También se incrementaron las protestas populares en rechazo a la discriminación racial y la violencia policial como expresión de la cultura dominante de la elite blanca norteamericana. Para asombro del mundo entero, Trump manifestó sobrada tolerancia (y hasta beneplácito) con la existencia de las milicias blancas armadas, evidentes reminiscencias modernas del ku klux klan.
Y ni hablar de la perniciosa construcción de un liderazgo negativo en el campo internacional, sacando a Estados Unidos de importantísimos organismos y acuerdos multilaterales como la Organización Mundial de la Salud, la UNESCO, el Consejo de Derechos Humanos, el Acuerdo de París contra el Cambio Climático, el Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio o el Acuerdo nuclear con Irán.
Como carrito chocón, Trump construyó personalísimamente una agenda de amenazas permanentes y sanciones en contra China, Rusia, Irán o Venezuela. También avanzó en una insólita retórica de injerencia en contra de algunos países de la Comunidad Europea, como Alemania, a la cual le exigió públicamente que incrementara sus aportes financieros para mantener la presencia de las tropas de la OTAN; y también amenazó con sanciones unilaterales a las empresas alemanas que participan en la construcción del oleoducto Nord Stream 2 en conjunto con Rusia. Así de irrespetuoso y pendenciero es este deschavetado gobernante.
La salida de Trump de la Casa Blanca representa un gran alivio para toda la humanidad. Pero alerta. La inminente llegada Biden no garantiza un cambio en las infaustas políticas de agresión e injerencia del imperio norteamericano. Para nada. Estos personajes no son la panacea de la ecuanimidad y la democracia. Recordemos que los Demócratas poseen en sus filas el ala guerrerista más peligrosa del Pentágono. Sus halcones han impulsado por décadas las criminales guerras en Afganistán, Irak, Siria, Libia y Yemen. El anterior jefe de Biden, el "nobel de la paz" Barack Obama (pañuelo en la nariz), fue el que declaró a Venezuela una "amenaza inusual y extraordinaria", iniciando todas las políticas de bloqueos y sanciones en contra del país. Ya conocemos de primera mano la poca moral y la carencia de escrúpulos de la élite política norteamericana.