Persiste indetenible Donald Trump en consolidar su legado: convertir todo lo que toca en caos y destrucción. Sigue dando pena ajena tratando fútilmente de torcer a su favor una vergonzosa derrota política, intentando algo inédito en la historia de este país, cambiar la decisión expresada en las urnas electorales el pasado 3 de noviembre por la mayoría del pueblo norteamericano.
A Trump no le importa para nada socavar la democracia al poner en duda todo el sistema electoral y desconocer la categórica victoria de su adversario político. Es un mal perdedor. Ya lo ha demostrado con sus soeces. Y con el paso de los días se ha transmutado en un enajenado energúmeno presto a patear el tablero de juego para barrer a todo ser vivo que lo adverse, ya sean Demócratas, funcionarios públicos o insubordinados personajes provenientes de las propias filas Republicanas que no apoyan los desvaríos de Trump.
Sus insistentes litigios legales han pretendido impedir la victoria que en buena lid se llevó Joe Biden. Su equipo de "sesudos" abogados, dirigidos por el desastroso asesor Rudy Giuliani, solo ha obtenido revés tras revés. Fracasos y más fracasos al no poder demostrar con pruebas el supuesto complot planetario que posibilitó su trepidante derrota. La última debacle, en su fracasada batalla judicial, la dio el Tribunal Supremo de Estados Unidos al rechazar una burda e insustancial "demanda interpuesta por Texas y otros estados republicanos para tratar de anular alrededor de 20,4 millones de votos emitidos por correo en Pensilvania, Wisconsin, Michigan y Georgia". La respuesta del tribunal es más que lapidaria, la querella planteada por el equipo de Trump "es denegada por falta de base" (está llena de "falsedades manifiestas"). No le queda otra al deschavetado Trump que salir corriendo a lloriquear a uno de sus campos de Golf o descargar su rabieta a través de su cuenta de Twitter.
Para dar la estocada final a las pretensiones golpistas y dictatoriales del inefable Trump, de mantenerse ilegalmente por cuatro años más en la Casa Blanca (copiando muy bien al fracasado Guaidó), el lunes 14 de diciembre los delegados de los Colegios Electorales de los 50 estados de ese país, emitieron sus votos definitivos ratificando la contundente victoria de Joe Biden y Kamala Harris al recibir 302 apoyos, superior con creces al mínimo de 270 votos necesarios para garantizar la victoria presidencial. Derrotando además la amenaza planteada por los Republicanos de enviar "electores alternativos" a las votaciones de los colegios para intentar torcer la votación a su favor. Tamaña barbaridad que refleja el espíritu antidemocrático que ha tomado por asalto el metabolismo del derrotado Trump.
Para entender el peligro real que corre la democracia norteamericana, en algunos estados los delegados de los Colegios Electorales debieron contar con escolta policial motivado a las amenazas de agresión por parte de los violentos partidarios de Donald Trump. De hecho, las imágenes de las bandas paramilitares fuertemente armadas (Proud Boys), deambulando libremente por las calles de Washington DC han dado la vuelta al mundo, reflejando el estado de irracionalidad y fanatismo en la que está sumida la extrema derecha norteamericana alentada por el insensato Trump. La consigna de estas milicias blancas no es otra que "Sacaremos a Joe Biden, de una forma u otra". Gasolina en mano, cualquier chispa puede prender la pradera.
Mientras tanto Trump sigue alejado de la realidad. Buscando culpables, espías y enemigos por todos lados. Desde la derrota del 3 de noviembre ha amenazado desde magistrados hasta a funcionarios de su propia administración. En cada rabieta aprovecha para despedir a su objetivo de turno. No más perder la elección sacudió al mismísimo Pentágono despidiendo al Secretario de Defensa Mark Esper y a Chris Krebs responsable de Ciberseguridad, dados de baja por no respaldar las teorías conspirativas del fraude electoral de su enajenado jefe.
Su última víctima fue el fiscal general de Estados Unidos William Barr, despachado por negarse a respaldar las múltiples demandas en tribunales propuestas falazmente por el equipo de abogados de Trump. Sin permiso de su colérico jefe se atrevió a declarar que "Hasta la fecha, no hemos visto fraudes a una escala que pudiera haber afectado un resultado diferente en las elecciones". Craso error, pues cavó su propia tumba ante su energúmeno jefe.
Queda perfectamente demostrado que Donald Trump (el patrón de Juan Guaidó y Leopoldo López) no cree en democracias, libertades, tolerancia, respeto por las leyes, ni nada que se le parezca. Estas frases solo se utilizan para la narrativa discursiva y para aplicárselas a terceros países. Es la doble moral o el doble rasero del imperio norteamericano. Al perverso magnate, devenido por la providencia en nefasto aspirante a tirano, solo le complace imponer sus intereses y caprichos, siempre a punta del abuso del poder, del dinero o de las artimañas legales. Nunca ha sido honesto en su rapiñera vida, así que no hay que esperar que eso cambie en el futuro cercano. Por lo pronto, Trump desalojará en enero la Casa Blanca para alivio de toda la humanidad.