La “información” de sospechoso origen según la cual Al Qaeda nos ha declarado la guerra porque somos proveedores petroleros de los EE UU, luce tan inconsistente en cuanto a su veracidad noticiosa como espesa en lo relativo a la perversidad que puede vislumbrarse en su trasfondo. La idea de una jugada de la CIA orientada a preparar una acción terrorista en profundidad debe de haber prendido simultáneamente en millares de mentes, y no ciertamente por gratuita animadversión hacia el imperio. La necesidad de afinar los dispositivos de inteligencia, seguridad y defensa resulta evidente. Habrá quienes nos llamen alarmistas o prejuiciados, pero ésos, o son ingenuos o se hacen.
A raíz del derrumbamiento del llamado campo socialista en la década final del siglo XX, culminado con la implosión, debida a las inconsecuencias internas, de la Unión Soviética, y coronado con la aparente quiebra de la idea del socialismo, los hosannas y cánticos triunfales del capitalismo atronaron el mundo y sus ideólogos proclamaron el fin de la historia. La pesadilla surgente de la Gran Revolución de Octubre de 1917, forjada por los obreros, campesinos y soldados de Rusia bajo la dirección de un conductor político genial, se extinguía y recomponía el cuadro de un mundo inmune al cambio, donde el privilegio y la riqueza de los menos reinaría por siempre sobre el trabajo y la pobreza de los más. Capitalismo por los siglos de los siglos. O hasta donde llegue el existir de la humanidad en la Tierra, amenazado precisamente por la incontinencia depredadora de los capitalistas.
Muchos antiguos revolucionarios se sintieron espiritual e intelectualmente heridos, algunos se pasaron al campo enemigo revelando su inautenticidad y quienes mantuvieron en alto las banderas y la entereza no pudieron conjurar el desconcierto inicial, por lo que la ofensiva de los “triunfadores” halló campo abierto. Comenzó entonces a negarse la existencia del imperialismo, el lenguaje clásico de la izquierda se convirtió en antigualla, los nuevos funerales de Marx fueron de gran estilo. Quienes han hecho carrera tratando de hermosear el capitalismo proclamaron que ahora sí: libre de peligrosos adversarios, el sistema basado en el trabajo asalariado podía permitirse mejorar la vida de la gente.
Pero ocurrió exactamente lo contrario, al lobo ya no le importaba ponerse piel de oveja, la dinámica interna del capital en su fase imperialista se desbocaba y las contradicciones entre los “grandes” eran maniatadas por el desmesurado crecimiento de uno. La humanidad quedó atrapada entre un imperio rey y una manada de subimperios vasallos. El imperialismo yanqui dicta la pauta y los otros siguen la línea. El saqueo de los recursos de los pueblos, con la aprovechada complicidad de las oligarquías vernáculas, alcanza su clímax, y para ello se vuelve a la agresión armada cuando hace falta, como en la época de las invasiones coloniales pero con el signo del nazifascismo, exacerbado por las infernales maquinarias bélicas de nuestro tiempo. ¿No es lícito entonces ponerse en sospecha y en guardia frente a la supuesta guerra de Al Qaeda?
Los hechos, no obstante, se están encargando de decir por la voz y la acción de los pueblos que la historia no ha llegado a su fin. Los pueblos están reconociendo al enemigo y han vuelto a nombrarlo: ¡muera el imperialismo! Y además, ya saben quien lo produce y su accionar va hacia allá, hacia las profundidades del capitalismo, y otra vez la idea redentora del socialismo, la idea cristiana, aborigen, afrodescendiente, bolivariana y marxista, se alza como una bandera y se blande como una espada para establecer más temprano que tarde el reino de la libertad, la igualdad, la solidaridad, la justicia y el amor.
Nuestra Revolución Bolivariana, con su líder y sus muchedumbres gloriosas, es parte fundamental de esa nueva historia.
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