Adiós a la “Democracia” Norteamericana: Carl Schmitt, Leo Strauss y los Neoconservadores

Soberano es, quien decide sobre el estado de excepción.

 Carl Schmitt

 
Después de que dejaron, de facto, en cenizas el derecho internacional por sus guerras de agresión contra Afganistán e Irak, los EE.UU. acaban de completar, de jure, su salida definitiva del concierto de las “naciones civilizadas” con un golpe de gracia en contra de lo poco que ha quedado de su propia constitución. La Cámara de Representantes y el Senado han suscrito el adiós del gobierno y Estado estadounidense a los derechos humanos más rudimentarios, legalizando una serie de medidas que han sido declaradas inconstitucionales y violatorias de las Convenciones de Ginebra por el propio Tribunal Supremo de Justicia de este país. Un consejero de la Unión de Libertades Civiles de América resumió la nueva Ley de Comisiones Militares, diciendo que nada se alejaría más de la clásica noción de “lo americano” que un gobierno que recluye a ciudadanos en celdas de tortura clandestinas, los priva de sus protecciones legales en contra de abusos horríficos y crueles, les abre juicios basados en “evidencias” que no se les permite conocer, los sentencia a muerte basado en testimonios literalmente obtenidos a golpes y les niega el habeas corpus impidiéndoles impugnar su detención ilegal. “Sin embargo, esto es exactamente lo que el Congreso acaba de aprobar”.[1] 

 Bajo las miradas indiferentes de sus ignorantes ciudadanos, el gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica ha adquirido un carácter cada vez más abiertamente fascista. A la fusión que ya existe entre el poder político y militar del Estado y el poder económico de las grandes corporaciones se suma la fusión entre los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, dando lugar a un orden social totalitario de corte fascista. Es así como ahora el presidente de los EE.UU. efectivamente tiene el poder de declarar a cualquier ciudadano un “combatiente enemigo ilegal”, lo que lo priva automáticamente de todos sus derechos humanos y por ende lo convierte en algo no-humano, en la negación de lo humano. Por ende, gracias a la decisión arbitraria del gobernante, un individuo, un grupo de personas, los miembros que conforman una determinada cultura o religión e inclusive países enteros que se oponen a los intereses del gobierno estadounidense, pueden ser declarados en cualquier momento un peligro para la “seguridad nacional”, esto es, enemigos del Estado norteamericano, a lo cual la misma definición justifica su eliminación física.

 A efectos de comprender la ideología subyacente a la política unilateral y autoritaria tanto interior como exterior del gobierno de los EE.UU. desde la instalación de George W. Bush en el poder, que se puede calificar de fascista y que requiere un alto grado de manipulación para ser aplicable sin mayor resistencia, es pertinente indagar en el pensamiento político de aquellos pensadores y filósofos que constituyen el soporte ideológico de los llamados "neoconservadores" que en este momento ocupan la Casa Blanca y que siguen las líneas trazadas por su Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano, en perfecta concordancia con los intereses del complejo militar post-industrial y energético estadounidense. Las indagaciones son tanto más necesarias en cuanto que deberíamos analizar y medir si realmente estamos a la altura de los retos ideológicos, teóricos y filosóficos cuando desde Venezuela y otros países de América Latina estamos haciendo un llamado a “inventar” el Socialismo del Siglo XXI, llamado que hasta ahora ha cosechado toda una serie de ideas y propuestas bien intencionadas pero carecientes de claridad teórica y filosófica.

 Muchos analistas políticos, académicos e historiadores concuerdan con que las ideas del filósofo político y especialista en derecho público, el alemán Carl Schmitt, racista y notorio apologista del régimen nazi de Hitler, son determinantes en la cosmovisión de los llamados neoconservadores que hoy ocupan altos cargos en el gobierno de G. W. Bush. El pensamiento de Schmitt giraba en torno a la problemática del poder, de la violencia y del derecho. Schmitt acuñó términos característicos propios como “teología política” y “guardianes de la constitución”, además de enfatizar la utilidad de establecer distinciones claras entre “amigo y enemigo”, “legalidad y legitimidad” y “ley y medida”.

 En este orden de ideas resalta específicamente el concepto de “lo político” según Schmitt, quien desprende la diferenciación entre lo bueno y lo malo, entre amigo y enemigo del ámbito de lo privado y la sitúa precisamente en el ámbito de lo político, de la política entendida como res pública. Por ende, el concepto “enemigo” por ejemplo siempre denota el enemigo público, más no privado-individual. Para Schmitt “el soberano”, entendido como “voluntad general” condensada preferiblemente en una sola persona, tiene la obligación de establecer y conservar el orden político interno, y cuando éste peligra, puede y hasta debe recurrir a la figura del enemigo público o “enemigo absoluto” en función de asegurar la estabilidad y continuidad del mismo. Además, Schmitt considera que los medios justifican el fin cuando propone que es perfectamente legítimo de eliminar las barreras jurídicas que pudieran existir para poder proceder con la aniquilación total del enemigo público.

 En esta definición de “lo político” según Carl Schmitt yace la concepción o más bien técnica manipuladora de un enemigo público artificialmente construido, del chivo expiatorio el cual suele ser “invocado” por las clases dominantes en momentos críticos que amenazan su existencia para desviar la atención de las masas y asegurar la continuidad del orden social. Salta a la vista que el mismo mecanismo del chivo expiatorio como fue aplicado por los nazis en contra de la población judía y en contra de sus enemigos políticos, coincide con el mecanismo aplicado por la actual administración Bush en el marco de la guerra contra el “terrorismo internacional”, que pinta el enemigo público con cara árabe-musulmán.

 También llama poderosamente la atención el esquema según el cual se procede a construir un enemigo público y que siempre parte de un “evento catastrófico catalizador”: El incendio del Reichstag en el año 1933, perpetrado por los nazis y atribuido a los comunistas, dió la justificación necesaria para poder proclamar el estado de excepción en función de “proteger el pueblo y la nación” y anular las garantías constitucionales, lo que abrió el camino para la persecución y el encarcelamiento en masas de los adversarios políticos del partido de Hitler, paso previo a la consolidación de la dictadura nazi. De igual manera, el ataque perpetrado contra los edificios del World Trade Center y del Pentágono el 11 de Septiembre de 2001, orquestado desde las altas esferas políticas, militares y de inteligencia de la administración Bush y atribuido a “Al Quaeda” y Osama bin Laden, proporcionó la necesaria justificación para el atropello al derecho internacional mediante la doctrina de la guerra preventiva o Doctrina Bush y la demolición de los derechos civiles mediante el Acta Patriota I y II, y la reciente Ley de Comisiones Militares. Todo ello en función de proyectar y defender los intereses económicos, financieros y energéticos de la Norteamérica corporativa en todo el mundo.

 El famoso enunciado de George W. Bush de que “fumigaría” los terroristas “en cualquiera de los huecos” dondequiera se encuentren, y quien habló en su cualidad como presidente de los EE.UU., coincide plenamente con el “principio del Fuehrer” de Carl Schmitt quien considera que el “auténtico liderazgo político” da luz al “auténtico liderazgo judicial”. En otras palabras, el presidente o “Fuehrer político” es al mismo tiempo creador y administrador de la ley, esto es, legislador y juez. El principio del Fuehrer ha sido operante en la administración Bush desde un principio, escondiéndose elegantemente detrás de un término menos sospechoso como “ejecutivo unitario” o unitary executive. La noción del “ejecutivo unitario” comprende una posición extraordinariamente fuerte del presidente con igual o mayor potestad que la que tiene la Corte Suprema de Justicia en materia de interpretar la constitución. Descarta además cualquier “intromisión” de los poderes legislativo y judicial en el ámbito del poder ejecutivo y de los derechos y poderes presidenciales, con lo cual queda prácticamente anulado el sistema de los controles y balances (checks and balances) de la democracia formal estadounidense. 

 George W. Bush ha actuado desde el comienzo de su presidencia acorde al principio del Fuehrer según Carl Schmitt, ejerciendo su poder presidencial de manera unilateral y sin controles. Tanto es así, que desde el año 2002 ha autorizado repetidamente a la Agencia de Seguridad Nacional interceptar las comunicaciones de los ciudadanos norteamericanos sin orden judicial ninguna y en abierta violación de la ley.[2] En ocasión de firmar una ley que restringe el uso de la tortura durante la interrogación de un detenido, Bush acertó mediante un enunciado presidencial que el poder que su posición como Jefe en Comandante le confiere, le otorgara al mismo tiempo el derecho de obviar la misma ley que acababa de firmar.[3] Igualmente, Bush declaró que tenía la autoridad de obviar las Convenciones de Ginebra y de mandar a arrestar por tiempo indefinido y sin un debido proceso tanto a inmigrantes como a ciudadanos estadounidenses que hayan sido declarados por él y su administración como “combatientes enemigos”.[4] Así es como el presidente de los EE.UU., acorde a la noción del “ejecutivo unitario” y en constante recurso a la situación histórica excepcional que vive el país en el marco de la “guerra contra el terrorismo”, fusiona, en su persona, los poderes ejecutivo, legislativo y judicial.

 En este orden de ideas y regresando al pensamiento de Carl Schmitt, cabe mencionar un artículo escrito en 1934 titulado “El Fuehrer protege la ley”, una justificación del asesinato del liderazgo de la Sturmabteilung ordenado por Hitler, en la cual Schmitt hace un llamado a captar el inmenso contexto de la situación política en su totalidad, a comprender las exhortaciones y advertencias del Fuehrer, a armarse para la gran batalla espiritual y defender el legítimo derecho del pueblo alemán. Como es bien conocido, tal “legítimo derecho” fue entendido por los nazis como el derecho a la expansión territorial de Alemania en función de garantizarle a la “raza aria” y al capital alemán su adecuado “espacio vital” (Lebensraum). Hoy día y según la interpretación de la administración Bush, este “legítimo derecho” consiste en la sumisión del planeta entero bajo los intereses exclusivos de la Norteamérica corporativa. En cuanto a la “gigantesca batalla espiritual”, hoy se llama “guerra de ideas” (war of ideas), forma parte intrínseca de la doctrina de seguridad nacional estadounidense y se expresa, en el plano ideológico, en la proclama del “choque de civilizaciones” que tan nítidamente engrana con la noción Schmittiana del "enemigo total". 

 En el pensamiento de Schmitt influyeron, entre otros, filósofos como Thomas Hobbes con su noción de la concentración absoluta del poder en manos de un súper-estado o “Leviatán”, Niccoló Machiavelli con sus reflexiones sobre la lógica del poder y su empleo astuto por los gobernantes, y Vilfredo Pareto con su noción del eterno retorno de las élites.

 Ahora bien, otro pilar ideológico determinante en la cosmovisión de los llamados neoconservadores lo constituye el pensamiento de un adepto y protegido de Schmitt, el filósofo alemán-americano Leo Strauss (1899-1973), a su vez influido por Thomas Hobbes, Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger, pero también por los “clásicos” como Platón y Aristóteles. El intrigante y revelador pensamiento político de Leo Strauss se caracteriza, de manera sintetizada, por su afirmación incondicional de un orden social totalitario, precedido por una especie de filósofos-gobernantes tipo Politeia de Platón o “guardianes” de la verdad, quienes la ocultan de las “masas ordinarias” mediante la diseminación de mitos políticos y religiosos, en función de mantener a las mismas en una sumisión ignorante.

 En este sentido, Leo Strauss considera que la filosofía en sí es una cosa sumamente peligrosa ya que suele cuestionar la moral reinante y sacudir los fundamentos del orden social existente. Así es como las consecuencias de un verdadero conocimiento filosófico siempre tendrán que ser asumidas con suma responsabilidad, por lo que la filosofía, según Strauss, no puede ser jamás un asunto de las masas, cuyas mentes mediocres y fácilmente confundibles no la pueden digerir. De ahí que Strauss ve la necesidad de introducir lo que será su concepto central, el denominado “texto straussiano”, un ensayo filosófico escrito de manera tal que el lector común y corriente no puede penetrar la superficie y capta a penas una mínima idea, mientras que su contenido y significado real lo entenderá sólo el lector ilustrado, en otras palabras, un pequeño grupo de “iniciados” a quienes está dirigido el texto de verdad. Por considerar que la filosofía tiende a sembrar el nihilismo en las mentes de las masas, Strauss aboga por no exponerlas a tal peligro y opta por la censura, e inclusive está de acuerdo con que se silencie a un filósofo, en referencia al famoso caso de Sócrates. 

 Strauss estaba convencido de que ya en el pasado los pensadores y filósofos habían redactado “textos straussianos”, es decir, textos redactados en códigos comprensibles sólo por las élites. El secreto y propósito de estos textos cifrados era conservar la división de la sociedad en clases opuestas, en propietarios y trabajadores, gobernantes y gobernados, creadores activos y receptores pasivos y resguardar la ilusión -sobre todo de los trabajadores, gobernados y recxeptores- de que el orden social existente era justo, bueno y “natural”. El gran e imperdonable crimen cometido por la filosofía política moderna es, para Strauss, el de haber querido abolir la rígida distinción entre clases en nombre de la libertad, lo que condujo a una igualación o “bolchevización” de la mente con consecuencias catastróficas: lo que Strauss llama el “nihilismo liberal” en el que se han perdido los valores basados en la religión y respetuosos de la sociedad de clase. Strauss considera que el punto nodal que marcó el inició de la degeneración de la filosofía clásica en filosofía política moderna, es Maquiavelo con su revelación abierta de la lógica del poder, anteriormente escondida detrás de los mitos diseminados por las clases dominantes.

 Llama la atención que Strauss, quien era ateísta y veía en la religión judaico-cristiana un fraude enorme, defendía a capa y espada la misma religión por considerarla una herramienta indispensable en las manos de las elites para entretener a la gente ordinaria y mantenerla lejos de la filosofía. Para Strauss era suficiente que se les enseñara a las masas lo justamente necesario para que pudieran cumplir con sus funciones en la sociedad de clases sin dudar del orden establecido o rebelarse en su contra, mientras que un grupo reducido de personas pertenecientes a la élite tuviera el conocimiento de la verdad.

 Conste en este contexto y en referencia a la actual administración Bush, que entre los discípulos y seguidores de Strauss figuran precisamente personas pertenecientes a la élite gobernante de los EE.UU., como el secretario de defensa Donald Rumsfeld, el ex subsecretario de defensa y actual presidente del Banco Mundial, Paul Wolfowitz; el vicepresidente Dick Cheney; el ex Fiscal General John Ashcroft; Clarence Thomas, juez de la Corte Suprema; el editor del Weekly Standard y comentarista político del Fox News Channel, William Kristol; además de personajes como Gary Schmitt, co-fundador, presidente y director del Proyecto para un Nuevo Siglo Norteamericano; Irving Kristol, Michael Ledeen y Jeane Kirkpatrick del American Enterprise Institute (la última también ex-asesora de política exterior de Ronald Reagan y ex embajadora de los EE.UU. ante la ONU); los autores Francis Fukuyama y Samuel Huntington, y el ex editor de la revista mensual “Comentario” del Comité de Judíos Americanos, Norman Podhoretz, entre otros.

 Hoy, la verdad de la lógica de un poder que camina sobre cadáveres para auto-sostenerse a sí mismo, fiel expresión de la lógica del capitalismo, permanece un secreto para la mayoría abrumadora de los ciudadanos estadounidenses, quienes gracias a la aplicación exitosa de las fórmulas de Carl Schmitt y Leo Strauss por su clase gobernante no tienen ni la más mínima idea del peligro fascista que los enfrenta a ellos y al mundo entero. La clase dominante de los EE.UU., los neoconservadores y “guardianes de la verdad” diseminan sus mitos y propagan sus mentiras mediante sus grandes medios de comunicación de masas, en conjunto con la industria del entretenimiento, en una sola orgía de embrutecimiento de las masas norteamericanas. Entonces y bajo las miradas indiferentes de sus ignorantes ciudadanos, los guardianes de la verdad están diciendo adiós a la democracia y bienvenido al fascismo. 

 

--- * Jutta Schmitt es politóloga, investigadora y asistente académico ad honorem en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Políticas de la Universidad de Los Andes en Mérida, es co-autora del libro: "Venezuela: La Revolución Bolivariana pasando el Rubicón" (publicado junto con Franz J. T. Lee en dic. 2006) y es colaboradora del Centro de Estudios de África, Asia, Diásporas Latinoamericanas y Caribeñas (CEAA) “José Manuel Briceño Monzillo” y del Centro de Estudios Políticos y Sociales de América Latina (CEPSAL). Ha participado como ponente en diversos congresos académicos auspiciados por la Universidad de Los Andes y sus diferentes instituciones, y se desempeña además como comentarista y columnista en varias publicaciones electrónicas en idiomas inglés y castellano.

 


[1] Christopher Anders, consejero legal de la American Civil Liberties Union (ACLU); http://www.aclu.org/safefree/detention/26947prs20060928.html; 02.10.06

[2] Vease Jennifer Van Bergen, The Unitary Executive: Is The Doctrine Behind the Bush Presidency Consistent with a Democratic State? Findlaw, 09-01-2006, http://writ.news.findlaw.com/commentary/20060109_bergen.html, revisado 03.10.06.

[3] Ibidem.

[4] Ibidem.

(
Originalmente publicado en: Revista Venezolana de Ciencia Política, Postgrado de Ciencias Políticas, CEPSAL, ULA, Mérida, número 30, julio a diciembre de 2006, páginas 101 - 111. )

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