Según la inteligencia gringa (si a eso se puede llamar inteligencia)
Chávez quería financiar parte de la campaña de Cristina Kirchner y optó
por enviarle ochocientos mil dólares en efectivo.
Existen mil formas diferentes de hacer llegar dinero a Buenos Aires; la
valija diplomática es una de las más seguras; pero Chávez (según los
gringos) prefirió usar un maletín común y corriente y jugar a la suerte
de que no fuese revisado en la aduana.
Existía la opción de transportar el dinero con el cónsul de Venezuela en
Argentina, con el Canciller, con un Vicecanciller, con un edecán o con
cualquiera que tuviese pasaporte diplomático, pero Chávez prefirió buscar
un ciudadano norteamericano residenciado en Miami para asignarle la
misión.
No usó el Presidente a ninguna persona de su confianza, ni alguno de los
miles de venezolanos que orgullosamente se prestarían para hacerle el
favorcito. Prefirió utilizar, en cambio, los servicios de un empresario
que como cosa extraña es socio en Venoco de Pedro Carmona Estanga y Pérez
Recao.
Tampoco pasó por la mente de Chávez la idea de llamar al Presidente
Kirchner para alertarle sobre la operación destinada a financiar la
campaña de su esposa. Prefirió intentar violar los controles aduaneros de
los aeropuertos Argentinos.
Una vez realizado el decomiso, nadie se movilizó para evitar que el hecho
se hiciera público.
En cualquier país del mundo una llamada telefónica resolvía el problema
de inmediato, pero esto no se le ocurrió ni a Chávez, ni a Wilson, ni a
los Kirchner.
Según la tesis gringa, Chávez seleccionó a un emisario de tanta
confianza y con tanta experiencia que apenas se tropezó con un
funcionario trasnochado en la aduana de un aeropuerto de segunda
categoría en Argentina, lo primero que hizo fue afirmar que el dinero
pertenecía al presidente venezolano y que estaba destinado a la actividad
ilegal de financiar la campaña electoral del presidente argentino.
Antonini Wilson no viajó a Venezuela a buscar la protección de quien le
había ordenado el trabajito. Por el contrario se fue a gringolandia donde
terminó revelándose como un colaborador, con protección especial, del
FBI.
Son del dominio público las animaladas de Bush, pero cualquiera podía
pensar que en sus servicios de inteligencia la cosa era diferente. Pues
parece que no.
Ahora lo que llama poderosamente nuestra atención es que existan pendejos
que se creen historias como estas.