La oposición política venezolana mueve hoy una carta pesada contra el país, mediatizando un ataque hacia la industria fundamental de la economía: Petróleos de Venezuela (PDVSA). El terrible gesto contranacional ocurre en momentos en que desde el exterior , con Colombia como cabeza de playa, se intenta orquestar un severo ataque contra la figura del presidente de la República, Hugo Chávez, como un atajo para reblandecer su piso político y como una vía para llegar al mayores intereses: las reservas de petróleo. Al ser blanco de los ataques, se buscan concretamente dos cosas: (1) Chávez es la excusa para entrar y proceder, y (2) luego Chávez tiene que ser desacreditado, para disminuir su apoyo popular y facilitar la eventualidad de su asesinato o captura mediante una acción militar. Se busca minimizar el impacto en las masas reactivas, aunque la reacción de las masas jamás a la derecha extrema le ha quitado el sueño, ni en última ni primera instancia.
Lo prueban los capítulos en América Latina donde, a contracorriente del afecto popular, se han extirpado programas de gobierno o presidentes de países con ideas y contenidos socializantes. Sobra nombrar países por la amargura y consternación que genera su recuerdo.
Y una manera de hacerlo es golpear en el mero corazón con palo procedente de nuestros propios bastidores: Luís Giusti, ex presidente de PDVSA, y varios bufetes venezolanos, encantados de traicionar y generarle pérdidas millonarias al país, a la vez que se prestan para arruinar su institucionalidad con la idea de tomarlo militarmente luego. Son venezolanos por nacimiento, pero unos venezolanos todavía extraños al sentimiento de lo nacional, tal vez (y en este punto no faltará la lengua criticona que me acuse de xenófobo) porque apenas son resultado de una primera generación de inmigrantes venidos al país, gente no del todo desarraida del país de origen, amante de lo exterior sobre lo criollo, dispuesto a una escasa entrega por Venezuela. Lo demuestra Luís Giusti, de raíz italiana, y tantos otros extranjeros de primera generación cuya primordial característica es su fácil inclinación a la traición patria. Mi fantasía justiciera me lleva a imaginar la existencia de una ley que vete, políticamente, a cualquier venezolano de primera generación extranjera, y que me perdonen todos los amigos que con tal condición tengo.
El reclamo de la Exxon Mobil, quitada de la Faja petrolífera del Orinoco, donde tenía un 40% de participación, si mis datos no me equivocan, intenta supuestamente resarcir su pérdida, blandiendo un derecho que pasa, inclusive, por encima de las disposiciones soberanas de un país que decide con quien explota sus recursos y con quien no. La cosa se complica cuando la Exxon Mobil, con supra poder de trasnacional, es una suerte de departamento comercial del gobierno de los EEUU, con quien participa en la tarea de penetrar pueblos, ubicar sus recursos para luego, mediante el timo, el uso de un viciado derecho político y comercial internacional, atornillarse en los países hasta el punto que resulta conflictivo deshacerse de su ominosa presencia. Así, sin que pase mucho tiempo, no se logra distinción entre el interés de una empresa trasnacional con el de su gobierno de origen.
La Coca-Cola en Bolivia es un ejemplo clarificante. Nadie comercializa la hoja de coca en grandes cantidades sino es la misma empresa, cosa amañada con jurados, acuerdos o arbitrios internacionales y cipayismo interno. Procesan la hoja y se quedan hasta con los alcaloides que, supuestamente, pasan luego a institutos de investigación. Quedando luego la cosa pintada de la siguiente manera: la hoja de coca es buena sólo en refresco de Cola-Cola y si es destinada para esa trasnacional, y no para cualquier otro uso. Un exabrupto para el país, forzado a simple aportador de materia prima, mismo papel que la trasnacional, o el gobierno de los EEUU, pretende perpetuar para Venezuela respecto del petróleo.
Venezuela es un país con derechos, democrático, respetuoso de los derechos humanos, bello, sólo sí, para la eternidad, se comporta como país suplidor de materias primas. En el mismo momento en que empieza con la tontería de pedir para sí lo que es suyo, a hablar de soberanía, a decidir con quien negocia o no, a cobrar los impuestos, se convierte en un país narcoguerrillero, terrorista, genocida, tiránico, de efecto desestabilizador regional, amenaza para otros. Y ello es patente en el problema presente con la trasnacional petrolera, quien más allá de reclamar nada que lo resarza, lo que hace es un trabajo de plataforma política para intentar socavar la estabilidad de un país para luego, en un accionar final, birlarle de modo resuelto sus riquezas naturales. ¡Pendejitos, no!
Claramente sabemos que el objetivo no es Hugo Chávez, ni la democracia, ni el supuesto terrorismo, ni el supuesto narcotráfico. Sabemos, a ciencia cierta, con el desespero que da tener una razón que vislumbra, que el presidente de la república no es más que un argumento para intentar apoderarse de las reservas nacionales, amén de crear inestabilidad política y económica en la región, circunstancia que han aprovechado siempre para ejercer su maquiavélico imperialismo.
Lo demuestra el hecho que el escándalo internacional que ha formado la Exxon Mobil, con apoyo de la misma oposición venezolana, no va más allá de una circunstancia de desestabilización mediática, satanización política y creación de condiciones para la ejecución de una agresión de mayor monta. Desestabilizar, crear condiciones de guerra e intervencionismo. Con el golpe efectista de congelar 12.000 millones de dólares en activos y efectivos de PDVSA, que primero eran dizque 36.000, y con la supuesta amenaza hasta de tomar buques petroleros de entrega venezolana (Luís Giusti), la trasnacional sencillamente opera como un oficina del Departamento de Estado norteamericano, desvirtuada por principio en el reclamo en su aspecto legal, dado que no puede obligar a un país a que pisotee una medida de soberanía nacional para favorecerlos. Es un acto de pesca en río revuelto, cuyo propósito es satanizar un país al que se le prepara una situación de guerra, e internamente complementado con el apoyo mediático de factores opositores, que buscan sacar provecho con miras electorales.
En tal contexto, pescando en río revuelto con la posibilidad de una agresión extranjera, y con el no ocultado propósito interno de generar incertidumbre socia y electoral, la oposición política venezolana así justifica el uso de la mayor y reservada carta de efecto político. Y ello es indicativo que, tanto en lo interno como en lo externo, prevalece el criterio de que ya llegó la hora de entrar en acción de manera definitiva, que la situación ya se presenta madura, con un Chávez presionado, supuestamente disminuido en su apoyo popular (derrota del 2D), con una Colombia agresiva, unos estudiantes protestones guardados por ahí, una acusación de narcotráfico y, finalmente, una PDVSA averiada en su capacidad de alimentar a los venezolanos. La situación perfecta de ahogo económico político, lo cual hace oler en el aire la receta que le prepararan al Chile de Allende, cuando lo tumbaron, procurándole una situación de ahogo económico. Decía Nixon a Kissinger, o viceversa, que había que hacer chillar la economía chilena. Tal cual, Venezuela.
Sin embargo, para decepción opositora y para felicidad nacional, la situación en Venezuela no es de toma tan simple. Como dice el ministro de energía, Rafael Ramírez, la PDVSA de hoy no es la misma del 2.002, como cabe esperar de alguien que se rehúse a aprender de lo vivido, refiriéndonos a golpes petroleros o de Estado, que para Venezuela parece comportar lo mismo. Con todo y las fallas de penetración de quinta columnas en la industria petrolera hoy (Baduel en realidad renunció al proyecto de gobierno porque no le dieron el cargo de jefe de PDVSA), la vieja PDVSA es una sombra de mal recuerdo. Su porte hoy de puntal volcado a la atención popular en su aspecto económico, alimentario y financiero, con una recuperación para el fisco de 40.000 millones de dólares quitada a las trasnacionales por concepto de aumento de regalías y otros rubros, con un Luís Giusti y una Intesa liquidados, con unas Fuerzas Armadas Nacionales (FAN) purgadas de deslealtades, con un pueblo más resuelto y conciente de la defensa de valores nacionales, con un presupuesto nacional calculado sobre la base de $36 cuando el barril anda en los 60; la cosa no luce tan fácil para ataque enemigo. Lo dice el ministro en el siguiente video, tomado de una entrevista que le hiciera anoche José Vicente Rangel en Televén:
Vea la declaciones de Ministro Ramírez
De modo que está perdida la política esa de la ingenuidad asesina que practica el imperialismo y sus lacayos factores internos de creer que los pueblos son nomás una sarta de estúpidos. Hace tiempo ya que todo el mundo sabe de los Plan Cóndor, de las Doctrina Monroe, de los Consenso de Washington, de las terapias de shock, de las ideas Kissinger y CIA de ahogo económico, de las satanizaciones mediáticas y trabajos subliminales, como para que venga hoy mismo y diga con gran seriedad, con aire de sesudo analista adquirido en Harvard, "Chávez está caído; el imperio ataca". El problema de la Exxon Mobil con Venezuela se circunscribe a lo político y mediático, con segundas intenciones, más allá de la posibilidad cierta de prevalecer legalmente sobre los derechos soberanos de un país dueño de sus riquezas. Paso con Exxon y gano con PDVSA
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