Pocas personas pueden decir que se han leído completo el TLC entre Colombia y Estados Unidos. De pronto, el ministro que lo amasó, Humberto Botero, y el negociador colombiano que lo manoseó, Hernando Gómez. Y quizás, un puñado de técnicos que en todas estas negociaciones de convenios y tratados comerciales hacen el papel del eterno “soldado desconocido”. De resto, todos los expertos y políticos que se pronuncian sobre el TLC lo hacen sobre los aspectos concretos que tocan o afectan sus propios intereses y, en tales casos, lo apoyan o critican desde una perspectiva evidentemente subjetiva en lo económico y politizada en lo ideológico.
Quizás esa sea mi propia circunstancia. Me parece que todo lo que provenga de la ideología neoliberal tiene marcado el principio del capitalismo salvaje. Y con eso tengo bastante para dudar de que el TLC beneficie a Colombia en la proporción y manera que dicen, desde el presidente Uribe hacia abajo.
Por eso, las pocas veces que he hablado sobre el TLC lo he hecho apoyado en la praxis y la lógica. Yo no he visto que México, por ejemplo, haya derivado los grandes beneficios que se le anunciaron en el proceso de negociación. Tampoco Chile se encuentra como diciendo que gracias al TLC su país es ahora más eficiente, más dinámico y más encaminado hacia el pleno desarrollo económico.
Por el lado de la lógica, es apenas obvio que dar tratamiento de igual a desiguales es, como decimos por acá, una pelea de tigre con burro amarrado. Poner a competir de igual a igual a unos productores estadounidenses con unos colombianos es como casar un match entre un peso pluma y un peso pesado, o poner a competir una liebre con una tortuga. Aunque la fábula resista que una vez la tortuga le ganó a la liebre y David a Goliat, eso no es más que fábula, y como tal debe permanecer y entenderse.
Por eso, es una absoluta irresponsabilidad que tanto el gobierno como el Congreso hayan firmado un TLC hace año y medio desoyendo las quejas de nuestros connacionales. Pero es que, al respecto, tampoco me canso de repetir que es muy difícil hacer que alguien entienda algo en tal forma cuando alguien le está pagando para que entienda lo contrario. Más que de irresponsabilidad o ignorancia, aquí tenemos que hablar más bien de corrupción y de traición a la Patria de la que el Congreso debiera ocuparse más que de andar poniéndole palos a Piedad Córdoba en su humanitaria labor por los secuestrados en poder de las Farc.
Tampoco me voy a creer que los demócratas andan defendiendo a Colombia en su oposición al TLC dizque por los asesinatos de sindicalistas en el país. Esa es una disculpa. Los demócratas se oponen porque en estos momentos, el Tratado se les ha convertido en una cuestión política. Los poderosos sindicatos estadounidenses en su mayoría afectos al Partido Demócrata, no están defendiendo a sus colegas colombianos sino a sus propios intereses derivados de una mano de obra barata, y más que barata, esclavizada, que podría poner en serio peligro sus ingresos a la hora de entrar en competencia con los productores colombianos. Eso es todo.
Pero todas mis dudas sobre los beneficios económicos para Colombia provenientes del TLC quedan confirmadas con la posición asumida por Bush al desafiar a los demócratas que ahora son mayoría y dominan el Congreso enviándoles ese Tratado por la vía rápida, que es como cuando aquí decimos el carácter de urgencia que el gobierno le imprime a un proyecto.
No me vengan a decir que Bush anda al final de su mandato muy preocupado de que Colombia se quede sin ese inmenso favor. El TLC, como bien lo ha dicho el político que más se ha aproximado a un debate serio y honrado, Jorge Enrique Robledo, es el remate de lo poco que ha podido librar el país del embate de la apertura económica del ex presidente Gaviria y su ministro de Hacienda, Rudulf Hommes, que ahora anda hablando, el muy cínico, dizque de seguridad social.
El TLC, por simple sospecha, no le conviene a Colombia. No se dónde vaya a parar ese globo de Bush. Pero sí se que una vez pasadas las elecciones en Estados Unidos, cuando el TLC pueda despolitizarse allá, tanto demócratas como republicanos, gane quien gane, volverán sobre el asunto porque la política exterior de Estados Unidos es una y misma cosa en cabeza de Elefantes o de Burros.
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