La vieja Europa vuelve por sus fueros. Es la misma Europa racista, chauvinista, colonialista. Al estilo del siglo XIX, el Parlamento europeo ha promulgado, bajo la eufemística frase de "directiva de retorno", un mecanismo a su talla que le permitirá frenar la inmigración hacia sus territorios. Sí, así como se oye: inmigrantes que sean retenidos sin papeles serán detenidos y expulsados sin ningún otro miramiento.
Siglo XXI. Desarrollo tecnológico puro. Época de una furibunda globalización que plantea la igualdad. Europa en su existencia arrastra varios dramas. ¿Cuál es su drama actual? Las políticas de planificación han conducido a aquellas naciones al control de la natalidad; la calidad de vida se ha optimizado; el desarrollo tecnológico y los distintos niveles de la economía demandan una mano de obra que Europa no puede satisfacer por sí misma.
André Gunder Frank tiene una excelente obra donde analiza en paralelo el desarrollo de los países industrializados y el subdesarrollo de los territorios pobres del mundo. Este autor y muchos otros investigadores demuestran fehacientemente cómo a lo largo de la historia todos nuestros recursos, explotados vorazmente por un colonialismo depredador, enriquecieron de una manera grosera las antiguas y las nuevas metrópolis propiciando su rápido desarrollo e industrialización.
Obvio. Europa jamás admitirá esto. Allá hay ocho millones de inmigrantes, dice el Parlamento de aquel continente. ¿Ilegales todos? Solución: una reforma migratoria que les permita establecer una especie de apartheid en contra de los inmigrantes, sobre todo latinos, o como los llaman, hispanos o "sudacas".
Este mecanismo segregacionista entrará en vigencia dentro de dos años. Previo encarcelamiento de 18 meses, continuará con la "expulsión del inmigrante ilegal".
Puro racismo y xenofobia, como dijimos, al peor estilo de la época del capitalismo expansionista. Aquella retórica de la libertad, igualdad y fraternidad ha sido sepultada. La mano de obra de África y América Latina, una vez más, es despreciada y pateada. Todas las naciones de América Latina deberían unirse en una sola voz para denunciar esta medida.
Sólo los presidentes más críticos la han condenado.
Parafraseamos al Libertador: ¿Es que 500 años no bastan? Periodista/Prof. universitaria