Cuando esta semana el gobierno de Micheletti, en Honduras, amenazaba con cortarle el suministro de electricidad y agua a la Embajada de Brasil en Tegucigalpa, como de hecho hizo durante unas cuantas horas, una oleada de escalofrío debe haber recorrido el continente suramericano, que tan fresco en la memoria tiene el recuerdo del paso de sangrientas dictaduras por la mayoría de sus países.
Sin ir muy lejos, todavía los venezolanos no hemos olvidado la famosa frase aquella, que salida de la boca de un rostro iracundo gritaba a las cámaras: "Se van a tener que comer las alfombras", mientras un numeroso grupo de verdaderos enajenados destruía los carros diplomáticos e intentaba saltar la cerca que rodeaba la Embajada de Cuba en Venezuela durante los sucesos de abril de 2002.
Aún hoy nos preguntamos qué hubiese pasado con los empleados que estaban en esa sede diplomática y sus familiares, niños incluidos, si el golpe no hubiese fracasado a tan sólo 48 horas de haberse producido. Aquí, no sólo les cortaron el agua y la electricidad, en un hecho sin precedentes grabado para la historia, sino que hasta el alcalde del municipio saltó el muro de la embajada para, violando todos los principios del derecho internacional, solicitarle a Germán Sánchez Otero que le permitiera requisar la sede diplomática. Sólo el temple y el guáramo del embajador se lo impidieron. Quedará en el aire para siempre la interrogante de qué hubiese hecho Cuba si la historia fuera otra. Paradojas de la vida, ese alcalde hoy es gobernador.
Amenazar a Brasil con semejante repetición de lo consumado aquí equivale a una declaratoria de guerra contra la nación más poderosa del subcontinente. Micheletti se vio doblegado por las circunstancias y los suministros de agua y luz regresaron a la embajada.
Esta semana se han dado dos reuniones diametralmente opuestas. Una tuvo lugar en la ONU, donde los mandatarios del mundo fijaron cada quien su posición sobre los temas que sacuden a la humanidad, sin que se percibiese ningún cambio de fondo, como lo espera un planeta plagado de desigualdades y con una crisis económica que ha puesto al borde del colapso a más de una nación.
Al discurso de Obama, elusivo como era de esperarse, en torno a hechos tan fundamentales como la necesidad de retirar las tropas de Irak y del cese a la guerra en Afganistán, incluido por supuesto el clamor porque EEUU explique y pare las torturas que se cometen en las cárceles que mantiene en distintos puntos del orbe, siguió la presencia por primera vez en 50 años de un Gaddafi que fue allí a decirles simplemente que ese organismo no sirve para nada. El gesto del líder libio de tirar al suelo la carta fundacional de la ONU nos recordó el episodio del olor a azufre. Sin embargo, el organismo sigue ahí y sus miembros no terminan de pasarle llave.
Mientras tanto, aquí en Venezuela, Margarita se pobló de negritud y de tercermundismo. La reunión de África y América del Sur, las regiones que según los conocedores de la materia en un tiempo fueron una sola tierra, un mismo continente, permitió hablar de esa otra integración necesaria.
La cumbre de ASA logró borrar por dos días el océano que nos separa y abrió los espacios para alcanzar acuerdos de un intercambio imprescindible para luchar contra la hambruna, las enfermedades y, a la vez, cerrarle el paso a esos gorilas empeñados en volver.
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