Un dedo hizo historia. Cumaná y Barcelona también se sublevaron

Abril 1810-2010: El Bicentenario

En este país – dice la gente comúnmente – lo que falta son bolas.

Es una muy fácil o quizás bastante cómoda forma de darle rienda suelta a nuestras frustraciones. También un comodín machista para “explicar” lo que nada entendemos. Además una fuerte dosis mesiánica.

En verdad, cuando las crisis saltan, la mayoría de las veces, “las bolas corren por el suelo”.

Frente a una crisis y colocado el hombre en el epicentro, los héroes se reproducen velozmente. Y hasta unos cuantos de ellos pasan desapercibidos. Otros llegan a héroes sin siquiera proponérselo, sin desear serlo; otros lo fueron y nunca lo supieron.

Cumaná colonial era una economía de puerto; para medir la importancia del puerto cumanés, bastaría hacer una sencilla comparación del valor de las mercancías que salieron de éste hacia Cádiz y Barcelona de España entre los años de 1793 a 1796, con el valor de las mercancías que salieron por el puerto de Maracaibo hacia Cádiz y La Coruña en el mismo lapso. Mientras Cumaná envió un total de dieciocho millones ochocientos cuarenta y cinco mil trescientos dieciséis reales de vellón; Maracaibo exportó diecisiete millones quinientos treinta mil novecientos sesenta y cinco reales de vellón.

Era Cumaná pues un centro neurálgico. Un dispositivo especial para medir el ritmo de las relaciones entre la colonia y la metrópoli. Un punto sensible para detectar el grado de conformidad o inconformidad de los habitantes de esta parte del país. También como puerto, un punto de entrada y de salida, de ideas buenas y malas, de noticias y de chismes.

Hubo una vez en la Cumaná colonial un inocente bodeguero que, sin saber ni querer, convirtiose en eficiente propagador de ideas republicanas e informó con prontitud a su clientela de los sucesos de Europa al inicio del siglo diecinueve, la invasión de Napoleón a España y la crisis política de ésta. Nuestro muy singular “héroe” a Trinidad viajaba con frecuencia; eran los tiempos del comercio libre, y de allá traía mercancías para surtir su bodega. Y periódicos ingleses y trinitarios para envolver trozos de papelón, lonjas de pescado seco, de res y cuanta cosa le comprasen sus clientes. Y de esa forma puso en manos del público la versión británica de lo que en Europa sucedía y especialmente en España. Aquel hombre dejó huella en la historia, tanto que de él estamos comentando. Violó la censura española de manera curiosa y hasta ingenua. Ideas y noticias corrieron entre olores de especies, pescado salado, cecinas de chivo........etc., pero pasaron. Porque no hay idea buena y trascendente que muera antes de tiempo. Y menos cuando entran en el espacio y tiempo adecuados. Cumaná colonial, economía de puerto, era un terreno fértil para que aquellas semillas germinasen.

Y el pobre bodeguero a la cárcel fue, cuando el poco refinado aparato represivo colonial supo de sus peligrosas zoquetadas; pero después, Cumaná se llenó de héroes, tantos que no podría contarlos. Y aquel humilde bodeguero, fue de los primeros.

Cuando Vicente Emparan, Capitán General de Venezuela, quien también antes estuvo en Cumaná, hasta 1804 de Gobernador de la Provincia del mismo nombre, abandonó el Cabildo caraqueño y manifestó su decisión de separarse del poder, aquel jueves santo del 19 de abril de 1810, estaba presenciando un acto extraño y fuera de lo común en la historia colonial, una coincidencia táctica entre disímiles grupos sociales de aquella Venezuela. Por primera vez, pardos y blancos criollos o mantuanos coinciden en un propósito político y es la primera vez que estos últimos adoptan una posición pública opuesta al centro del poder español.

Aquel “cóndor araucano”, José Cortés Madariaga, cura chileno, fusilado en el sur más tarde por su constancia revolucionaria, agitó su dedo a espaldas del gobernador de Caracas y Capitán General de Venezuela, Don Vicente Emparan, dejó su huella en la historia y marcó la entrada de los patricios caraqueños en un combate que terminaría con las arremetidas colosales de los lanceros del llano en el campo de Carabobo.

En apariencia, la Venezuela colonial era tranquila y complaciente; y parecía así porque, los blancos criollos, los grandes propietarios y productores agrícolas, no tenían motivos para intranquilizarse frente al dominio colonial.

En efecto, motivos no tenían; gozaban del beneficio de la propiedad territorial y también de la mano de obra fundamental, los esclavos. Como dijese Bertold Bretch en “La Opera de los Tres Centavos”, “lo primero es el comer, la moral viene después”.

La economía venezolana estaba organizada para exportar su producción agropecuaria y mineral e importaba mercaderías de las colonias vecinas y de Europa, a ratos libremente y más de las veces como lo indicase la autoridad colonial y en última instancia mediante el contrabando.

En síntesis, en lo interno era una colonia caracterizada por relaciones dominantes de tipo esclavista y feudal en una extraña mezcla, pero volcada al mercado externo y unida a él bajo unas relaciones capitalistas muy definidas. Que es como decir, hacia fuera radiante claridad, hacia dentro una intensa oscuridad.



UNA ECONOMÍA FLORECIENTE



Era una economía floreciente y bien organizada, hasta donde era posible, dentro de las relaciones internas y el dominio colonial. Por esto, los mantuanos se sentían seguros e identificados con aquella situación política; y otra cosa no era de esperar, si bajo la aplastante verdad que encierra el pensamiento de Bretch, analizamos las cifras de la economía en las postrimerías del siglo XVIII.

Las exportaciones del área hispana del continente llegaban a 68.500.000 pesos. De este total, 30 millones correspondían al sector agrícola y 38 millones 500 mil pesos al minero. Las importaciones, incluyendo el contrabando, estaban en el orden de los 59 millones de pesos.

Estas cifras cobran vida y significado, tomando en cuenta que para 1791 los Estados Unidos exportaban 19 millones de pesos e Inglaterra vendía a Francia, Alemania y Portugal, menos de 26 millones.

Venezuela, específicamente en el lapso comprendido entre 1793-1796, exportó la gigantesca cifra para una pequeña colonia de Doce millones 252 mil cuatrocientos quince pesos, un equivalente de 4 millones 84 mil pesos anuales.

Este dinamismo del sector exterior de la economía, que las cifras muestran con elocuencia, del cual los blancos criollos obtenían ostensibles beneficios, explica en última instancia el enfrentamiento de éstos a los iniciales movimientos promovidos por los inconformes, insatisfechos y precursores.









SUBLEVADOS A RITMO DE TAMBOR



La historia escrita de Venezuela reconoce más de 20 sublevaciones de esclavos. En 1795, cuando Juan Antonio Sotillo apenas tenía cinco años y José Tadeo Monagas once, en la sierra de Coro, José Leonardo Chirinos movilizó parte de la población esclava a ritmo de tambor africano y bajo las consignas del abolicionismo y la creación de una república independiente. Dos años después, cuando comienza a madurar una crisis económica, se descubre la conspiración de Gual y España, cuyo programa recogía aspiraciones de José Leonardo y planteó el establecimiento de la libertad de comerciar.

Ni uno ni otro obtuvieron el respaldo de los mantuanos del Cabildo de Caracas. Al contrario, gente de éstos, como el marqués del Toro, Conde de Tovar, Conde de San Javier, de la Granja, etc., acudieron presurosos a ofrecer su apoyo a las autoridades españolas y a exigir se castigase a Gual y España. En Coro, formaron partidas de caza que salieron en pos de José Leonardo y sus hombres.

Y no podía ser de otra manera. Los propósitos de aquellos precursores no tenían validez ni inteligencia en la conciencia y conveniencia de los mantuanos. La independencia les resultaba un planteamiento un tanto inoportuno y por demás impertinente, frente a una depresión que se iniciaba y concebían como coyuntural y transitoria; y por sus sólidos e internalizados vínculos con la historia y cultura españolas. Las propuestas abolicionistas, obviamente estaban dirigidas contra ellos y les sonaban como a familiar de ahorcado cuando le mencionan la soga. En cuanto a la idea del comercio libre, tampoco les era atractiva, pues a lo largo de la vida colonial habían gozado de esa prebenda varias veces desde el 26 de febrero de 1789 sin arriesgar nada y menos sus esclavos.



SE DETERIORA LA ECONOMÍA

Y EL VÍNCULO POLÍTICO



Más tarde las cifras hablarán de crisis y decadencia. Nuestras exportaciones en el lapso 1797 a 1800, descienden a 6 millones 442 mil 318 pesos; una declinación del 50 por ciento con respecto al período anterior. Se opina que, si tomamos en cuenta que para aquel momento los precios habían sufrido una variación, haciendo un ajuste, tendríamos que en comparación con el trienio 1793-1796, las exportaciones del lapso subsiguiente realmente fueron de 4 millones 600 mil pesos. En el renglón de las importaciones también hubo un descenso crítico de un millón 142 mil pesos.

La crisis económica se agravaba al mismo ritmo que empeoraba la situación política española. Para 1793, España guerreaba con Inglaterra; en 1795 el Tratado de Basilea puso fin al conflicto con Francia y en 1797 de nuevo estaba envuelta en confrontación bélica con Inglaterra.

Esos periódicos conflictos habían servido sólo para deprimir económicamente a las colonias, a para decirlo de manera más elocuente, deteriorar sus economías, sino también para debilitar las bases sobre las cuales se sustentaban las relaciones entre España y la clase dominante en la Venezuela colonial, los mantuanos.

Las cifras prueban esa tendencia a la ruptura. Pues de 3 millones 358 mil 155 pesos, valor de las importaciones legales del período 1797-1800, España participó con un monto insignificante, relativamente hablando, de 442 mil 168 pesos; es decir, con apenas el 12.5 por ciento. En tanto que las importaciones de origen diferente llegaron a dos millones 935 mil 987 pesos; el 87.5 por ciento.

Esto demuestra contundentemente que nuestro comercio externo, poco uso estaba haciendo del mercado español a finales del siglo dieciocho. Y explica porque el 20 de abril de 1799, dos años después del movimiento de Gual y España, desde el Cabildo y el Consulado de Caracas, los centros de poder del mantuanismo y, con el respaldo de todos los agricultores, se pide casi insolentemente a las autoridades la restitución de la libertad de comerciar.



En 1808, Carlos IV y su hijo Fernando VII, sucesivamente reyes de España, abdican a favor de José Bonaparte, a quien su glorioso hermano Napoleón, convirtió en rey de España y las Indias; la vieja España había sucumbido ante la invasión francesa. Y estos acontecimientos se conocieron de una forma u otra, en las colonias hispanas. Precisamente, una de las maneras más curiosas fue la relacionada con la anécdota del bodeguero cumanés. Y ese mismo año de 1808, en Caracas, cabeza política de la capitanía, se decidió reducir los aranceles para todas las mercancías que pasasen por los puertos del país en un 20 por ciento. Se procuraba con esto la reactivación de la corriente comercial que seguía decayendo.

En 1809, llega a Caracas, procedente de Cumaná, donde había desarrollado una eficiente labor al servicio del gobierno de España, don Vicente Emparan. Se encargó de la Gobernación de Caracas y de la Capitanía General de Venezuela; le acompaña en el gobierno como Intendente, Basadre. Aquel y éste se acuerdan y deciden derogar el decreto de reducción aduanal de 1808; lo que les generó serios enfrentamientos con el Cabildo y el Real Consulado de Caracas y por supuesto, con los grandes propietarios.



A partir de ese momento, la conspiración crece y se multiplican los héroes. Se genera una como actitud de menosprecio a la autoridad colonial; tanto, que los conspiradores “cantan descaradamente por las calles y con la intención de que el Capitán la oyera, una canción entonces en boga...”:

Retírate que te importa

Que quien te quiere te avisa,

Que la fortuna está en contra,

Que no es para ti la dicha.

Las derrotas españolas ante Francia entre 1809-1810 y la ocupación de Sevilla y la conquista de Andalucía, aceleraron la crisis americana y ahondaron las discrepancias entre colonos y autoridades españolas.

El dominio francés sobre el territorio español, la ausencia de un poder sólido; el deterioro de las relaciones comerciales entre la metrópoli y el mundo colonial desde 1795; los estímulos ecuménicos de las revoluciones norteamericana y francesa, decidieron la participación de mantuanos o grandes cacaos en el movimiento del 19 de Abril de 1810. Pero seguros de lo que hacían, ocupan o llenan la cumbre dirigente que nace. La audacia y el tremendismo de José Cortés Madariaga rompe la continuidad y, él entra por el clero pero también por el sector popular. Pero cuando se discute “irrumpe también como un león en la sala de sesiones uno que vocifera que es el Diputado de los Pardos; es un hombre arrogante, imponente, temerario, de ojos leonados y en ascuas, de ensortijada cabellera ocre, pobladas patillas y recortado bigote: es José Félix Ribas. Es el heraldo de la insurgencia de los negros, de la aspiración igualitaria de las masas, del trasiego social, de la Revolución Popular, precedente de la Federación”.

Comercio libre, convocatoria a elegir el primer Congreso de Venezuela y suspensión de la introducción de esclavos, fueron las primeras y más notables medidas de aquella junta. Y mientras tanto es necesario movilizar las fuerzas del país para defender la nueva situación.

En Cumaná, se sabía bastante bien de lo que sucedía en Europa. “Grupos criollos leían y comentaban en tertulias domésticas las nuevas ideas”.

Y el Cabildo cumanés, ni más ni menos estaba integrado como en Caracas. Y desde hacía tiempo, estaban bien enterados de lo que pasaba en Europa e impactados por los efectos de la crisis que cada día más separaba económicamente a la colonia de su metrópoli.

Cuando en Cumaná se supo, por vía de Barcelona, de los sucesos del 19 de Abril, los grupos dirigentes del Ayuntamiento y del sector popular se apresuraron a integrar su propia Junta de Gobierno. Depusieron al gobernador y el naciente órgano de poder se dispuso a gobernar en nombre de Fernando VII.

No se trataba de un simple acto de imitación a Caracas, sino que fue el resultado de la propia realidad de esta colonia oriental cuyos vínculos con la capital de la Capitanía General de Venezuela, aún no eran muy sólidos. Y esto es bueno tenerlo presente para que se pueda comprender las dificultades que surgirán en el curso de la lucha por la independencia y posteriormente, pasando por la Guerra Federal.

La Junta Provincial de Cumaná produjo dos documentos; en el primero, expresó lo siguiente:

“La Junta de Cumaná quiere expresar a las cuatro partes del mundo cuáles son los principios de su creación: que subsiste en los que señala el honor y sus deberes; que ha imitado a Caracas porque no tiene duda de lo recto de sus intenciones pero decididamente apetece que su soberano o quien lo represente, se haga conocer, para que aquellos que puedan difundir errores y sospechas poco dignas de ser escuchadas, hagan justicia al verdadero patriotismo y sitúen la provincia de Cumaná entre las acreedoras al reconocimiento y amor de su Patria Madre”.

El segundo documento, “es una exposición que hace a la Junta de Caracas, en la cual define y clarifica sus atribuciones y derechos y cómo deberían ser sus relaciones, delimitando muy bien su soberanía como provincia autónoma”.

Precisamente, el juicio anterior, tomado de la “Historia del Estado Sucre” de José Mercedes Gómez, se ve evidentemente ratificado en la cita del primer documento. La provincia de Cumaná, quiere, desde un principio, dejar claramente establecido que es una provincia dispuesta a participar en la confederación, pero conservando en gran medida su independencia.

En Barcelona, los acontecimientos al inicio se manifiestan en los mismos términos; en junio de 1810, la Junta Provincial de Barcelona, que había comenzado a gobernar bajo los auspicios de Fernando VII, opta por plegarse al gobierno de la Regencia; finalmente, en octubre es disuelta la Junta y se crea otra que se manifiesta partidaria de la confederación; se designa a Francisco Espejo gobernador de la provincia y se eligen los diputados para asistir al Congreso de Caracas; entre estos estuvo Francisco de Miranda por el Pao.

Pero el grado de soberanía de los barceloneses, se manifiesta en el “Código Constitucional del Pueblo Soberano de Barcelona Colombiana”, “redactada y concluida en esta ciudad de Barcelona Colombiana el día doce de Enero del mil ochocientos doce”.

En este Código se establece, entre otras cosas que “La República de Barcelona es una e indivisible”. También que “Su pueblo se halla distribuido en cuatro partidos capitulares, cuyas cabeceras son las ciudades de Barcelona, Aragua, Pao y San Diego de Cabrutica.”


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

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