Las jornadas de trabajo alcanzarían 12, 14 y hasta 16 horas diarias. La mano de obra se pagaría, escandalosamente, barata. Féminas y niños extenuados, jamás conocieron los días de descanso. La fuerza de trabajo de los emigrantes, también, y sobre todo, se cancelaría con sueldos miserables. Entre tanto, las factorías norteamericanas llenaban sus arcas. El 1ro de Mayo de 1886 cinco mil empresas de ese país quedaron paralizadas. En Chicago, 80 mil obreros cerraron fábricas y muelles. La Avenida Michigan se lleno de obreros en ropa de domingo. La solicitud era clara: 8 horas para trabajar; 8 horas para descansar y 8 horas para hacer lo que nos dé la gana, la regalada gana. 500 mil obreros, en todo Estados Unidos, estarían en huelga.
Precisamente, en la fábrica Mc Cormick, la policía soltó sus balas contra la multitud. El saldo: 6 muertos y decenas de heridos. Entre la indignación, la arrechera y la lluvia una multitud se congregaría en la plaza Haymarket. Era el 4 de Mayo. El mitin se proclamó pacífico y legal. La historia nos dice que un comunicador social, de origen alemán, Augusto Spies, tomaría la palabra. El dirigente obrero, Albert Parsons, también expresaría su verbo encendido. Una súbita explosión arrancaría la vida de un tombo; otros resultaron heridos. Esa agresión sería producida por las misma policía. La arremetida de la guardia contra la multitud sería a plomo cerrado. 38 muertos y 200 heridos. Aquella cruenta represión destruyó imprentas, realizaría allanamientos, en grandes cantidades, y apresaría a no pocos manifestantes. En Chicago se declaró el Estado de Sitio. La prensa industrial masiva editó esta perla: “para estos vagos harapientos, la mejor comida es una carga de plomo en el estómago”. Alegar una conspiración extranjera sirvió de pretexto dramático para inculpar a los emigrantes. Las clases dominantes se juntaron para pedir a coro la cabeza de la subversivos. Los anarquistas, también, serían acusados. Los dirigentes de aquella poderosa protesta: Augusto Spies, Alberto Parsons, Adolfo Fischer, George Engel, Luis Lingg, Michael Schwab y Samuel Fielden, fueron sentenciados a muerte. El 11 de Noviembre de 1887 se ejecutaría la sentencia. En el patio de la cárcel, una vez más, estaban presentes las horcas. Los condenados cantarían, a todo pulmón, la Marsellesa. Sus tumbas, en el cementerio de Wladheim, siempre tienen rosas rojas. Media década después, en el año 1893, se revisaría el proceso. Los testigos fueron comprados, la provocación contra la policía había sido ordenada por el mismo capitán y el procurador escogió a dedo el jurado. La opinión del juez sería demasiado contundente: “Tal atrocidad no tiene precedentes en la historia”. La Segunda Internacional Socialista reunida en París, en el año de 1889, aprueba el 1 de Mayo como el Día del Trabajador. Las últimas palabras de Augusto Spies, periodista alemán, constituyen una verdadera historia del futuro: ¡Llegará un tiempo en que nuestro silencio será más elocuente que las voces de los que hoy ustedes estrangulan!.