Con bombos y platillos celebró el Gobierno "revolucionario" de Venezuela, el miserable aumento salarial llevado a cabo recientemente. Considera la dirigencia de la nación suramericana que, en el contexto de la supuesta mejoría de la economía venezolana, la subida del sueldo mínimo a casi 30 dólares mensuales es algo espectacular, que beneficiará notablemente a los trabajadores. Es decir, en Venezuela ya todo está normal, y en el ámbito socioeconómico debemos darnos por satisfechos con los ajustes realizados desde arriba. Pero nada más alejado de la realidad, pues los casi 30 dólares están muy por debajo de la cantidad que se requiere para tener acceso a la canasta básica completa, que hoy día es superior a los 500 dólares mensuales. Recordemos que el artículo 91 de la Constitución de la República Bolivariana de Venezuela, establece que para determinar el monto del salario mínimo, se debe tomar como una referencia importante, el costo de la canasta básica:
"Todo trabajador o trabajadora tiene derecho a un salario suficiente que le permita vivir con dignidad y cubrir para sí y su familia las necesidades básicas materiales, sociales e intelectuales (…).
El Estado garantizará a los trabajadores y trabajadoras del sector público y del sector privado un salario mínimo vital que será ajustado cada año, tomando como una de las referencias el costo de la canasta básica. La Ley establecerá la forma y el procedimiento".
Es evidente, entonces, que las autoridades venezolanas han engañado una vez más a buena parte del pueblo; ciertamente los salarios tuvieron un importante incremento porcentual, pero al comparar este aumento con el costo de la canasta básica, es evidente que sirven de poco los nuevos sueldos, salvo los percibidos por los altos funcionarios públicos, quienes no se quejan además porque obtienen otros ingresos, no precisamente de forma lícita.
Y no podía ser de otra manera el nuevo panorama salarial, teniendo en cuenta que la verdadera situación económica venezolana es un desastre, en medio de la crisis agravada por factores como el manejo gubernamental nefasto de la pandemia por COVID-19 y las consecuencias globales de la guerra entre Ucrania y Rusia. Aunque irónicamente este conflicto bélico influyó en el aumento del precio del petróleo, que ha aliviado, de momento, al sector petrolero nacional, casi destruido gracias a la corrupción y la ineficiencia de larga data, a las sanciones y bloqueos, a la baja comercialización mundial del crudo debido a la pandemia, y al robo y casi regalo de activos de la estatal PDVSA (ventas a precios irrisorios) en favor de intereses internos y externos. Ahora bien, más allá del respiro momentáneo gracias a los altos precios del petróleo y a lo poco generado por la explotación minera de la cuenca del río Orinoco, la economía de Venezuela es básicamente de casino, y de bodegones y markets, y por tanto dinamizada en buena medida por el dinero producto del narcotráfico y de otras actividades ilegales, y de la venta de numerosos productos importados. Es una economía básicamente improductiva, distante de una real.