La liberación de Ingrid Betancourt y sus declaraciones ambiguas, pues más que secuestrada, parece que estuvo seis años en coma, son un éxito mediático del gobierno colombiano, especialmente del Ministro de Defensa Santos, el personaje más siniestro del gobierno colombiano que luce ser el candidato de la Casa Blanca si cae el proyecto de reelección de Uribe. Lo de Ingrid se percibe como un odio irreconciliable contra las FARC, no es para menos, y es por eso que los analistas inclinados a la versión del show mediático tienen razón. Algunos hechos decepcionan de la clase política colombiana. La liberación de Clara Rojas, nada menos que la fórmula de vicepresidenta de Ingrid, terminó en fotos de paparazzi en unas vacaciones en Miami con su hijo Emmanuel. El fruto de una relación al parecer sin importancia con un guerrillero. Cuando Ingrid denunciaba a Uribe de paramilitar y hoy día ve factible una nueva reelección, se comprende que la clase política colombiana no puede, ni quiere resolver un conflicto de muchos años. No se habla de reforma agraria, no se habla un nuevo sistema electoral con instituciones renovadas que impidan otro golpe de estado de los paramilitares y narcotraficantes. Uribe en una lucha mediática con la Corte Suprema, que no es otra cosa que una lucha intestina de la élite colombiana para asumir el poder, necesita negociar sin chantajes, alguien que no esté hurgando en sus secretos de paramilitar y narcotraficante como lo hace la Casa Blanca. Y ese negociante es Chávez, quien se atrevió a denunciar los delitos del imperio.
A los colombianos se les hizo creer que la liberación de retenidos por las FARC era el inicio de la paz, y no era cierto. Todo dependía de cómo se daba la liberación, es decir, del fruto de un gesto, una señal de buena voluntad de las partes en conflicto por solucionar el conflicto. Lo que Chávez entendió muy bien y no pudo concretar porque la inteligencia Norteamericana descubrió sus planes. Por el contrario, la realidad es que no hay guerrilleros liberados, asesinaron a Raúl Reyes y se inventaron una cochinada mediática para amenazar a los gobierno de Venezuela y Ecuador a no buscar soluciones pacificas en Colombia, pues va en detrimento del negocio del narcotráfico.
Pero Uribe quiere negociar con Chávez, no solo por los recursos energéticos de Venezuela, sino también por el apoyo popular que brinda la inversión social del presidente venezolano. Uribe quiere entrar en el negocio de Telesur, Banco del Sur, grandes inversiones como el gasoducto y ahora un tren que incremente el comercio con Colombia. Necesita dinero que venga del petróleo y no del narcotráfico, pues su experiencia le indica que negociar con paramilitares resulta peligroso; negociar con políticos resulta ingrato por las denuncias de la Yidis Medina. El negocio de la guerra es tan obvio, que el portal de la revista Semana presenta tres noticias claves, Ingrid potencial candidata a la presidencia, Uribe con apoyo del ¨pueblo¨ para la reelección y Chavez se deschaveta. El análisis por supuesto de unas FARC en la encrucijada, ignorando que el Estado colombiano quedó en manos de la elite del narcotráfico y su fuerza son los paramilitares. Y para colmo, esa cloaca llamada Semana recibe premios de periodismo. El narcotráfico es un negocio político y mediático también.
Uribe traicionará de nuevo, a pesar de la simpatía que siente por Chávez. No tiene otra salida, pues es más fácil desmovilizar colombianos que seguramente tendrán atención médica gratuita en Venezuela a través de Barrio Adentro, que enfrentar el narcotráfico de los Estados Unidos en Colombia. Pero Venezuela no puede ser el paño de agua tibia para los miles de colombianos en la pobreza; tampoco puede ser la nación complaciente de una élite podrida en sus valores humanos. Venezuela tiene que seguir siendo el motor de una revolución que implosione la paz en Colombia, porque esa guerra moral, económica, mediática y militar contra Estados Unidos, pasa por Colombia.
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