Todavía están latentes en el aire las palabras del presidente Chávez arengadas en el Hemiciclo de la República, este 5 de julio, en contra del cardenal Urosa, cuando lo encaramó con sinceridad en el tiempo de las cavernas como troglodita por su actitud y su pensamiento de jerarca de la iglesia arcaica, comprometido con los vaivenes más absurdos que su mente de golpista encaja, desconociéndole la dignidad que no manifiesta en el “cargo” como representante de dios acá en la tierra, sobre todo en la venezolana, más entregado en bondades y bienaventuranza a los ricos y burgueses que a los pobres –a quienes se goza, metiéndole miedo con el comunismo de Chávez- y, además es el estandarte político que le da vida principal al partido opositor que conforma la Conferencia Episcopal Venezolana.
Fue tanta la emoción que puso Chávez en sus frases que se le deslizó una de ellas que no avala la amistad en el presente ni a quien se la dirigió –creo que pecó de amistoso- como fue llamar al obispo Mario Moronta el súper cardenal con respecto al que actualmente tenemos y, como una terrible pirueta quedó en el ambiente tanta simpatía hacia alguien que momentos después lo contradice sin escrúpulos ninguno, sacudiéndolo sin compasión con toda su salva de desmentidos que en nada respalda algún sentimiento de hermandad hacia quien lo alabara, solidarizándose con toda precisión con su cardenal y desmeritando la investidura presidencial.
Se cumplió aquello de: “El niño que es llorón y la madre que lo pellizca”, lo que es un indicio bien sensible que esos fulanos obispos son de la misma calaña, lo que si nos garantiza que ellos son amigos de la limosna y del santo que la genera.
Vaya manera de manifestar por las sobredosis de alabanzas del Presidente hacia la persona del obispo y éste, para mayor fraternidad y acercamiento con su superior, declara sentirse a gusto en la región del Táchira donde se encuentra –contradiciendo lo que afirmó el presidente Chávez de su alejamiento y aislamiento- y sin mucha reticencia denigra de una amistad que jamás ha manifestado a favor de Chávez, lo que ha quedado como ejemplo nuevamente como muere el pez. No hay nada –ni hablado ni escrito- expresado por Moronta que adjunte algún sentimiento de creencia que corrobore por el cual él, haya manifestado estar del lado de Chávez y de la revolución bolivariana. Generalmente se ha mantenido callado, otorgando con su baja iniciativa la más pueril pasividad de sus emociones a favor de alguien en particular a si se llame Hugo Chávez, lo que nos lleva a sospechar que ese obispo no entendió las razones, bien argumentadas del Presidente en su intervención en la Asamblea Nacional que como críticas de desvelo cayeron sobre el indigno cardenal, los que nos incita a especular que la cobardía ni el miedo tienen límites.
“Guerra avisada no mata soldados”, eso es bien sabido por el comandante Presidente y ojala la “gracia” que lo involucra con los obispos le enseñe a tomar las precauciones debidas sobre esos y otros sujetos que nunca se sabe cuál va a ser su reacción y más de esos personajes que en verdad se creen los representantes del todopoderoso en el orbe, para avasallar con o sin razón a quienes les vayan en ganas y observen que ya la comparsa se armó y los remitidos lloverán como puñaladas traperas.
Creo que la “pava” que le cayó al ciudadano Presidente va a durar mucho tiempo en quitársela de encima, por lo que no debe dejar de bañarse con algo lavativo que sacuda fuerte toda esa podredumbre que esos personeros sueltan al viciar la sana paz de los venezolanos, por lo que en particular Chávez tiene que echarse muchas cruces a cuesta y que lo ensalmen de más amor.
Señor Presidente, un consejo por el bien de todos, de ahora en adelante escoja bien a sus amigos. No creo que Moronta haya actuado presionado, eso fue mutuo propio por voluntad peregrina para perder el capelo.
Ojala que dios lo pesque confesado con sus tres golpes de pecho.
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