Mujiquita, aquel personaje galleguiano, símbolo de la adulancia y la mediocridad, era ni más ni menos un prostituto de baja estirpe. Lo era el tinterillo por vender su poco o mucho talento, su falta de probidad y disposición a torcer los hechos a cambio de prebendas. Esto se hizo profesión y corte de servidores de quienes han querido prolongar su dominio originado en la vieja historia.
Barragana y prostituta no significan lo mismo, pese a que Guillermo Morón intente hacer que la gente se lo crea. Según el diccionario, la palabra en desuso que Luis Piñerùa Ordaz, usó en su peculiar estilo y costumbre de apelar a extrañas y recónditas para fingir de culto, significa concubina o segundo frente. Ahora la desempolva el primero, en una actitud falsamente moralista que le denuncia de nuevo poco original.
Angela Lemmo, en libro editado por la UCV, a mediados de la década del setenta, cuando los intelectuales e historiadores estaban ordenados de otra manera, titulado “De cómo se desmorona la historia”, habló de la poca honradez y originalidad que, como historiador en Guillermo Morón, había. Es decir, eso en éste es maña vieja.
El Mujiquita, era y es un pobre infeliz que vendía y vende al mejor postor o autoridad usurpada su poca integridad y acomodaba los asuntos legales para favorecerse y favorecer aquellos. De manera que quien desdibuja la historia, frente a ella se muestra estudiadamente incoherente y deshonesto, como dijo Angela Lemmo, en el libro mencionado, es ni más ni menos un Mujiquita y entonces un prostituto.
Lo son también, aquellos que publican como suyos trabajos de otros, hasta de sus alumnos, como en la historia de la “Doctora Chimba”, contada recientemente por el talentoso Luis Brito García. Estos, además de prostitutos, son usurpadores.
Esos Mujiquitas o putos “tristes”, han prestado sus servicios con goce a intereses extraños a lo nacional, por una dádiva y poca reluciente placa.
No sólo han sido todo eso, sino que no han dudado en servir a más de una barragana, en el estricto sentido que le dio Piñerùa a la palabra, para aplicársela a Blanca Ibáñez, si aquella ha gozado, como gozó ésta, de poder y capacidad de repartir beneficios que satisfagan a intelectuales tarifados.
Morón, mucho de Mujiquita, orgulloso de lo europeo, calificó de barragana a Manuelita Sáenz, con odio. Además, con excesiva audacia, desprecio por las mujeres del país, propio de las clases a las cuales siempre ha servido, más por lo recibido a cambio que por pertenecer a ellas, trata de despreciable a toda concubina, por las 27 que según él tuvo Bolívar.
Si el rey Midas volvía oro todo aquello que tocaba, en la mente dudosa y morbosa de Morón, mujer que tuvo alguna relación con Bolívar, aunque fuese azarosa, fue una barragana o concubina y además despreciable, nada digna de respeto. Una velada forma de manifestar su desprecio por el Libertador.
Blanca Ibáñez, según Luis Piñerùa Ordaz, quien fue compañero de Lusinchi, y el inmoral discurrir de Morón, era una “despreciable barragana”. Pero a ésta, unos cuantos intelectuales, historiadores, académicos, militares de alto rango, hasta obispos y cardenales, rindieron pleitesía. ¿Mientras tanto, qué hacía, dónde estaba el académico? ¿Nunca hizo lobby en Miraflores?
Uno no cree como Morón, que ser barragana, en el significado de concubina, no de prostituta, porque ésta infelizmente vende sus relaciones íntimas y ocasionales, sea indigno. Menos sabiendo bien que por distintas razones, el número de concubinas en Venezuela, por escoger un espacio, es inmenso y entre ellas, aunque Morón no lo sepa, creyéndose resabido, prevalece la honestidad, dignidad y rectitud. Pese la inmoral y asquerosa valoración de un personaje cuestionable y cuestionado. Más de un hijo de concubina, condición de por sí respetable, detentando poder, ha sido objeto de veneración de parte de gente como Morón.
Las clases o grupos a quien Morón defiende, no son extrañas al barraganeo. Gómez, Betancourt, Pérez Jiménez, Lusinchi, Carlos Andrés Pérez, hasta Bill Clinton, por sólo nombrar unos pocos, tuvieron sus barraganas. Tan confusa fue la cosa, que en casos, uno no sabía quién era quién. Y las tuvieron y tienen los millonarios a quien Morón quiere agradar ofendiendo a Manuela Sáenz, sabiéndola muerta como el Libertador. El “historiador” olvida que los demás también saben historias y en especial de Mujiquitas, aduladores de barraganas recién vestidas o rancia estirpe.
Además, está por verse si Morón, en la intimidad es casto, puritano o como el historiador denunciado por la profesora Lemmo.
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