No hay otra forma -desde el punto de vista epistemológico- de liberarse en la estructura de la colonialidad del saber, que plantearse el análisis de lo propio desde las miradas y reflexiones que nos constituyen. Es decir, para quienes nos movemos en el campo del análisis histórico y socio-político, la única vía posible es ahondar en una resemantización de las categorías y conceptos desde los que abordamos la realidad.
Al pretender concretar este planteamiento, en lo relacionado con la formulación de las nuevas utopías -entendidas estas no como imposibilidad real sino como horizonte de referencia alcanzable- encarnadas en los movimientos sociales e insurgentes que se comienzan a dar en la 2da mitad del siglo XX en Nuestra América, tenemos que definir algunos momentos claves.
Momento 1 (1958-1959): caracterizado por la ruptura – no sólo política sino conceptual- con las lógicas de dominación estructuradas en torno al modelo militarista-autoritarista impulsado desde los intereses dibujados en la Conferencia de Bogotá en 1948 – donde asesinaron a Jorge Eliezer Gaitán- con la conformación de la Organización de Estados Americanos (OEA). Este 1er momento, se articula en torno a dos acciones insurgentes: la de Venezuela en 1958 y la de Cuba, en 1959. La primera de ellas, vino precedida por un accionar articulado de organizaciones políticas surgidas en la 1era parte del siglo XX, al fragor de los cambios sociales y económicos catalizados por el petróleo. La 2da, generada con una distancia menor de un (1) año de la venezolana, pero con un sentido más profundo y diferencias marcadas, dado el importante componente campesino y obrero que la impulsó; pero sobre todo por la actitud del liderazgo individual y colectivo que la motivó. Mientras que en el caso de Venezuela, la Junta Patriótica (JP) estuvo conformada por organizaciones con vida política- institucional (clandestina en el caso de AD,URD-PCV, y pública para COPEI), su liderazgo fue permeado por la lógica del acomodo, la tranquilidad de embeleso. En vía contraria, la experiencia cubana, encabezada por el Movimiento 26 de Julio de Fidel y Raúl Castro, el Ché, Camilo Cienfuegos, entre otros; no se dejo arrastrar a la tentación de la reforma y apretó el acelerador de la historia, dando un impulso a la capacidad crítica del pensamiento político. Este momento 1ero, va a aportar en el caso del pensamiento político latinoamericano, la posibilidad de pensarse con referentes históricos y filosóficos propios y no foráneos. Quizá quién lea esto contestará que el socialismo cubano tuvo la impronta soviética; y sin negar la misma debemos reconocer los aportes reflexivos de Fidel Castro y el Ché, por un socialismo más nuestro.
Lo interesante del caso, es que abre paso a un Momento 2 (1970-1979), caracterizado por sostener la posibilidad que dentro del juego democrático burgués pudiera abrirse un espacio que facilitará el ascenso de la alternativa socialista, sin que eso significará claudicar bajo el reformismo acomodaticio. El caso emblemático es Salvador Allende y el gobierno de la Unidad Popular (UP), que sí bien sucumbió bajo la fuerza incontenible, coactiva y violenta de la reacción de los aparatos de inteligencia norteamericana y las redes de sus intereses, demostró las posibilidades que dentro del “juego democrático” tienen las fuerzas de izquierdas. Sin embargo, la experiencia traumática de Allende y la resolución de su mandato, demostró que aún las condiciones socio-políticas no estaban dadas para una “aceptación” pacífica de una transición hacia el socialismo democrático. Por ello, en este momento 2do, hay que resaltar el significado que la Revolución Sandinista tuvo al aportar la posibilidad exitosa de la toma violenta del poder, causando un revuelo en la naturaleza y articulación de los movimientos populares en la construcción de una vía anticapitalista al sistema de dominación.
La revolución sandinista, agregó el elemento de la reivindicación indígena como política de Estado, a través del tratamiento del tema de los indígenas misquitos y su incorporación como sujetos de derecho, siendo un antecedente que se vincula con los procesos constituyentes en Venezuela, Bolivia y Ecuador en el siglo XXI.
Hay un momento 3, que se estructura en torno a los movimientos de retorno a la democracia en el lapso 1982-1989, en donde las organizaciones sociales se movilizan en la lucha por el retorno de los procesos democráticos, al mismo tiempo que se genera una fase de desobediencia social y explosión popular encarnada en los sucesos del 27 y 28 de febrero de 1989 en Venezuela. En este 3er momento, los sistemas democráticos que habían estado funcionando bajo el modelo liberal de reconocimiento parcial de derechos, se ve seriamente cuestionado y comienzan las organizaciones populares a “crear” formas de lucha que serán emuladas por otros actores. Los sucesos de Caracas, tienen su impacto en toda Nuestra América y genera una discusión acerca del modelo de democracia liberal, parcializado y limitado en los canales de participación. Y con eso, abre paso al momento de transición contrahegemónico 1990-2010, en el cual se encuentra nuestra region, experimentando formas asociativas de gran impulso para las organizaciones sociales. En estas circunstancias, debemos profundizar en el compromiso con una sociedad que rompa las ataduras en un escenario postcapitalista.
Historiador
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