Hay cosas que por su naturaleza o por su esencia no están sujetas a pudrirse pero que sin embargo se pudren. Y se pudren -y no tan insólitamente se pudren, digo yo- en ese profano, pestífero y a veces indistinto ambiente que le da vida sobre todo a las malas intenciones, a las desgraciadamente humanas intenciones aviesas y que muy a menudo se ven tanto en la política, como en la politiquería, con suntuosos destellos.
En estos tiempos de revolución todos los que tenemos la actitud honesta de apoyarla debemos tratar de tener a la vez todas las formas de entendimiento muy bien diferenciadas, porque si las tenemos revueltas, corremos entonces el riesgo, casi cierto de confundirnos, y por tanto de darle paso, para que afloren con espinosa naturalidad, todas aquellas y no pocas bajas pasiones que alberga nuestra alma debido no tanto a la poca conciencia, sino más bien a la conciencia materialista y antiética; condición que se nota de manera obscena hasta en la mismísima obispalía católica, que a veces ni se da por enterada del eterno mensaje de Cristo… Presumiendo, por cierto, que hoy en las misas pondrán al Redentor a un lado y pontificarán entonces sobre las virtudes glorificadas de Uribe y de su apóstol Juan Manuel Santos, hecho que no deja de convertirse en un agudo alerta para la sociedad en general, ganada en mucho para la inhonestidad por la inculcación de contravalores perversos típicamente capitalistas, como el pútrido mensaje televisivo y vector eficientísimo de la frivolidad, de la superficialidad, de la irresponsabilidad, de la exacerbación de los bajos instintos; de hacer mediocre el espíritu humano para sus fines inconfesables, y de la avidez por el dinero fácil, entre otros.
Puedo convenir en que algún revolucionario de verdad no esté satisfecho con la lentitud de algunas respuestas que la Revolución da hoy, sobre todo, a cuestiones relacionadas con la cotidianidad, que a veces, en verdad, nos resulta muy venérea: los huecos en las vías, el desdén y la ineficiencia conque muchos agentes autorizados de la CANTV manejan su franquicia, perjudicando incluso la imagen de la empresa; los apagones caprichosos, las fallas del Metro, las ásperas respuestas de los funcionarios públicos y privados (cuando las dan), sus evidentes faltas de urbanidad, sus enfermizas negligencias e ignorancias sobre los asuntos que manejan; sobre todo, en las niveles bajos; la actitud de “guasineros” de algunos burócratas (¡y fíjense que digo algunos, porque otros lo hacen con honor!) de la Revolución, que quizás el único mérito que ostentan, y hasta con manifiesta fatuidad, es el de haber recibido un planazo cuartarrepublicano o ser familiar de algún mártir, pero sin que en su acción se refleje algo concreto que vaya en beneficio ni siquiera indirecto del prestigio de la Revolución; en las “roscas” que se forman y en las rivalidades entre ellas que conspiran contra la eficiencia administrativa y política, y pare de contar. Pero una cosa es eso, y otra que un improbable revolucionario se encabrite por su probable resentimiento personal y escriba un artículo de visible propaganda contrarrevolucionaria, que si el Matacura o Peña Esclusa lo supieran escribir, no les hubiera resultado tan bien estructurado y sobre todo tan eficaz y ajustado como para estimular las glándulas salivares de sus respectivas o mismas jaurías escuálidas, como uno que leyera en Aporrea -no sé si para colmo- calzado con la firma de un señor Antonio Rodríguez, intitulado “Instructivo para permanecer en el gabinete de Hugo”, y que me resultó todo un pudreartículo. Y tanto así, que fue rebotado de inmediato por Tal Cual… ¡Vaya qué nivel de sincronismo! Y que por ello se pudrirá, irremediablemente, en el sumidero de las protervas intenciones políticas e ideológicas de los pseudorrevolucionarios de siempre. Pudreartículo me resultó, pues, por lóbrego, por hiperbólico, por irrazonable, por surrealista, y por felón.
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