Este gobernador, más falso que medio liso, mil veces más mentiroso que el peor impostor que haya podido parir Andalucía, siendo adorador de la lanza verde y puyuda de los copeyanos, un día por la gracia bendita de los hados diabólicos del firmamento, decidió trajearse todo de rojo rojito.
La Caperucita Roja, al revés. Es decir, el lobo embutido en la capa roja.
El traje ciertamente que en absoluto le cala, le resulta harto incómodo y escandalosamente falso, pero igual, él sigue con su facha, tiene cara el tipo…, disfrazado con gorras, escarapelas, capas, morriones, gonfalones y banderitas...
A diferencia de don Sancho (siempre hay que hacer la salvedad), el susodicho disfrazado de rojo rojito, lanza en ristre (siempre con su punta verde), consideró como su principal lema que Venezuela es un país plagado de pendejos y que todos los días se paren centenares de ellos y que hay que cogerlos por manadas, meterlos en un redil y convertirlos en la mayor piara de adeptos que puedan secundar su viles andanzas.
Al principio, este redomado prospecto de bandido y timador, de larga garra y peor morro, vivía languideciendo entre malandros y tipejos de sucia y burdo abandono. Pero él se aferraba a su estrella que titilaba en su interior de pillerías, trácalas y zancadillas, un crápula digno de ser retratado por el genial creador del “Gil Blas de Santillana”.
El perfecto vivaracho, disfruta a un mismo tiempo de la comodidad del vicio y de la reputación que da el poder y los negocios oscuros y secretos. Todo un verdadero artista del disimulo. Infeliz que vive del cuento y del chisme.
Gracioso y miserable, vulgar y repulsivo.
Así como hay en las calles quienes hacen del contrahecho para pedir dinero, él se sostiene sobre el disfraz más ramplón de hombre honorable para perseguir su fin que no es otro que estafar al pueblo y al propio presidente. La clerecía y el empresariado le ayudan en sus fines y le protege.
En una palabra, su destino todo lo ha forjado a fuerza de engaños, vivezas y certeros sablazos.
Es el mayor pícaro de la picaresca venezolana.
Por ignorante es audaz y cuando adopta la piel de meloso (arrastrado) cordero da la vil apariencia de ser alguien juicioso para los imbéciles (que a veces, lamentablemente, hacen de mayoría).
En el eterno río revuelto de las candidaturas, este panzudo que amalgama en su seno todos los cuernos del Judas, se fue a la capital para hacerse con su ínsula Barataria, en nombre de la “revolución boba bobita”.
Con sus luengas “virtudes” de maniobrero, con sus afiladas uñas de carroñero y vivaracho, el prospecto de gobernador en ciernes, consiguió embaucar a unos cuantos faratituleros del gran poder central. Recibió el susodicho el mote de “buen muchacho”. Rozagante, pajarero, balbuceador de memeces indescifrables y otras malditas prendas que suelen engalanar a palurdos, graciosos e impostores, se vino a coger, pues, su ínsula Barataria.
Convirtióse entonces en el más genial morisquetero de todos los tiempos. Su abultado rostro adoptó todas las formas inimaginables de ciertas pastosidades de elementos del reino animal: ora sapo, ora zorro, baba, loro, cabra, serpiente, rata,…
Con la metra de sus ojos en perpetuo estado de agitación, bailoteando como en una noria de un lado a otro. La mentira vibrante que le escuece, la conciencia que le provoca estragos incontrolables en su interior hueco y pervertido. Pastoso, lerdo con su mirada enternecida de vicioso retrasado en todas sus ridículas poses (para descomunales anuncios y vallas), porque maldita sea la gracia, se cree BELLO!!!!!!!!!!!!!!!!
Da risa el tipejo con sus nobles desalmados que le rodean en perpetua perplejidad.
Y hasta ahí lo dejo porque la pluma pugna por echar todo de una buena, pero calma, que todo tiene su tiempo, que hay mucho más que soltar.
Hasta la próxima.
jsantroz@gmail.com