Teodoro Petkoff de encantador de ideas izquierdistas –uf- a un temerario neofascista bien embarrado de neoliberalismo, apalancado dócilmente –se asevera- por los yanquis ayer y, hoy por los dueños de medios de comunicación venezolanos de quienes disentía sin tapujos, denigrando en altavoz cuando los infestaba de frases cargadas de sapos y culebras con sabor antiyanqui en su fase de cabeza caliente que pervirtió a una parte de la sociedad joven venezolana de tanto engaño, frustrándolos hasta más no poder, al jugar descaradamente con la inocencia de conciencia de muchos en ese enredo infructuoso que lo llevó a aspirar: la presidencia de la república sin posibilidad alguna, al igual que José Vicente, al que empujó y apoyó a ello abiertamente, para después traicionarlo sin ninguna pizca de vergüenza al precursor y defensor de los derechos humanos en la IV-R, sin parangón y, de la noche a la mañana Teodoro, se entregó a servirle a la oligarquía criolla en el gobierno de Rafael Caldera en su segundo mandato presidencial, desde donde puso de rodillas al país ante el Fondo Monetario Internacional y no conforme con esa política nefasta para el pueblo, atracó a los trabajadores y trabajadoras venezolanas, quitándole las prestaciones sociales en razón a su sabiduría económica.
De ese individuo hay mucha tela que cortar en la jerga de la politiquería venezolana que como político le han servido de pasantías y no hay una, absolutamente una, donde no haya fracasado, prestándose en su peregrinaje de dañino sin fama a director de un periódico que se aparta de la realidad política del país, para mentir descaradamente sin pie ni cabeza, ni nada que se parezca al darle al puñado de lectores que traducen el engranaje perverso de una noticia y, a quienes ahoga de antojosos sinsabores –ese es Teodoro, alias Tíochoro. Mentor de la frustración sin espejismos.
A ese caballero de las oportunidades por venir, lo han definido sus allegados como un agitador de la cobardía insólita y ligera que como palangrista abre las cloacas del odio en que baña todos los días a sus seguidores al soñar y despertar en el mundo de los escuálidos, convertido en un director de las cayapas que cobardemente acentúa bajo el nivel de sus pretensiones cuando salpica de inmundicias el entorno que escoja para perjudicarlo en su pasatiempo matutino –familiar o amigo, no importa el rango social, lo que importa es hablar mal del régimen y del comandante presidente sin desperdicio de oportunidades, aunque la llama la ponga al revés y al derecho.
Jefe de campaña ha sido varias veces de candidatos como Arias Cárdenas y con todo esplendor de Manuel Rosales –un ladrón de la IV y de la V-R, hoy prófugo- y él se encargó de recoger las migajas de la corruptela que el apoyo económico de la burguesía y afines dejó.
Teodoro es un pensador a ultranza que dispara su truculencia diabólica en la dirección que quiera maltratar y se cuida de distraer el frente de sus amistades como director de Tal Cual con sus editoriales y en Globovisión en el programa que lo consume, generalmente para un público que se viste de luto, esperando el cadáver del muerto que hace once años esperan y que lo ha convertido en carroñero porfiado, siempre a la expectativa para desfigurar el panorama político a su conveniencia en que afirma lo que no puede demostrar y mucho menos mantener como verdad de sus mentiras que se van de paseo al confundir dentro del oficio del periodista, la información veraz y oportuna y no saber llevar de la mano la ecuanimidad que no incline la balanza en perjuicio de la ética que debe ser guía y compañera de un justo servidor y, más si es opositor.
Teodoro, a cada momento brinca la talanquera de las leyes que están en estricta rigurosidad con la Constitución, la que hoy aman y hacen ver que defienden entre las tantas pendejadas que sueltan a diario y Teodoro es uno de ellos que sigue jugando a la dictadura que desean que le devuelva lo que jamás tendrán: la aceptación del pueblo de Venezuela que poco a poco se ha ido orientando y ha sacudido la orfandad en que lo tenían ellos siempre y, dada su baja capacidad de disentir y trabajar por la justicia social de los pobres que fecunde la democracia participativa, se han quedado huérfanos de ese apoyo y no encuentran manera de confundirlos nuevamente.
Teodoro, siempre seguirá siendo el mismo traidor de siempre, pitiyanqui apátrida, recibiendo lo que los gringos con particular atención dispongan de su suerte hasta que la amarga realidad de sus penas miserables se lo traguen por completo, esperando lo que ellos esperan: morir en paz, pero los miserables se entierran solos.
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