Los
chinos y japoneses, movilizaban sus tropas detrás de una consigna.
Desde allí, los estandartes y escudos contienen siempre un lema. Pasando
por Sun-Tzu hasta llegar a Lenin, se sabe que la consigna es el
resumen, la síntesis de la política. La simplicidad y contundencia de
cada frase, es lo que un físico llamaría elegancia. Por ejemplo, veamos
esta belleza: “Tierra, Hombres Libres y Horror a la Oligarquía”. No hay
abstracción, el deseo se concreta en cada uno de los objetos del
enunciado. La consigna de los adecos del 45, recogía de manera chucuta
esta idea zamorana: “Pan, Tierra y Trabajo”. Nada mal, pero no ubicaba
la naturaleza de la contradicción fundante, aquello que llamaría Lacan,
el espacio de El Otro. Es decir, lo que niega la realización de mi
deseo, lo que no se ve pero esta en frente negándome. Estas son
consignas, que a diferencia del discurso despótico, hacen la abstracción
desde objetos concretos. El despotismo de una frase, recae en su
sentido opaco, presentado como inocente giro retorico metafísico y
abstracto; aunque es pura sobre codificación que verticaliza su propia
configuración, en la misma medida que se presenta como textura lisa.
Lectura narcisista que solo tiene mirada para si mismo. El despotismo es
aplastamiento del otro por negación. En Zamora, por ejemplo, El Otro es
reconocido en la medida en que es implacablemente confrontado, mientras
que las consignas fachas son presentadas como desideologizadas y por
ello universales, borrando la precariedad de aquello que me amenaza con
su anfibología. En el discurso despótico no hay otra promesa que no sea
la de tirar la barda lacaniana, ofreciéndose como espacio de protección,
muro de alianza y fin de la indefensión precaria, producto de la
indeterminación y la contradicción, zona de inteligibilidad sin
sobresaltos, en donde queda suspendido el caos y abolido el peligro, el
cual ocupará desde ahora un espacio reducido y controlado. Su promesa
escondida es el fin de los procesos de cambio, acompañada de riqueza y
complicidad tranquila. Todo lo demás queda reducido a un afuera poblado
por barbaros. Es la creación de un adentro: Roma y sus muros. El
discurso despótico es vertical: “Para vivir y progresar en paz”, Esa es
la consigna que resume “el ideal” de la autodenominada Mesa de la Unidad
Democrática. Aquí no hay equilibrismos semióticos. Ante esta
desfachatez uno se queda boquiabierto, sin saber si se trata de una
sínica ironía o de un soterrado homenaje a CAP. Bastaría con pasearse
por la historia de las consignas de la derecha mundial para comprobar de
qué se trata. Fue pensada apelando a esa tradición ¡Que peligro!
Fascismo puro reclamado desde aquellos que se proclaman demócratas. El
idílico sueño burgués de una vida placida y tranquila, sin lucha de
clases. Ante nuestras narices, una consigna típicamente de derecha, que
nos recuerda el emblema del escudo del Brasil; “Orden y Progreso”; y las
consignas gomecistas y franquistas; o el comic “El Cuarto Raich”, cuyo
lema era “Paz y Ornato”. Un discurso sin atributo, diría San Agustín,
que tiene por virtud, aquello que de suyo la virtud pretende para sí.
Código de sumisión e introspección individualista, que apela a lo más
recóndito de los miedos; un dedo que jorunga al deseo agotando el
carácter social y la pluralidad humana, liquidando cualquier alteración
(y alteridad) en nombre de “la paz y el progreso” (¿Cúal?). Una línea de
demarcación, un orden de delimitación, una fuerza violenta que
reclama lo que no hay, aquello que esta ausente y se asegura de
imponerlo más allá de la promesa ¿Quién o que garantizará ese “vivir y
progresar en paz” ante las hordas que pretendan desbordarse? ¿Sera como
el 27-F, “la autoridad” del estado la que garantice el orden?
juanbarretoc@gmail.com