En julio del 92
el difunto Juan Nuño publicó en un diario de la capital, que
hoy se encuentra abrumado por el peso de un bochornoso desprestigio,
un artículo que sorprende por su capacidad de anunciar el futuro. En
esa nota sólo cambian los actores y las papadas superpuestas, las cuales
se han transformado en pellejos macilentos, cuarteados por la implacable
acción de las arrugas. O mejor dicho, el papel que estos actores habían
venido desempeñando en el burlesco escenario político nacional. Porque
los que antes fueron gobierno, por ejemplo, hoy constituyen una enclenque
y agonizante oposición, que lo único que es capaz de hacer, junto
con quienes le hacen un trémulo y desfalleciente coro, esto es, junto
con quienes apenas son un eco distorsionado por una acústica imperfecta,
es promover acciones terroristas y vociferar sus plañideros y entrecortados
bramidos de renuncia, renuncia, renuncia, que más pareciera la letra
de un himno a la senectud que a una perentoria exigencia. El artículo
en cuestión, titulado “La Consagración del Invierno”, dice textualmente
así:
“Ante la sumisa
veneración de los nuevos adoradores de antiguallas, repatingados en
sus privilegios y aletargados por los vapores de la adulación, solemne
y hieráticos, oficiaban los nuevos Budas. Surcados de arrugas, recargados
de pliegues, entreverados por papadas superpuestas –como el gordito
de la Asamblea-, voluminosos, orondos e impasibles, se ofrecían a la
beata contemplación de sus ocasionales feligreses. Consecuentes con
su machacona doctrina, tan simplista como apocalíptica, desgranaban
idénticos mantras, una y otra vez repetidos con voz cansona y espíritu
agorero. De entre las monótonas letanías, recamadas de sombras y amenazas,
se desprendía un único sonido inteligible, eternamente el mismo: renuncia,
renuncia, renuncia, que coreado por la dócil masa de focas amaestradas
que los escuchaban en místico arrebato, terminaba por desvanecerse
en un débil ritornelo, cansón y amortiguado: nuncia, nuncia, nuncia,
suerte de conjuro imprecante para alejar el mal espíritu que a todos
desazona, agita y convoca.
Frente a la realidad
de un mundo estremecido por los jóvenes, necesitado de sangre nueva
e ideas renovadoras, los cultores anacrónicos del invierno y fanáticos
adoradores de la senilidad, sólo ofrecen el retorno a un Consejo de
Ancianos Ilustres. Para ello, los traen y los llevan, los desentierran
y desempolvan, los halagan, los visitan, les hacen declarar a toda hora,
los maquillan y recomponen ante las cámaras y los convierten, sin mayor
esfuerzo, en lo que ya son desde hace tiempo: venerables budas vivientes,
fetiches fijos en un tiempo inmóvil e impreciso, intangibles oráculos
dedicados a emitir sentencias sagradas en lugar de mortales palabras
-¿Pascuali, Petkoff?- Bajo su advocación, buscan unos y otros medrar
en las aguas revueltas de cualquier escenario dísculo. Tras las aciagas
elegías de los budas avanzan las ambiciones mal disimuladas de los
oportunistas, y apenas si se esconden intenciones protervas.
Mientras los santones se dejan
adorar, satisfechos de su invernal consagración, tardía y clamorosa,
en el ocaso más definitivo de la existencia.. Después de haber llevado
una vida de notorios mortales, con amplio y selecto destino, ascienden
al papel supremo de deidades de tribus, dioses penantes, ídolos protectores,
íconos intocables, reverenciados y exaltados como encarnaciones duales
del Gran Buda, beatífico, imperturbable y dispensador de bienes y virtudes
sumas.
Tan melancólica
y desfasada sonata de invierno consagra la orientación de la política
venezolana, penetrada de senectolatría y entregada a la superstición
de los mayores hasta el punto de llagar a esclavizarse en una transitoria
religión de resentimientos, venganzas y desquites, características
de los ancianos -¿cómo. Sólo falta el Stravisnky que recoja en el
pentagrama esta patética y sombría consagración del invierno”.-
Ancianos, agregaría yo, como Pasquali, Petkoff y demás representantes de una oposición decrépita, que reclama con urgencia la piadosa reclusión en un ancianato o en el manicomio.
alfredoschmilinsky1@hotmail.com