Del ñoñismo a la falacia veraz

Los griegos no llegaron a utilizar la palabra Amor.

No les hizo falta.

¿Para qué calificar algo que sabían hacer como beber agua o respirar?

Y como sabían vivir, nosotros los necios de occidente (los que heredamos aquella cultura), los llegamos a catalogar de “depravados.

Un griego genial de aquellos tiempos no habría podido enviar un artículo a cierta prensa venezolana porque causaría un escozor horrible a los censores.

Tenemos periodistas o dueños de periódicos que no saben qué significa la palabra ñoñismo, y venga te echan el artículo en la basura porque les da flojera averiguar si se encuentra o no en el diccionario.

Insisto: en occidente tenemos la fulana palabrita Amor y la usamos hasta con las mascotas, pero no sabemos qué significa.

Lo que nos está matando es la incultura y la ignorancia.

En Venezuela sólo los imbéciles saben “Amar”.

Somos amargados, descorteses y desarrapados que arruinamos las ocasiones más sagradas de la vida en nombre de alguna satisfacción burdamente personal u ocasional, pero “amamos” la paz, “amamos” la patria y “amamos” sobre todo al bolívar (la moneda. digo).

En cuanto alguien se encubra se vuelve un amante de lo que se le atraviese y le proponga y promueva la prensa, aunque por dentro lleve a un Torquemada.

En Venezuela abundan los homínidos con títulos universitarios, o politiqueros opositores bien trajeados con poderes extraterritoriales que lo blindan para hacer lo que nos venga en gana.

Remilgados doctores que jamás se han leído un libro, y para los cuales es inútil que procuren leerlos porque no nacieron sino para evacuar pruebas.

Uno va por la calle y comprueba esa falta horrible de amabilidad que arruina las horas, y que los imbéciles llaman falta de recursos monetarios. Y por eso se lanzar a hacer juergas de hambre.

Si somos imbéciles es porque nos faltan recursos en dólares preferenciales.

Nadie procura en tratar bien al prójimo porque nos faltan recursos, digo.

Te echan el carro encima, te lanzan tacos monstruosos, te insultan y te nombran la madre porque les faltan recursos.

Nada humano les funciona, carecen de sentimientos nobles, están totalmente imposibilitados para algún acto cordial y fraterno, para algún gesto de desprendimiento porque les faltan gónadas y recursos.

Y hacen juergas y paros, te arrinconan, te tiran los papeles por alguna taquilla, son abandonados y sucios, canallas y mentirosos, palurdos y necios porque les faltan recursos.

Y lo dicen sin tapujos: “cuando me paguen lo que quiero, trabajo”, y viven como viven, chismorreando, holgazaneando y ladrando y manifesteando en lugares como la ONU o la OEA donde se supone están los gentes que algún día pueden condenarnos.

Y eso es lo que nos arruina las horas, ese mar de escuálidos en permanente quejadera sin razón ninguna.

Uno busca un gesto amable en esos seres, y lo que te vienen a hablar es de partidos, de ladrones y reconvertidos: te empañan el día de groserías y desplantes, muecas ordinarias y agresivas.

Y resulta que cuando vivimos la época de las Vacas Supergordas, fue lo mismo, y entonces ellos o sus parientes gobernaban.

Porque a ellos lo que les hace falta es ocupación mental.

Son unos desocupados mentales, y quieren llenar el vacío de sus almas con recursos y consumismos, y eso es imposible.

Pero lo que más mata la amabilidad es la incultora, de esta gente.

Aquí no podría vivir un Quevedo, ni le permitirían una línea en los periódicos poderosos a un Paco Umbral.

Para los escuálidos es un pecado ser distinto a lo que ordena el imperio.

Está prohibido para ellos escribir sin ñoñismos.

Para ellos todos tenemos que ser remilgados.

Al que tenga estilo le dan morcillas.

No entienden que se trata de estilo.

Ellos el estilo te lo quieren imponer desde un despacho.

Hay que ser grises y muy vagos al escribir.

Y quien te impone esa ley no es un Cervantes, no es un Ramos Sucre, Juan Vicente González, Rafael María Baralt, Andrés Bello o Cecilio Acosta. Puede ser alguien que nunca haya escrito una línea, pero tiene el poder sobre el milagro de la palabra impresa.

Se vive hablando de los derechos del hombre pero ellos te cercenan el pensamiento. Le hacen una autopsia a lo que piensas: Ponen las entrañas, las tripas sobre una mesa de disección y dice: “Aquí hay algo que no debe ir”.

Y no va.

No hay nada más veraz sobre la tierra que la creación.

Es lo único veraz, pero está prohibido en Globovisión, en El Nacional.

Nadie pone en duda “Cien años de Soledad”, ni a “Doña Bárbara”, ni a Don Quijote, que nunca existieron pero que son mil veces más veraces, por ejemplo, que la MUD, que la OEA, que la ONU.

Lo veraz es lo que queda, lo que entra en la sangre y en los nervios porque ya estaba, y lo puso en movimiento un creador, un buceador un arquitecto de ideas.

No existe la información veraz.

La que existe y queda es la manera de dar una información.

Por ello, de un periódico serio lo que importa es la Opinión o como tú seas capaz de redactar un mensaje.

Todo lo que vale de una época siempre lo recogen unos pocos avezados talentos y eso es lo que se busca en los archivos, en las hemerotecas, en las bibliotecas. Aquí se murieron de mengua, asfixiados, gente de mucho talento, porque vivieron entre escuálidos mentales, entre gente inculta, irreflexiva, descortés y sin sensibilidad para el arte.

Por eso murieron locos o atormentados, entre otros: Reverón, Ramos Sucre, Rafael Rangel, Juan Manuel Cajigal, José Francisco Torrealba, Pío Gil, José Vicente Ortíz, Argenis Rodríguez.


jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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