Si uno pudiera vengarse de los malditos que lo condenaron al ostracismo, sobre todo José Antonio Páez, Vicente Azuero, Francisco Soto, Fernando Gómez, Leocadio Guzmán, el mismo Joaquín Mosquera....
Se lo dice el Libertador a Estanislao Vergara, el 25 de septiembre de 1830: “No espero salud para la patria. Este sentimiento, o más bien esta convicción íntima, ahoga mis deseos y me arrastra a la más cruel desesperación. Yo creo todo perdido para siempre; y la patria y mis amigos sumergidos en un piélago de calamidades; si tuviera más que un sacrificio que hacer y que éste fuera el de mi vida, o el de mi felicidad o el de mi honor…, créame usted, no titubearía; pero estoy convencido que este sacrificio sería inútil, porque nada puede un pobre hombre contra un mundo entero, y porque soy incapaz de hacer la felicidad mi país me niego a mandarlo. Hay más aún, los tiranos de país me lo han quitado y yo estoy proscrito porque, así que yo no tengo patria a quien hacer el sacrificio”.
Páez al condenar a Bolívar al ostracismo, respondía al mandato godo que llevaba en su alma de esclavo todavía: fue un acto producto de esa Venezuela desgarrada por tres siglos de tiranía, servidumbre y represión. Los godos expulsaban a Bolívar con el antifaz del liberalismo, que ahora se colocaban los Leocadio Guzmán (en Venezuela) y los Santanderes en la Nueva Granada.
Hubo una hora de génesis del pueblo venezolano en Bolívar como dice Martí, que puso a vibrar las almas en una odisea triunfante. Pero esa hora fue eso, una hora, muerto el grande hombre sobrevino un pánico y una hecatombe de muerte y silencio, de servidumbre y calma tal cual como aquí se conocía en la colonia.
Aunque parezca mentira, ya los adecos y copeyanos existían. El primer gran adeco fue José Antonio Páez (a decir del escritor J. E. Ruiz Guevara), y el primer gran copeyano disfrazado de liberal fue el gachupin Antonio Leocadio Guzmán. Así como el Álvaro Uribe Velez de aquel entonces se llamó Francisco de Paula Santander.
Porque lo adeco es en la fase turbia de esta historia la excresencia populachera más artificiosa de nuestra venezolanidad: engendrado por líderes de partido que pensaron que parecerse al blanco que les desprecia, veja y humilla es el camino hacia la redención (y eso lo llaman progreso o mejorar la raza); que hablan de amor cuando persiguen la muerte, que piden paz con el puñal de la inquina bajo el brazo.
Lo copeyano es la otra sentina que supura el barro antiquísimo de la inquisición (de la más vil intolerancia), y que se coló por entre la adoración al Cristo y a las vírgenes.
Para Miguel Acosta Saignes dice que de Bolívar se hizo un altar con toda una pléyade de sacerdotes (yo digo que el principal de todos fue Vicente Lecuna) para a la postre convertirlo en un símbolo paralizante.
“Que muchos historiadores y políticos (yo incluyo entre los más negativos a Francisco Herrera Luque, Germán Carrera Damas, Manuel Caballero, Rómulo Betancourt, Rafael Caldera) lo presentan aislado del mundo, para que la enseñanza de su esfuerzo resulte baldía y para que las masas combatientes en el mundo de la segunda parte del siglo XX, no vean ejemplo y enseñanza en las peleas de los esclavos, de los pardos, de los indios, de los mestizos, quienes formaron los ejércitos de la liberación.”
Hay que verlo así, y el propio Miguel Acosta Saignes lo puntualiza, Bolívar es la esencia de lo positivo creador, y unificador de lo nuestro.
Esas dos fuerzas que se enfrentan a finales de 1830: Bolívar contra el binomio Páez-Santander están plenamente vigentes en este instante de vida republicana. A la postre el binomio Páez-Santander se inclinan y adoran al becerro del capitalismo (de los regatones que odiaba Bolívar) norteamericano y tratan de entender nuestras luchas a través del enciclopedismo europeo y del sistema político de Jefferson y Monroe.
Ante el pensamiento del Libertador: “COMO LA CORZA HERIDA LLEVAMOS EN NUESTRO SENO LA FLECHA Y ELLA NOS DARÁ LA MUERTE SIN REMEDIO. NUESTRA PROPIA SANGRE ES NUESTRA PONZOÑA…”, me he preguntado: ¿se referirá en esa clarividencia profética a la ponzoña atávica de la maldición partidista adeco-copeyana?
Bolívar, desde el terrible encontronazo con Juan Bautista Irvine en 1818, nunca más quiso ningún tipo de trato o relación con los regatones del Norte, y por eso en 1820 expresa “jamás conducta ha sido más infame que la de los norteamericanos con nosotros: ya ven decidida la suerte de las cosas y con protestas y ofertas, quién sabe si falsas, nos quieren lisonjear para intimar a los españoles y hacerles entrar en sus intereses.”
No existe un solo elemento en toda la gran batalla del pensamiento bolivariano que esté a favor del carácter y del proyecto político de Estados Unidos, y con el que alguna facción hoy pretenda venir a decirnos que sí, Bolívar alguna vez consideró a los sajones del Norte como nuestros hermanos en ideas, luchas y conceptos de libertad y principios humanos.
“Nosotros –dice Miguel Acosta Saignes- lo vemos como el genio resultante de los esfuerzos de muchos sectores: el de los criollos dirigentes del proceso de libertad con sus propios designios; el de los ejércitos mixtos, que sufrieron infinitos sacrificios y enseñaron a Bolívar cómo era en realidad su vida cotidiana, en marchas innumerables a través de Venezuela, de Nueva Granada, de Perú, hasta del Potosí; el de los esclavos, también, que en algunas regiones, como en el oriente de Venezuela en 1813 y 1814, lucharon con entusiasmo al lado de los patriotas y en ocasiones, como durante esos mismos años en los Llanos, erraron el camino del progreso inmediato, que era la libertad nacional, pero obligaron al propio Bolívar, y a los criollos, a tomarlos en cuenta como inmensos factores en la lucha. No sólo el deseo de Pétion, en 1816, llevó a Bolívar a promulgar la libertad de los esclavos en Carúpano y en Ocumare, sino el convencimiento, nacido de la lección del Año Terrible de 1814, de que no se podría lograr éxito sin contar con el concurso de todos los sectores, incluidos los esclavos, bravísimos combatientes que nada tenían que perder, sino sus cadenas. Bolívar sintetiza históricamente el esfuerzo de miles y miles de combatientes a quienes él condujo, pero de quienes aprendió, y sin los cuales nada hubiera podido hacer. Pardos, mestizos, negros, indios, blancos, constituyeron los ejércitos de Sucre, de Páez, de Mariño, de Piar, de Urdaneta, de Flores, de Montilla; y a ellos se añadieron durante algunos años legionarios de otras sociedades, venidos de Europa a sufrir y luchar en tierras tremendas, a veces por la paga del mercenario, a veces por el convencimiento del inconforme. Sin el ejército de Mariño y sus negros y mulatos antillanos, junto a los esclavos de Paria, poco habría logrado Bolívar después de la Campaña Admirable de 1813, ni habría podido volver a Tierra Firme e internarse en Guayana, después de su fracaso de Ocumare. Sin Piar no habría obtenido el dominio de Guayana; sin Páez no hubiera podido cruzar los Andes para libertar a Nueva Granada en Boyacá. En las constituyentes y en los congresos estuvieron siempre presentes militares, pero, de manera muy decisiva casi siempre, civiles como Revenga, Roscio, Zea, Unanue, Olmedo y tantos otros dedicados a la economía, la política, la diplomacia, la legislación y guardianes de los intereses de su clase.”
La labor de depuración de los antepasados del Libertador, y de su propia vida pasó por un proceso de sacralización. Se quemaron muchas de sus cartas, se retocaron horriblemente documentos y testimonios relatados por personajes que le conocieron de cerca. La oligarquía caraqueña y bogotana le pulió los bigotes, le aplanó sus arrugas de pliegues dolorosos, negó que su sangre fuese mezclada y se dijo que era blanco puro; sus estatuas y muchas de sus pinturas se adulteraron para darnos el rostro de un hombre netamente europeo, incapaz de tener un ápice de presencia americana, criolla y compuesta del subsuelo rico y múltiple de nuestras gentes.
Pero así como Bolívar fue víctima de la esclavitud sembrada por los godos durante tres siglos, y a la postre quedó sin patria por la cual luchar, expulsado de su tierra, abominado y traicionado por los hombres a los que había elevado a los más altos sitiales, y vituperado por las potencias extranjeras, así persiste un remanente de ese país enfermo por aquellas mismas causas que generaron al adeco y al copeyano eterno que reverbera con sus malditas y tenaces falacias en los templos, en la prensa, coaligados con la oligarquía en trato con la canalla internacional que siempre ha querido apoderarse de nuestros recursos.
Miguel Acosta Saignes hace un minucioso estudio de la situación económica de Venezuela, recorriendo toda nuestra geografía, y los conflictos sociales durante la colonia y durante el proceso de la independencia. Qué se producía, que comíamos, de qué manera nos sustentábamos, y por qué, esos caracteres de la producción, influyeron en el proceso de la liberación del yugo colonial.
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