La educación en Venezuela se encuentra seriamente perturbada. Los que más deben estudiar que son los maestros, son los que menos lo hacen. En secundaria los muchachos pastan perdiendo el tiempo y la vida.
La parte esencial de la enseñanza está en los primeros años de vida. Todo lo malo que se haga en esta etapa repercutirá para siempre.
Se puede estudiar de todo en los primeros años de formación, pero debe hacerse con disciplina y constancia. El fin de todo conocimiento debe ser procurar llevarnos algún día a la necesidad de investigar sobre algún tema. Volar uno por sí mismo entre las ideas, entre los métodos del trabajo creativo, entre las estructuras abstractas. Construir mundos de la nada, crear herramientas nuevas dentro del saber, producir cambios en el pensamiento universal.
Un país sin este procedimiento de conocimiento no puede hacer realmente una revolución.
La única y verdadera revolución está en la evolución del conocimiento.
El que no investiga no conoce el alma del saber.
Investigar nos lleva a respetar la ciencia, nos lleva a ser serios con la vida, con la cultura y con el proceso educativo mismo.
Un revolucionario es por sobre todas las cosas un ser pensante, un ser consciente, preparado, que lucha, que obra y que crea.
Nuestras universidades no están hechas para estas cosas, sino para entregar títulos como quien reparte agua con azúcar.
Por eso, nuestras universidades se han convertido en una fábrica de testarudos sesudos, de radios-locos, divagadores incesantes y sobre todo de cobardes.
No se crea, el conocimiento requiere de mucha valentía, de mucho arrojo y de audacia. Hay niveles del conocimiento que provocan pánico, y es allí cuando hay que demostrar si se está o no preparado mentalmente para desafiar las mil adversidades y demonios que traen esas leyes oscuras y sin nombre todavía. Es entonces cuando muchos tiran la toalla y optan por ser unos simples profesores dedicados sólo a dar lecciones rancias, sin espíritu para desafiar nada. Y de allí en adelante, convertidos en eunucos, se dedican a castrar jóvenes.
Uno en realidad pide la revolución del espíritu que es la única posible. Esa revolución que logró Bolívar en sus terribles años de soledad, después de muerta su esposa. Sin ella nosotros no hubiésemos podido tener independencia.
Realmente necesitamos una educación que renueve y profundice el conocimiento, el saber y la investigación en todos sus niveles. Eso no se está haciendo. Hay que hacerlo urgentemente, o si no quedaremos chapoteando en el barro como lo hemos venido haciendo desde siempre.
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