Luego de unos días de vacaciones (las que pretendo seguir tomando año a año aunque las piernas cada vez más me tiemblen y rezonguen durante su curso) y de haber observado críticamente en Caracas algunos detallitos tontos pero esenciales de los servicios públicos que ofrece la Revolución, y luego también de haber puesto al día a mi regreso los asunticos siempre venéreos atrasados, me dediqué de nuevo a pensar en las pendejadas sobre las que de vez en cuando escribo. (Y sepan mis lectores que a mí, escribir, me hace feliz).
Y hoy lo hago sobre el plagio debido a una noticia que leyera sobre la condena que, por tal razón, le impusiera la Audiencia Provincial de Madrid, por 80.000 euros, y luego de entreveros judiciales, al conocido escritor español Arturo Pérez-Reverte, producto de la demanda que contra él incoara el cineasta Antonio González-Vigil, quien lo acusara de plagiarle un guión de su autoría. Pero es que el plagiario de marras no sólo es un conocido escritor, sino que también es uno de los académicos de la lengua.
Pero en todo caso no quiere decir ello que algún otro escritor popular sea o pudiera ser acusado de plagio, porque, para que alguno lo pueda, tiene que ser imperiosamente famoso, además de haberlo hecho. ¿Quién pudiera ocuparse entonces de acusar de plagio a un escritor indocumentado y sin moto propia sin que ello constituya un acto mondo de ociosidad? Confieso haber practicado una que otra vez, premeditadamente el plagio, para ver si algún perito salta y me desenmascara. Y nada. ¿La razón? ¿Quién carajo se va a ocupar de un escribidor tan recóndito como este servidor de ustedes? (Pero tampoco es que aspiro a que piensen que todo lo que escribo es plagio. No es así). De lo que sí estoy seguro es, de que si por algún lechazo del destino llegara a ser post mortem un escritor reconocido, anoten que seguro me sacarán esos plagios premeditados que he confesado.
Definir el plagio va desde considerarlo como “copiar en lo sustancial obras ajenas, dándolas como propias” (RAE); como “imitación no reconocida” y “copiar a un autor y atribuirse indebidamente pasajes de su obra” (Diccionario Francés ROBERT), hasta como un “acto de admiración y codicia”, tal la sutil y psicológica definición de Emil Domec. Nadie plagia algo que no admire, salvo que lo haga por un acto de indigno utilitarismo.
Porque es que de plagio han sido acusados los más encumbrados o sobresalientes escritores. Desde el mismísimo Gonzalo de Berceo (siglo XIII), considerado como el primer escritor de nombradía de la literatura en lengua castellana, pasando por Garcilaso de la Vega, San Ignacio de Loyola, Mateo Alemán, los insospechables Miguel de Cervantes, Quevedo y Góngora y, en nuestros días Pablo Neruda, Gabriel García Márquez, Carlos Fuentes, Camilo José Cela, Bryce Echenique y Arturo Uslar Pietri, como venezolano, aunque quizás no sea el único criollo.
Y es que hay también otro asunto (al menos modernamente) cual es que ser un escritor famoso, en el fondo, pudiera ser un negocio, porque un escritor famoso gana real que jode cuando es consentido por una editorial privada que lo haya promovido incluso mediante los premios literarios (algunos amañados, según indubitables resultas) cuyas sumas constituyen un anticipo de las potenciales regalías. Y tal posibilidad pudiera ser, por tanto, un estímulo para el plagio como una reacción de inmediatez para fines de ver pronto los reales porque ya no aguanta más el escritor su personal peladera de bola. Y es por ello que el escritor, primeramente pela-bola y remunerado luego en forma rumbosa por sus ventas masivas, también pudiera terminar siendo, o un sensiblero, o un burguesote amanerado y de bufanda, y hasta propagandista del neoliberalismo y del fascismo, como es el caso del último Premio Nobel de Literatura.
En fin, pareciera que nada tiende a gozar de entera dignidad en este mundo. Y es una lástima.
Pero resulta que hoy en Venezuela se está viendo otro tipo de plagio: el político. Y lo practica la perezosa MUD, un como gueto electoral conformado por dirigentes de amplios y vergonsozos antecedentes (reprensibles tanto penal como políticamente) y en lo ideológico, presuntamente, por fascistas y revolucionarios. Ellos, que lo único que hacen es hablar paja, beber aguardiente y fanfarronear en Globovisión y ahora en el hemiciclo de la Asamblea Nacional, esperan que Chávez se parta su trasero presidencial estudiando y forjando fórmulas creativas para la instauración del Socialismo del Siglo XXI, para luego ellos plagiarlo dada su mañosa incapacidad de reconocer ante el pueblo que sólo esperan asaltar el poder para ponerlo al servicio de las trasnacionales y de la bribonada administrativa que vaya en sus estrictos y diferenciales beneficios personales o grupales. Y que para ello, en verdad, no vale la pena estudiar. Simplemente pretenden hacer ver, con sus plagios, que si ellos están dispuestos a hacer lo que Chávez hace, entonces, ¿para qué quieren de nuevo a Chávez?
En la MUD la flojera y desidia de sus regentes serán por tanto fuente de plagio como resuelve político violento, además de lo que les ordenen de la Casa Blanca por ser tan notables pedigüeños.
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