¿Cuáles son los elementos esenciales de su pintura? Preguntó el joven periodista Oscar Yánez a Armando Reverón en El Castillete de Macuto, estado Vargas. Blanco y mierda, respondió el pintor, al tiempo que le pedía que no lo llamara maestro. Son unas cuantas las escenas que sobresalen en la película Reverón de Diego Rísquez sobre el artista venezolano, estrenada la semana pasada en Venezuela. Rísquez “pintó” a un Reverón artista, íntegro, bondadoso, sensible, atormentado, honesto, genio, rebelde y desprendido. Y “loco”. Un Reverón que despreciaba lo material, el dinero, los honores, la hipocresía de la sociedad civil y la clase política caraqueña de principios del siglo XX, que terminó encerrándolo en un sanatorio para que en lugar de curarlo, para que en lugar de vivir, muriera.
Luigi Sciamanna, protagonista, quien interpretó al “loco de Macuto”, es también coguionista, cantante y autor del tema musical principal, Niña dulce, del largometraje. Sobresalen varias escenas pero sobre todo sobresalen las actuaciones de Sciamanna, quien logró introducirnos en la psiquis del artista, en las luces y las sombras del “mago de la luz”, y la de Sheila Monterola, la eterna Juanita de El Castillete. La eterna madre, novia, hermana, niña traviesa y amiga de Armando.
El rebelde Reverón pagó con encierro su desparpajo, su displicencia con el poder, su desprecio por el dinero, su desprecio por los homenajes, por los premios. Pagó con encierro su infinita genialidad expresada en sus lienzos, su tormento que recreaba con la compañía de sus muñecas de trapo, con la compañía de Juanita, con la compañía de sus amores presentes y ausentes.
Apellidos como Boulton, Gerbasi y Phepls aparecen y desaparecen de escenas para mostrarnos una solidaridad marcada por la prepotencia y la incomprensión. También a ellos los despreció el “loco de macuto”, por su empeño en sacarlo de su mundo de fantasmas, luces, sombras y convicciones en los que no cabían sus “representaciones” humanas. Que despreció por no entender que su “motivación vital no era vender cuadros”.
Todos esos Reverón afloran en el largometraje, se pasean y nos mantienen pendientes de un final conocido y anunciado. Una película llena de imágenes que dicen y hablan, que Rísquez sincroniza y convierte en relato, para llevarnos a un final infeliz, a un final que, más allá de la tristeza que deja, es un final poético. Poesía, luz y sombra. Final igual a Reverón, como este que les dejo. “Niña dulce, que viene cargando su maletica de estrellas, se llama Juana, Negra, vente pa’ca. Niña dulce, que viene cargando su maletica de estrellas, tráeme la luna, tráeme el sol, tráeme poesía, tráeme el mar, trae el amor. Son tus cabellos sortija de azabache, mariposa de betún, sonrisa de maraca, diente de espuma, piel de papelón. Aquí te espera, tu Armando Reverón”.
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