Leer que hay
un pran que apenas tiene veinte años de edad es francamente doloroso.
Y es que para llegar a ese statu es bastante fuerte dentro de
la vida carcelaria. Es el jefe de todo, el que mueve el dinero y la
droga, la bebida y los cigarrillos, es quien decide quien debe morir
y quien vivir Por ejemplo que a un pobre joven que va preso por equis
circunstancias, el pran y su banda, según hemos leído, le cobre 50
bolívares semanales es doloroso, porque normalmente quienes llegan
a esos lugares son jóvenes de escasísimos recursos y que se introducen
en el mundo del delito, porque se han visto relegados por la fortuna
del saber el aprendizaje y el amor filial. ¿Quiénes son los que hacen
vida, si es que puede llamárseles así, en esas terribles cárceles?
Son jóvenes
aldeanos que se vienen de la provincia a probar suerte en la cosmopolita
ciudad y luego cuando se dan cuenta que los sueños sueños son se dedican
a delinquir para obtener lo que les indica el statu publicitario
de las transnacionales. Teléfono de última generación, zapatos como
los que usa Shackille Oneal, o Lebrown, James, Kobe Brayant , ropa al
propio estilo de la que viste ese multimillonario tercera base de los
Yanquis Alex Rodríguez, o la pinta que suele usar Daddy Yanqui
o el reguetonero equis. Los jóvenes que sin ninguna formación social,
porque no se las dictaron en la escuela primaria ni en el hogar, se
convierten en esclavos de los vicios ajenos, adictos a las costumbres
foráneas y que suelen creer que “la ropa es una nota,
mi pana, el carro, la geva, la tarjeta de crédito, la rumba…”
Los jóvenes
que ingresan a las cárceles y por los cuales las madres, las novias,
las concubinas, y las amantes suelen trancar las calles, las autopistas,
protestando para que se les de un buen trato en esas macabras viviendas
carcelarias, son las que nunca les preguntaron de donde sacó
la pistola, el revolver, la droga, la arrechera, la falta de moral,
son las que nunca les reprocharon el machismo en el barrio, en el bloque,
en el cerro, resolviéndolo todo con violencia, con furia, con sangre.
Algunas de ella los auparon en el delito. Algunas de ellas se sintieron
orgullosas cuando ellos se caían a tiros en uno de esos viernes de
cerveza, droga, vallenato y salsa, contra la banda de fulano o zutano.
Muchas de ellas llevan con orgullo el reloj, la pulsera, el anillo,
que ellos compraron con el dinero del delito. Hoy ellos están presos
y da rabia saber, que ser pobre y habitar en el barrio no puede ser
sinónimo de delincuente y que es hora de que esas madres, hijas,
novias, esposas, concubinas o lo que sea, hagan algo por ellos, porque
detrás de un buen hombre siempre va una buena mujer.
Esos jóvenes que hoy sufren en las cárceles vieron llegar a sus padres borrachos, viciados, los observaron pegarles a esas madres que hoy sufren, los escucharon maldecir, hablar con rabia, maltratar, consumir drogas, blasfemar, protagonizar hechos bochornosos, machismo, promiscuidad, gastar el dinero de la comida en vicios. Esas madres que en verdad sufren, esas novias que alguna vez fueron parrillera de la moto que nunca se supo de donde salió, o del moderno auto que la llevó dentro de su carrocería en nocturnales juergas, tienen un cita con el análisis social, porque el hecho de que se nazca, se crezca, se conviva en un barrio, no quiere decir que eso es para tener automáticamente, patente de maleante. En este instante la educación anda en busca de jóvenes que anhelen estudiar, progresas, sentir orgullo de la vida, es el momento más propicio para darle oportunidad a la creatividad, y en eso la patria debe estar primero. La revolución está trabajando para que sus jóvenes no se conviertan en pranes ni en “luceros”: está obligado el pueblo a darle una lección a quienes durante siglos han creído que LA CLASE POPULAR NO PUEDE PROGRESAR.
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