Ha
llegado a mis manos un ensayo de Luis Britto García intitulado “Movimientos
étnicos y unidad y soberanía de los países de América Latina”, el cual contiene
información valiosa recogida por investigaciones del autor, sobre el peligro
que significa para nuestros países, la pretensión de que los aborígenes
latinoamericanos constituyen pueblos diferentes del resto de los habitantes de
los diferentes países de la región. El impulso de esta supuesta reivindicación
surge a partir de organizaciones no gubernamentales estadounidenses
(International Indian Treaty Council y el Indian Law Resourse Center), que por
obra y gracia del poder imperial se han transformado en los “ideólogos” y “representantes”
internacionales de nuestras etnias, redactando proyectos que han sido acogidos
como resoluciones y declaraciones por la OIT y la ONU y por prácticamente todos
los movimientos étnicos de América latina.
Desde
hace mucho tiempo vengo escribiendo sobre el tema, en el mismo sentido de Luis
Britto García, aunque sin la profusa documentación que él posee ni su profundo
conocimiento sobre la materia. Mi posición ha sido estimulada por la
posibilidad cierta que encierran todos estos reclamos de nuestras etnias de
desmembramiento de nuestra patria, con la aparición precisamente en sus
fronteras de toda una suerte de pequeñas repúblicas aborígenes distintas,
independientes del Estado, excluyentes hasta de las otras etnias, con capacidad
de decisión sobre nuestros recursos naturales y el territorio, prerrogativa que
no tiene el resto de los venezolanos, quienes deben aceptar que las riquezas
naturales son de todos y deben ser administradas por el Estado. Y estos
“derechos” lo aspiran unos venezolanos que constituyen una minoría extrema de
la población, sólo el 2,1 por ciento, que se autodenominan habitantes
originarios, cuando de todos es sabido que no hay en América habitantes
originarios, pues todos, absolutamente todos, vinieron del exterior.
Pero
detengámonos en algunas interesantes afirmaciones al respecto del trabajo al que
me he referido: <Vemos así cómo entes
estadounidenses pretenden representar a los “pueblos indígenas de Norte, Centro
y Sur América”, trabajar por su “soberanía y autodeterminación”, y “consolidar
territorios indígenas”. No es posible confesión más palmaria de que se intenta
dirigir tales movimientos en contra de la soberanía y unidad de los Estados
Nacionales de la región>. Continúa más adelante: <Contrasta
esto con la actitud del gobierno estadounidense hacia los indígenas en su
propio territorio, a quienes mantiene confinados en los campos de concentración
llamados reservas, y para nada les reconoce ni remotamente derechos de
“soberanía y autodeterminación”, y mucho menos financia ONGs para promoverlos.>
Los intentos de las grandes potencias por dividir nuestros estados y
territorios, para apropiarse de sus recursos, son incluso anteriores a los
descritos. Britto nos señala que en el siglo XIX, Inglaterra quiso crear la
República de Mosquitia en la costa caribeña nicaragüense, aprovechando la
existencia de los misquitos, la etnia más numerosa de la región. Todos
conocemos cómo fueron utilizados estos aborígenes contra el gobierno sandinista
en los ochenta, por lo que concluye: <No sería la última vez que las causas
indígenas fueran utilizadas como instrumentos “para romper la unidad nacional”,
ni que pretendieran vetar al resto de la población y a las autoridades
legítimas el ingreso a los territorios que consideran suyos>. Casos similares al nicaragüense ocurren en muchos otros
países como Guatemala, México, Ecuador, Bolivia, Brasil, Perú, Colombia y
Chile.
En Venezuela, donde
la mayor parte de la población llamada aborigen está fuertemente mestizada e
incorporada en distintas formas a la sociedad venezolana, lo que reduce todavía
más a los aborígenes reales, es inaudito que se pretenda que éstos existan como
verdaderos pueblos, para lo cual no basta con una
, como bien señala Britto García,
sino tendrían que vivir según sus costumbres y tradiciones en sus propias
instituciones sociales, económicas, culturales y políticas, y mantener una
conciencia de su identidad indígena tribal.
.
Las
pretensiones imperiales, claramente evidentes detrás de las resoluciones de la
ONU y la OIT, son impulsadas a través de las etnias y pretenden la
privatización del subsuelo, el cual por decisión de nuestros libertadores pasó
a ser propiedad de la República, que lo debe administrar en función de los
intereses de todos en forma directa o a través de concesiones. Los
autodenominados representantes de la etnias latinoamericanas exigen que el
Estado nacional no pueda explotar las riquezas existentes en el subsuelo de lo
que llaman sus territorios ancestrales, cuya delimitación además debe ser
realizada por las propias comunidades aborígenes, las cuales incluso se enfrentan
entre sí, como los barí y los yukpas, que se excluyen uno a otro en “sus
territorios”.
Britto
señala: fronterizo
con Colombia y sede de las mayores reservas de carbón, hidrocarburos y agua
dulce del país. Los yukpas, fuertemente mestizados con los colombianos, viven
en un corredor que se extiende desde Colombia hasta el estratégico Lago de
Maracaibo. Se comprende lo que podría significar para la República sujetar su
dominio sobre tales recursos naturales al dictamen y autodemarcación de algunas
etnias, que “no pueden convivir con los terceros presentes en su territorio”,
sean éstos venezolanos indígenas o simples venezolanos.>
La Razón, pp A-6, 10-7-2011, Caracas
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