El sistema chino

Al hablar de modos de producción, me gusta seguir la nomenclatura tradicional u ortodoxa, pues de esta manera no nos confundimos al discutir y cada quien sabe lo que el otro está diciendo. No hay manera de engañar o manipular cuando los términos utilizados se ajustan a su real significado histórico, aunque ésta no es una práctica que guste al común de la gente y, mucho menos, a quienes se benefician en alguna forma con la existencia de ambigüedades en todos los órdenes de la vida social. No estoy entre quienes confunden socialismo con social democracia, ni entre quienes confunden la forma del Estado con la forma de gobierno. De acuerdo con las descripciones clásicas, el socialismo debería ser más democrático que los regímenes socialdemócratas. Quienes instrumentaron lo que pensaron era el socialismo, o consideraron peligroso hacerlo o no pudieron construirlo de acuerdo a lo señalado por los clásicos.

El llamado socialismo “real”, denominación alusiva a su existencia en la realidad y no en la imaginación, no llegó a ser “socialismo” sino asumió lo que se conoce como “capitalismo de estado”, el cual no es, por lo menos en los textos clásicos, ninguna etapa previa al socialismo. Marx habló del necesario desarrollo de las fuerzas productivas capitalistas, hasta un nivel en que su crecimiento se vería frenado por las propias relaciones capitalistas de producción, como condición imprescindible para el advenimiento de la revolución comunista, de la cual el socialismo era una fase de transición. Otros, en sentido similar, dijeron que si los comunistas tomaban el poder en países donde ese desarrollo no se hubiese dado, era necesario cumplir primero con los avances generados por la revolución burguesa para poder avanzar hacia el socialismo. En aquel entonces, las contradicciones entre obreros y burgueses hacían aparecer al capitalismo como cercano a fenecer.

Para mí, los términos socialismo del siglo XXI, socialismo de mercado, social imperialismo, socialismo endógeno u otros aún más confusos, no tienen ningún significado y me perdonan quienes coleccionan libros y elaboran teorías novedosísimas con estas “categorías”. Repito, soy ortodoxo en cuanto a los términos y estoy escribiendo como político. En Cuba no hay ningún socialismo turístico, sino una economía capitalista basada en la explotación turística junto con transnacionales españolas. En Libia no hay ningún socialismo, sino una economía capitalista rentista, en un modelo de gobierno con apoyo popular que, a pesar de haberse entregado al imperialismo décadas atrás, hoy es agredido por esa misma canalla. En Corea del Norte tampoco hay socialismo, sino nacionalismo capitalista dictatorial con un gran culto a la personalidad.

Siendo objetivo y dejando los deseos de lado es claro que no existe ni ha existido ningún país socialista sobre la tierra, y quienes tienen gobiernos serios y exitosos bajo la égida de un partido comunista, China por ejemplo, han asumido la vía de desarrollo capitalista, que les ha llevado a incrementar su tecnología y su producción a niveles muy elevados, que le permiten competir con el primer imperio del mundo. Se da en ese país un desarrollo de las fuerzas productivas sin ninguna limitación estructural todavía, acompañado de una mejora substancial de las condiciones de vida del pueblo chino y la conversión de ese país en una nación poderosa y respetada en el concierto mundial. Hay un crecimiento enorme de la clase obrera (60% de los trabajadores totales), condición sin la cual no se puede dar, y no se ha dado, el socialismo descrito por los clásicos.

Por supuesto que hay explotación del trabajo humano en China, como en todo país capitalista, pero esto no hace reaccionario ni traidor a Deng Xiao Ping, sino exitoso históricamente hablando. Era imposible, y la realidad lo demostró (recordemos que lo posible es lo que sucede), que un país de campesinos y latifundistas saltara al socialismo, con unas fuerzas productivas que generaban sólo un poco más del excedente necesario para satisfacer las necesidades y gustos de los explotadores. Los héroes de la revolución francesa no acabaron con la explotación del hombre por el hombre, y eso no los hace fracasados ni inconsecuentes, puesto que cambiaron el modo en que la misma se producía, lo que permitió mejoras importantes a los explotados y a la sociedad toda, al incrementarse en forma substancial la producción de bienes materiales y sepultar para siempre al sistema feudal. Eso es lo importante.

China ya ha comenzado a experimentar los efectos de la presencia de una clase obrera numerosa, que emprende la lucha por sus derechos, por la jornada de 8 horas, por incrementar sus salarios, por mejorar sus condiciones de vida, por la sindicalización, por su seguridad social, por su educación y perfeccionamiento. Se está transformando en una poderosa fuerza social y política, que necesariamente determinará el futuro de esa poderosa república. Lamentar que los trabajadores en el pasado maoísta eran dueños de las fábricas y estaban hermanados en la producción es desconocer que ese modelo no fue sustentable, ni su producción pudo crear mayor bienestar que el de los países capitalistas desarrollados. Era una ilusión que, como toda ilusión, terminó desmoronándose no sin antes cometer los exabruptos de la llamada revolución cultural.

Mao tiene y tendrá su puesto de honor en la historia china y mundial. Construyó un gran país único y unido, le dio un lenguaje con el cual comunicarse, venció a las potencias imperialistas que trataron de dominarlo y condujo al pueblo chino por el camino de dejar de ser súbdito para transformarse en ciudadano.

La Razón, pp A-5, 24-7-2011, Caracas


lft3003@yahoo.com


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Luis Fuenmayor Toro

Médico-Cirujano, Ph. D., Ex-rector y Profesor Titular de la UCV, Investigador en Neuroquímica, Neurofisiología, Educación Universitaria, Ciencia y Tecnología. Luchador político.

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