A muchos “revolucionarios” los perdió el capital: lo vimos en la Revolución Francesa y en la Revolución Rusa, incluso en nuestra revolución de la independencia: Páez se volvió loco con la hacienda del marqués Casa de León, la cual se cogió; Santander se volvió loco con la hacienda Hato Grande, la cual se cogió; el genial Miguel Peña se robó 25 mil pesos de la hacienda pública y luego se dedicó, por puro odio contra quienes lo denunciaron, a dividir la Gran Colombia. No se diga el miserable Leocadio Guzmán quien fue junto con su hijo Antonio (hoy en el Panteón Nacional) los dos más grandes ladrones que ha tenido Venezuela.
Niccolo di Bernardo dei Machiavelli o sencillamente Maquiavelo, nació en Florencia el 3 de mayo 1469, un genio a la altura de Dante o Miguel Ángel. Puede decirse que fue también un revolucionario, estratega y extraordinario patriota italiano. Muy pocos hicieron tanto por la unificación de Italia, como Maquiavelo.
Recomiendo su biografía escrita por Marcel Brión, Ediciones B, S.A., 2005, Barcelona, de la cual haré una pequeña reseña en esta introducción.
En aquellos tiempos, Florencia alternaba entre la dictadura de las masas y la tiranía de las clases pudientes las cuales se servían de su riqueza para oprimir a los más humildes. A veces la dictadura de las masas, incapaz de mantenerse en el poder era sensible a las tentaciones del dinero y acababa transformándose por su parte en oligarquía.
Maquiavelo descubriría entonces que el igualitarismo puntilloso no resolvía todos los problemas.
En las asambleas populares aparecían de ordinario hombres ricos que por el mero hecho de serlo se hacían con muchos amigos, clientes y obligados. La influencia de esta clientela, similar a la que escoltaba a los políticos romanos, era de peso en las deliberaciones, y cuántos tenían interés en estar en buenos términos con comerciante complaciente, o con un banquero generoso, los apoyaban con su discurso y su papeleta de voto.
Fue así como la clase rica llegó, sin revolución, por el proceso de una evolución casi biológica, a recoger la herencia de la nobleza abolida.
La riqueza era el principal instrumento de dominación en esa sociedad donde cualquier otro poder era precario.
Se buscaba el poder que dura; el que no depende del voto del pueblo por el favor de las asambleas públicas. Un hombre rico siempre es fuerte, influyente, respetado, escuchado y admirado desde que los valores heroicos de la caballería ya no estaban de moda, ni a la moda, el dinero prevalecía.
Todo el mundo necesitaba dinero, así pues el que no lo poseía se hallaba en situación de imponer su voluntad a aquellos que no lo tenían.
En cuanto al gobierno, decía: “si queréis vivir seguros tomar sólo la parte que quieran otorgaros las leyes y los ciudadanos. De este modo, os podréis a salvo de los peligros y la envidia, puesto que es lo que los hombres se arrogan, y no lo que se les concede, lo que atrae el odio; y nada más frecuente en la vida que ver a los hombres perder lo que poseen por haber querido invadir la parte del prójimo; y antes mismo de haber llegado a la cima de su ruina, se ven atormentados sin cesar por crueles inquietudes. Pero si tomas otro camino, no dudéis que acabaréis tan miserablemente como todos los que se han visto en esta república consumar ellos mismos su propia ruina y la de su casa.”
Era difícil –sostiene Brión- resistirse a esa fiebre de enriquecimiento que aún contagia y afecta a todo el mundo.
Puesto que el dinero era signo evidente de excelencia y superioridad, ¿quién no querría conquistarlo?
Pero al contrario de esa maldita costumbre, los Maquiavelo se contentaban con su sueldo, que les bastaba para permitirles vivir tranquilos y, a buen seguro también felices. Poseían inmuebles, casas populares en las que sin duda los alquileres eran mínimos, habitadas por gentes más modesta que ellos. El dinero no acudía a ellos, pues no lo amaban, porque, a diferencia de tantos otros que se convertían en tenderos y usureros por afán de lucro, ellos no le prestaban atención y preferirían las distracciones, la tranquilidad, el trabajo cotidiano y monótono y el callejeo tras las horas de despacho a las agotadoras preocupaciones de los grandes industriales, negociantes y banqueros.
Con la laboriosa indolencia del hombre que sigue siendo estudiante a perpetuidad.
Desenvuelto, apasionado escéptico, misántropo precoz, no cabe duda, y poco dispuesto a esperar demasiado de los hombres, y no valen gran cosa.
Así escribe Marcel Brión, ¿qué les parece?
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