Acceder a una
visión integral del mundo implica traducir la realidad a un determinado
lenguaje; hay muchos, pero sí y solo sí hubiese un universal
lenguaje, nuestra noción del mundo, nuestro acercamiento y afortunada
aprehensión de esa escurridiza realidad, pudiese llevarnos a la más
fecunda comunicación. La experiencia del diario vivir, por el contrario,
nos muestra que no hay tal universalidad, y que la pluralidad de visiones
(de lenguajes) es lo que prima.
Todos somos
parte de la dispersa y contradictoria realidad, y no bastan las disquisiciones
dialécticas para explicar ni para justificar el que aún estemos sumergidos
en un caos infernal. Habría que bucear más a fondo para ver si hallamos
la hebra de la madeja. ¿En qué lugar, momento histórico y de qué
manera se resquebrajó a nivel de no retorno la evidente voluntad unitaria
del Homo Sapiens?
Hoy la humanidad
es un rompecabezas suelto al que debemos armar; algunas piezas no calzan
para integrar un mundo de paz y armonía; los guerreristas “genéticos”
no encajan, y hasta tanto las ciencias no ofrezcan una alternativa de
curación para ellos, hay que desecharlos, dejarlos a nivel de esa cosa
tan rara de justificar que llaman “Premio Nobel” (Kissinger, el
principal mentor de guerras en el siglo XX, recibió uno. ¿Alguien
lo puede explicar?).
Desde que el
niño respira por primera vez, inicia un proceso de aprendizaje que
se concibe como la transformación que tiene lugar en su sistema nervioso
cada vez que se integra a él una nueva información. La teoría cognoscitiva
de reciente aparición hace hincapié en los factores que determinan
la conducta y establece que ésta, mayormente, es aprendida y las leyes
que gobiernan ese aprendizaje pueden conocerse y medirse. Asimismo,
es concluyente que tanto la conducta “normal” como la “anormal”
se adquieren mediante los mismos mecanismos fundamentales de aprendizaje.
La especificidad de cómo se llega a una mentalidad criminal capaz de
fabricar una bomba atómica para matar niños, o población civil no
combatiente, no es objeto de estas reflexiones; mas, en sentido lato,
hay que decir que la ojiva nuclear es una consecuencia perversa del
desarrollo del lenguaje científico.
Encargada de
escarbar la evolución, la ciencia ya da por sentado que del Australopithecus
erectus al Cro-magnon es evidente el aumento de la capacidad craneal.
Desentrañar la secuencia del genoma humano puede aportar claves acerca
del desarrollo del lenguaje.
En la zona
de los Grandes Lagos, en África, se han hallado los huesos más antiguos,
y los estudios de ADN confirman que todos los grupos étnicos tenemos
filiación con el africano originario (aunque muchos, de puros racistas,
no lo admitirían de buen grado). Además, fósiles humanos de hace
dos millones de años, datan indicios de que el incipiente cerebro desarrollaba
desde entonces atisbos del habla.
La capacidad
de almacenar información nos ha venido haciendo extremadamente complejos.
Desde entonces, y hasta el presente, hemos pasado de simplemente fabricar
rudimentarias herramientas de piedra a construir ojivas nucleares. Es
de suponer que las primeras eran para cazar, armas de subsistencia;
mientras que la bomba atómica implica la más brutal arma ofensiva
e intimidatoria. De hecho, el potencial atómico de que disponen los
pocos países que forman el super selecto club nuclear, de liberarse
todo al mismo tiempo produciría una explosión de tal magnitud que
haría colapsar el planeta, llegando su onda expansiva hasta la órbita
de Plutón. “Proeza técnica”, podría pensarse; pero ese potencial
no mejora la calidad de vida, y el hambre sigue siendo la principal
causa de muerte de la Humanidad. ¿Ha evolucionado el ser humano entonces?
¿Hacia adonde va?
Formular hipótesis
generales acerca de si, cómo, cuándo y etc. factores determinaron
el lenguaje, e inclusive su evolución, difícilmente nos llevarán
a una verdad científica incuestionable. Es de imaginar la multiplicidad
de factores de toda laya que han podido afectar la evolución del lenguaje
humano pero, sin lugar a dudas, los sectores sociales y políticos que
históricamente impusieron su ley a otros grupos o pueblos e influyeron
en menoscabar lo que había, para imponer sus valoraciones, tienen mucho
que ver.
¡Menuda tarea,
tratar de escarbar la historia de la evolución del lenguaje desde sus
primeras manifestaciones hasta la complejidad de lo actual! Podríamos
intentar extrapolar inductivamente en función de recientes cambios
e inclusive de apreciables modificaciones en marcha ahora.
II
El lenguaje
es el más poderoso elemento de la cultura humana; surgió de la necesidad
de comunicarse, lo que es evidencia de nuestro ancestral carácter gregario.
Ahora bien: el lenguaje es más que un medio de expresar el pensamiento.
Es su matriz, su condición de posibilidad. Pensamos en nuestra lengua
materna, y eso nos decide mucho de lo que construimos. En otros términos:
somos el lenguaje. Es nuestra condición de posibilidad, y al mismo
tiempo nuestro límite.
¿Las primeras
expresiones habladas? ¿Cómo saberlo? ¿Qué objeto pudo estar en la
cabeza del hombre primitivo, acaso un plato de comida? ¿Plato? ¿Las
exigencias de su vida práctica incluían internet, las ojivas nucleares?
Los primeros
signos escritos fueron representaciones de objetos prácticos, y las
primeras expresiones habladas han podido ser imitaciones de sonidos
de la Naturaleza, tal vez reproducir sonidos del mar o del río, o del
viento, o de animales. En esas circunstancias, el lenguaje onomatopéyico
pudo expresar lo externo, pero había que expresar los sentimientos,
lo interior, y eso pudo empujar al ser humano a crear otro lenguaje.
Es de advertir
nuevamente que este es un abordaje temerariamente empírico, de la evolución
del lenguaje humano; sería impropio dar por sentado como factor de
evolución al respecto algo que no se pueda demostrar. A diario el ser
humano inventa nuevas formas verbales para no quedarse atrás y a nosotros,
en tanto que no somos excepción alguna, se nos ha ocurrido inventar
“oenarcocitanul” para definir a los más conspicuos y despiadados
asesinos.
Testimonios
de investigaciones científicas señalan que actualmente existen cerca
de 7.000 idiomas (entre lenguas y dialectos derivados) y que un indeterminado
número ha desaparecido, así como otro número está hoy en vías de
extinción. Impulsar la creación de un lenguaje universal mediante
el cual podamos entendernos para impulsar la paz, tal como pretendió
el esperanto, podría abrir caminos de solución a los problemas de
la especie humana, principalmente, la amenaza nuclear. Pero de momento
eso no parece sino una altruista petición de principios, bastante alejada
de la realidad por cierto.
Lamentablemente,
el posicionamiento de los medios de comunicación por parte de sectores
guerreristas y la instrumentación de un lenguaje pérfido nos ha conllevado
hacia un solo patrón: la globalización informativa llevada a cabo
en un lenguaje de guerra.
No existe lenguaje
sin pensamiento ni pensamiento sin lenguaje; es lógico pensar que un
desarrollo cerebral al que se llega como resultado de una prolongada
evolución con transformaciones biológicas profundas y, convergentemente,
un desarrollo de la vida social, son presupuestos de la creación del
lenguaje eficaz. La eficacia de toda comunicación debe ser valorada
en tanto que sustente la vigencia de la vida y de la paz.
La comunicación
que emana de los centros de poder internacionales es guerrerista; luego,
habría que dudar si la capacidad craneal de las élites criminales
que dirigen tales imperios, capaces de lanzar bombas contra pueblos
inocentes, pensar en armas de destrucción masivas o en planes para
eliminar “poblaciones sobrantes”, no ha sido perturbada por una
desviación, una mutación genética. O, por el contrario, habría que
pensar que la búsqueda de poder no se detiene ante nada, aún ante
esas monstruosidades. Para obtener y mantener el poder todo, absolutamente
todo es posible.
Ante cada información
percibida, un individuo activo reflexiona y experimenta antes de asumirla
o rechazarla, mientras que el individuo pasivo simplemente la asume
sin filtro, porque es un esclavo. Esto significa que la manera como
el sujeto procesa la información es determinante para esclarecer el
sentido de la realidad; de ahí que el deliberado propósito de maniatar
el sentido crítico del individuo, por parte de las corporaciones informativas
internacionales capitalistas, incide en la debacle o en la transformación
del mundo. En última instancia: en la guerra o en la paz.
La opinión
pública es una fuerza de primera magnitud y significado, en cualquier
sociedad, por lo que las élites sanguinarias no vacilan en confiscarlas
y ponerlas a su servicio. A esa “comunipulación” -comunicación
manipulada- hay que oponer una verdadera comunicación basada en los
valores, anhelos y necesidades de las comunidades y de los pueblos.
Las ciencias
y las tecnologías pudiesen abonar que desemboquemos en un lenguaje
universal expresamente en pro de la paz, pero habría que procurar reajustes
éticos; no obviemos que el porvenir de la cultura está ligado al desarrollo
de las ciencias y de las tecnologías. La evolución del lenguaje es
directamente inherente a la evolución comunicacional, por lo que es
necesario planificar las características deseables de ese proceso evolutivo.
El proceso
de integración de los pueblos no debe ser una simple y artificial fusión
homogénea de las distintas particularidades culturales; es que una
cultura no arraigada en lo profundo de la conciencia carece de fuerza
moral como soporte esencial. De lo que se trata es de establecer relaciones,
vínculos interactivos interculturales; no, en cambio, una unidad de
integración artificiosa, carente de raíces.
El lenguaje
y la comunicación conforman un binomio histórico en transición permanente
que lamentablemente desembocó en el desarrollo y puesta en práctica
de la bomba atómica, infernal patrón de mortalidad que hoy por hoy
ostentan muy pocos países, lo que, llegado el caso, podrían desatar
la hecatombe nuclear. En ese sentido, la bomba atómica es la prostitución
de la ciencia. El desarme nuclear es la única alternativa de solución
a la dicotomía de vida-muerte sobre el Planeta Tierra. ¿Cuál es el
papel que debería jugar la ciencia en una sociedad ideal: acaso no
es el de proyectar la paz y el bienestar para todos?
El bienestar
para sólo algunos, por poderosos que éstos sean militarmente, no es
sustentable a mediano y largo plazo. Las consecuencias indeseables del
desarrollo científico y tecnológico suponen un grave problema ético
que se patentiza en la espantosa proliferación de armas nucleares.
Es de suponer
-justo es reconocerlo- que la evolución y el desarrollo del lenguaje
humano permitió que los diferentes lenguajes populares desplazaran
al latín, tal vez porque se intuyó la pesada carga de dogmas a los
que la iglesia -en especial, la católica- sometió a ese idioma. No
obstante, la ciencia no se ha sacudido el latín todavía. No parece
ser tan descabellado pensar que residuos de dogmas de esa lengua pudieron
haber influido en mentalidades científicas que condujeron al desarrollo
de la energía nuclear con fines bélicos. Habría que demostrarlo.
Ninguna hipótesis tiene que ser necesariamente compartida por todos,
pero es razonable inferir que la evolución del lenguaje permitió el
desarrollo científico y éste, a su vez, fue desviado del camino de
la ética de los pueblos, debido a la carga dogmática.
Los guerreristas
son dogmáticos, y así como uno pudiese explorar río arriba hasta
dar con el manantial, habría que investigar los orígenes del dogmatismo
que caracteriza a quienes amenazan la destrucción del mundo con sus
enormes arsenales nucleares. De ese modo, tal vez encontremos pistas
que corroboren la apreciación.
La Humanidad
se ha desarrollado en el ámbito de complejos procesos prehistóricos
e históricos, y la visión que el ser humano ha sustentado respecto
al mundo ha sido, en mucho, precariamente parcial cuando no simplemente
parcial, en el más eficaz de los casos. Obviamente, nuestra visión
de la realidad ha estado siempre sujeta a equivocaciones. Otras veces,
cuando esa visión tiende hacia la globalidad, en el buen sentido del
término, pareciera acercarse más a la certeza.
A medida que
el ser humano se desprende de prepotencias y de ilusiones inútiles
y asume una postura crítica respecto a lo erróneo, puede reencausar
su existencia bajo una visión más verdadera acerca del mundo en el
que vive.
Ver el mundo
críticamente es ubicarse bien respecto al todo posible, porque ello
le permite, a su vez, verse a sí mismo en su dimensión real, es decir,
comprender lo pequeño y lo pasajero que se es individualmente con respecto
al contexto universal de espacio, tiempo, Naturaleza y de toda entidad
social.
Si no todo
está completamente a nuestra vista, esa parte de la realidad natural,
o social, o espacial, o temporal que no vemos ni sentimos ni oímos
ni olemos ni saboreamos y, ni siquiera intuimos, pudiese prestarse para
suposiciones infundadas con las que intentaríamos, eventualmente, completar
el cuadro. No faltarán quienes pretendan dejar las cosas tales como
precariamente parecen ser, tales como están y, punto. Otros, por lo
contrario, rehusamos vivir impávidamente resignados, con los brazos
cruzados frente a una realidad de guerra, de orgías de sangre y de
esclavitud de nuestros pueblos. Algo hay que hacer…
III
Los despiadados
ataques de la OTAN contra Libia, Irak, Afganistán, Palestina y demás
pueblos son algo inentendible bajo el imperio de la razón humana, bajo
la lógica de la pacífica convivencia. Se trata de aspectos de la realidad
mundial que nos obligan a replantear con mayor atención (o con nuevos
referentes) los fenómenos internacionales. La posesión por parte las
grandes potencias de los recursos petroleros y gasíferos, tanto como
del agua dulce, tan valorados por cierto, nos obligan a integrarnos
para redefinir nuevas relaciones internacionales con todos los países,
en el marco de las particularidades de cada sistema político tradicional
o insurgente.
La importancia
de la política exterior está en auge. Por una parte, porque las tendencias
hegemónicas de las grandes potencias siguen propiciando la expansión
de relaciones internacionales de vasallaje. Por otra parte, la política
exterior de cada Estado repercute cada vez más sobre los procesos políticos
internos de cada país, y en ese accionar algunas cosas se descomponen
y se degradan mientras que otras, simplemente, cambian.
El lenguaje
tiene que ver como expresión de los sentimientos de cada quien.
“América para los americanos”, que sintetiza buena parte de
la doctrina Monroe, atribuye a Estados Unidos la potestad de dominar
a todos en el continente, y ese lenguaje se hizo carne en el pensamiento
de muchos pero, no de todos. “Los
Estados Unidos parecen destinados por la Providencia para plagar la
América de miseria y oprobio en nombre de la libertad”, es la
antítesis bolivariana al monroísmo. Como podemos observar, el lenguaje
ha jugado un estelar papel en el desempeño del quehacer histórico
de nuestros pueblos.
Recomponer
las consideraciones del lenguaje constituye una vital alternativa para
intentar desmontar el creciente espíritu guerrerista de las potencias
hegemónicas. Americanos somos todos los nacidos en América, de tal
manera que la consideración de Monroe es una contradicción teórico-práctica
desde el momento en que los gobernantes estadounidenses se atribuyeron
el derecho a esclavizar a nuestros pueblos y asumir para sí, exclusivamente,
el gentilicio “americano”.
Fuera del contexto
de relación y de la comunicación, muchas cuestiones pierden su sentido
esencial. Es sumamente complejo aprehender la realidad de las estructuras
sociales, vistas éstas desde una perspectiva de lo global. Aprehender
las estructuras del átomo tampoco es nada sencillo; por ejemplo, cuando
ejercemos una determinada disciplina debidamente, nos orientamos hacia
un particular y apropiado objetivo; el objetivo del médico ha de ser
la salud del paciente, lo cual implica además de una orientación,
una regularidad, a saber, curar todos los días a muchos pacientes.
De modo que las regularidades de la conducta están pautadas mediante
normas sociales que establecen los límites dentro de los cuales puede
darse un comportamiento social determinado. Y así, por analogía, el
pescador, el psicólogo, el carpintero, el escritor, el político, el
gerente también deben asumir normas de comportamiento social. Una infracción
a esas normas pone al infractor al margen del establecimiento y, en
consecuencia, al alcance de un castigo que redima su comportamiento.
Ahí precisamente se pone de manifiesto la ética y el ejercicio apropiado
de la norma que restablezca la normalidad de la conducta.
¿Cómo se
nos revela la realidad? ¿Acaso se nos revela en ideas? La realidad
tiene aspectos visibles y otros invisibles, de ahí que sólo nos percatemos
de aproximaciones de la realidad, en el mejor de los casos. La realidad
“completa” escapa a nuestras posibilidades. Una botella está medio
vacía o medio llena; todo depende de lo que recortemos de nuestra lectura
de la realidad. Por supuesto, es el lenguaje la matriz donde se juega
todo ello.
Buscamos que
la realidad se nos presente clara. No obstante, merodean acontecimientos
sociales que determinan nuestra visión de esa realidad escurridiza,
nunca diáfanamente clara. ¿Para qué quiero captar la realidad nítidamente?
Para criticarla y formularla, y pese a que muchos estemos frente al
mismo fenómeno social, cada quien lo aprecia a su modo, de manera distinta.
Medio vacía o medio llena, según podamos verla…
Asumamos principios
éticos frente a tales fenómenos ¿Quién puede afirmar certeramente
que tal o cual visión o principio se expresa claro como la luz del
día? ¿A partir de qué nos ponemos de acuerdo y bajo que condición?
Sucede que
cuando tratamos de conceptualizar un hecho, un fenómeno, equis cosa,
pueden surgir diferencias que, a su vez, constituyen un problema real
que hace más compleja la tarea de criticar y analizar un hecho. Por
lo pronto, no hay “hechos” puros; es el lenguaje el que los construye:
“medio vacía o medio llena…”
No hay “cosas en sí” más allá de las expresiones, misteriosas
esencias inaprehensibles, entelequias ocultas. La realidad es
la suma de lo que podemos nombrar.
Determinada
ley pauta una disposición que regula el comportamiento del ciudadano
pero, en verdad, cada quien interpreta ajustado a su propio criterio.
Entonces puede decirse que estamos frente a una dificultad real, puesto
que no todos asumen los valores éticos en la misma dimensión. De allí
que la realidad suele ser algunas veces identificada y conceptualizada
por muchos de manera uniforme, pero otras veces no es así.
Lo natural
es que cada quien vea las cosas desde su propio lugar y, en consecuencia,
asigne relevancia a determinados aspectos. Es que cada problema es contentivo
de diversas caras desde cada una de las cuales pueden ser formuladas
soluciones diferentes, y es evidente que de ordinario la gente no tienda
a tomar decisiones con los ojos cerrados. Cada quien ha incorporado
a su propio comportamiento valores, concepciones del mundo, maneras
de pensar que pueden conducirlo a elegir determinado aspecto del problema
en vez de otro, a ubicarse en una posición y no en otra. Encontrar
una respuesta única, acaso un pensamiento único, es altamente improbable.
De tal modo que si confrontamos la diversidad de opiniones y posiciones
podríamos acercarnos a un encuentro fecundo que abra caminos a la paz
o, al menos, a una convivencia no basada en el ataque violento. El otro
distinto ¿por qué tendría que llevarme a su aniquilación?
Es necesario
considerar todos los aspectos posibles del problema de aprehender la
escurridiza percepción de la realidad y procurar definir conceptos
que resuman las diferentes observaciones que califiquen nítidamente
el fenómeno observado. Es que en todo acto humano está presente alguna
forma de comunicación; inclusive cuando estamos en silencio. El sujeto
nunca está en el aire, desconectado; está siempre prendido, nos estamos
comunicando con nosotros mismos, en acción, en puro movimiento, aunque
no nos estemos desplazando de un lado a otro.
IV
Intentar abordar
el tema de la evolución del lenguaje tiene que llevarnos necesariamente
hacia sus orígenes. Por cierto numerosas teorías han intentado explicar
ese fenómeno. Unos ven en la onomatopeya el germen del lenguaje; en
esa perspectiva, todas las lenguas habrían empezado siendo sonidos
imitativos de la realidad. Esta teoría siempre mereció la crítica
respecto a que el conjunto de onomatopeyas haya sido escaso en todas
las lenguas e inclusive muchas prácticamente la desconocen. Otros marcos
conceptuales han planteado que en el origen del lenguaje se encuentra
la interjección, es decir, el sonido apenas articulado comparable con
los sonidos de los animales, lo que sería característico de un supuesto
estado en el que lo primordial sería la expresión de emociones.
También se
ha mantenido que ese primer momento del lenguaje pudo estar en gestos
fónicos, tales como la llamada. Lo básico sería la apelación, la
necesidad de enviar a los demás algunas peticiones, órdenes y deseos,
de manera indiferenciada primero, para analizarse luego en signos propiamente
dichos. Todas estas teorías son contentivas de sagaces intuiciones,
y también en ocasiones, errores. Pero, sobre todo, son inverificables.
¿Qué debe hacer un buen lingüista para abordar este problema?
Tal vez sea
bueno que se estudien las lenguas de los pueblos llamados primitivos,
que se intente la reconstrucción de las protolenguas y se aboque a
la observación de cómo el niño adquiere el lenguaje. En sendos sentidos
se han hecho y se siguen haciendo esfuerzos constructivos; mas no se
ha podido resolver el problema, porque tanto los estudiosos de las lenguas
primarias como quienes lograron reconstruir protolenguas, concluyen
que se trata de sistemas lingüísticos demasiado complejos y evolucionados,
en nada parecidos a lo que ha debido ser el respectivo estado primigenio.
Y, en cuanto a la adquisición del lenguaje por el niño, se trata de
un problema distinto, puesto que no es lo mismo aprender un sistema
ya establecido que crear un lenguaje. Los pueblos originarios tuvieron
la tendencia a atribuir a cada cosa un alma (hilozoísmo) y a hacerla
objeto de culto. La magia fue usada por el hombre primitivo para tratar
de contrarrestar las fuerzas de la Naturaleza.
Es de recordar
la expresión de Simón Bolívar el 26 de marzo de 1812, cuando ocurrió
un espantoso terremoto que asoló a Caracas. A la sazón, el clero vociferó
que dicho seísmo era un castigo del cielo contra el pueblo venezolano
por estar intentando liberarse de la corona española de Fernando VII,
a lo que Bolívar replicó presto, para contrarrestar la maledicencia
clerical mágico-religiosa, que “si la Naturaleza se opone a nosotros,
lucharemos contra ella y haremos que nos obedezca”, queriendo
significar, precisamente, la necesidad que el pueblo se despojase del
yugo de falsas creencias.
Los rituales
de falsas creencias proporcionan supuestos beneficios en determinados
casos, o maleficios en otros. Desde las sociedades ancestrales se ha
venido aplicando la magia, y aunque fue condenada públicamente por
la iglesia católica desde la Edad Media y durante el Renacimiento,
fue asumida por lo bajo para someter y aterrorizar a los pueblos.
Inclusive la
magia se mezcló, de alguna sutil forma, con la investigación científica.
La magia, tanto como el animismo, tuvieron mucho que hacer con el culto
a los espíritus en un ambiente en el que el ser humano trataba de entender
los fenómenos de la Naturaleza. Se trataba de ideas primitivas que,
de alguna manera, sirvieron de referencia para la evolución de las
ideas científicas. Obviamente, estas últimas demandan un lenguaje
científico para ser transmitidas, y tal lenguaje está sujeto a evolución
también. Todo lenguaje es un instrumento de la comunicación, fundamento
de la vida social.
Cifrado en
códigos de diferentes naturalezas y complejidades, cada mensaje pertenece
a un sistema; las variadas relaciones del entramado comunicacional determinan
la mayor o menor posibilidad de acceder a la determinación del “genoma
lingüístico” -permítasenos el neologismo-. El carácter sonoro
o gráfico del mensaje determina dos grandes variedades del lenguaje:
la oral y la escrita.
La lengua oral
es primaria; todos los seres humanos y todas las sociedades la poseen.
La lengua escrita es secundaria e históricamente tardía; ni todas
las comunidades la han poseído ni todos los hablantes la dominan. Por
lo general la lengua oral se emplea ante interlocutores presentes y
en circunstancias de interacción, lo que determina que sea más implícita
e imprecisa. Su vaguedad es fácilmente contrarrestada por la situación.
Su sintaxis suele ser más psicológica que lógica, según la importancia
que el hablante va dando a lo que dice; lo contrario suele ocurrir en
la lengua escrita, en la que el interlocutor está ausente, el intercambio
no es explícitamente inmediato y los contenidos son más explícitos
y la sintaxis más lógica, a objeto de la comprensión.
En consecuencia,
la lengua escrita no parece traducir simplemente a la hablada. Forzosamente,
por ser una abstracción de la dimensión fónica del lenguaje y de
su empleo en una situación comunicativa concreta, la lengua escrita
presenta limitaciones y posibilidades que no tiene la hablada. Por ejemplo,
no puede reproducir exactamente la riqueza fónica de aquella, tal como
la pausa, el énfasis, la entonación, etc. Tampoco puede reproducir
situaciones concretas en las que se produce, tal como gestos, movimientos,
relaciones entre los interlocutores, etc. Entre las posibilidades está
el que fije los mensajes, lo que permite su permanencia en el tiempo
y su difusión en el espacio.
Desde finales
del Siglo XIX, con la invención del gramófono y del magnetófono,
hasta el presente, con la aparición de internet y una inmensa cantidad
de dispositivos técnicos, ha sido posible conservar la lengua oral,
que es precisamente la lengua de la conversación y el diálogo. La
lengua escrita, la de los registros más cultos, tales como registro
científico, técnico, literario, jurídico, cumple con una función
de prestigio, es decir, que está más sujeta a la norma, contribuye
decisivamente a transmitir y es más conservadora. La lengua oral, por
el contrario, es más despreocupada de criterios normativos, es más
innovadora y cambiante.
Hay poca duda
respecto a que el lenguaje oral precedió a la escritura. Muchos creen
que el aparato vocal del ser humano, que ciertamente tiene una enorme
adaptabilidad y eficacia, es el que le ha proporcionado una ventaja
extraordinaria para el desarrollo del lenguaje complejo en relación
a todo el reino animal. Sin embargo, muchos animales tienen órganos
capaces de producir sonidos que podrían asemejarse mucho a nuestro
lenguaje si tuviesen un cerebro potente y capaz de ser controlado como
el nuestro. El ser humano tiene un cerebro relativamente grande, pero
lo que más interesa de su dimensión es la mayor o menor superficie
de su corteza. De hecho, las zonas de la corteza ligadas con la palabra
y la memoria son muy extensas, y también lo es la zona de la que depende
el control sobre los dedos de la mano, con los que se pueden realizar
trabajos delicados. Esta actividad nos remonta a los tiempos primitivos
en que nuestros ancestros empezaron a fabricar y utilizar instrumentos;
y por igual, a tiempos relativamente recientes cuando cogió por primera
vez con la mano un utensilio de escribir y grabó en piedra, en arcilla
o en papiro, testimonios para las generaciones futuras.
La acción
de hablar es parte tan cotidiana de la actividad humana que no nos damos
cuenta del porqué ni del cómo se realiza. La palabra es nuestro principal
medio para transmitir el pensamiento a otras personas, ya que la comunicación
mental directa es imposible. Son muchas las especies animales cuyos
individuos se comunican entre sí de un modo u otro, pero solamente
la especie humana logró la comunicación por medio de la palabra y
dio así el gran paso hacia la fundación de complejas sociedades. Después
vino la invención de la escritura, que permitió transmitir a la posteridad
los pensamientos y los conocimientos adquiridos por cada generación,
salvando del olvido las gestas y acontecimientos de las grandes civilizaciones
del pasado. En las sucesivas fases de la evolución humana los sujetos
pusieron en práctica habilidades para fabricar armas. Primitivamente
para cazar animales, y actualmente para “cazar” al propio ser humano.
La evolución del cerebro determinó la aparición de armas más complicadas
para cazar, pero hay un punto de inflexión en el momento en que el
ser humano comenzó a guerrear contra su propia especie, en vez de sólo
cazar animales. Habría que precisar lo que ocurrió entonces con el
sistema de comunicaciones, y si acaso éste se pervirtió al extremo
de insuflar la malignidad de los guerreristas.
V
Quienes disponen
de ojivas nucleares para amedrentar el mundo se caracterizan, entre
otras cosas, por la prepotencia de su lenguaje. En todo esto también
tiene que ver el lenguaje sumiso de quienes se dejan amedrentar (o no
pueden hacer nada al respecto). Quienes pretenden arrasar al resto del
mundo creyendo estar a salvo dentro de una burbuja, están muy equivocados.
El complejo militar estadounidense y la Casa Blanca, que destacan por
su criminal estupidez de creerse dueños del mundo, albergan en su vientre
el germen de su propia destrucción: millones de asiáticos, africanos,
latinoamericanos, árabes, y en cualquier momento pudiese desatarse
una reacción interna; pero habría que entenderse todos mediante un
lenguaje común, que no existe pero que habría que inventar.
Un lenguaje
de paz y concordia para todos los pueblos podría encauzar el camino
definitivo hacia una paz sustentable pero, mientras las grandes cadenas
de difusión de informaciones sean manipuladas por intereses corporativos,
se ahondará la brecha entre la paz y la guerra.
El propio pueblo
estadounidense debe reaccionar, unirse a los demás pueblos del mundo
que luchan por la paz de todos, y amarrar a sus propios “locos guerreristas”;
aunque lamentablemente la cotidiana ración de basura mental a la que
están condenados les impide ver la realidad.
La sociedad
de Estados Unidos llegó a un nivel de saturación de imágenes de la
realidad tan descomunal, trucadas, manipuladas, difundidas por las grandes
cadenas televisivas al servicio del imperio, que hasta pudo perder la
noción de formas y de colores del mundo real; por añadidura, ese pueblo
ha sido tan sistemáticamente bombardeado por noticias elaboradas en
laboratorios que dependen del mefistofélico complejo industrial-militar,
que logró mantenerlo cautivo, atenazado y listo para la manipulación.
Homero Simpson es una patética pero cabal metáfora del ciudadano normal
de ese país.
¿Qué le sucede
al pueblo estadounidense? En principio hay que indicar que se trata
de un pueblo aislado, por no decir cautivo de grupos económicos “enloquecidos”.
Responder la interrogante implica hacer un análisis exhaustivo de esa
realidad. El análisis de la naturaleza de su relación con el exterior
es fundamental; es de suponer que a medida que puedan establecerse relaciones
de amistad y de afecto con otros pueblos, de contactos directos, de
intercambios culturales -por ejemplo- podría romperse ese aislamiento,
y así el norteamericano promedio (Homero Simpson) dejaría detrás
su tendencia a tratar de controlar el mundo, es decir, dejar de considerar
a los demás pueblos como una expresión extraña, visión que le ha
sido metida a la fuerza, en paquetes ideológicos diseñados por el
Pentágono, la casa Blanca y el Departamento de Estado.
Antes que con
un paquete económico o militar, por ejemplo, ciertamente el imperialismo
ataca con paquetes ideológicos, que a su vez entrañan un lenguaje
a su manera, expresamente infame. ¿Puede el pueblo estadounidense librarse
a sí mismo del yugo al que está uncido? Aquí el problema fundamental,
en principio, es integrarse al mundo y no tratar de destruirlo. Hay
que hacer notar, con relación a ese modelo nefasto que le ha sido impuesto
a ese pobre pueblo de América del Norte, que la separación es una
forma de negación de la existencia; la integración es, contrariamente,
una manera de afirmación de la realidad. Dicho de otra forma: capitalismo
es aislarse y socialismo es integrarse.
El agua dulce,
el petróleo, el gas, el trigo, el maíz, el oro, el mar, el hierro,
el aluminio, el aire, el ecosistema, la madera, la ciencia, la tecnología,
el arte, la medicina, en fin, la Naturaleza y todo producto social inclusive
los dioses del larario, son factores del todo. “Desintegrar el mundo
es una acción autodestructiva”, decimos nosotros. “Dios no juega
el Universo a los dados”, habría dicho Einstein -y “Einstein,
¡no le diga usted a Dios lo que él debe hacer!”, replicó Niels
Bohr a Einstein-. Y para más aún, Stephen Hawking también metió
lo suyo: “Dios no sólo gusta de jugar a los dados con el Universo
sino que a veces los lanza donde no podemos verlos”.
Sea lo que
fuere, donde y como sea, el mundo es de todos, venga la comunión de
la diversidad como un auténtico camino hacia la coexistencia pacífica.
La élite militar y militarista del mayor imperio expone con prepotencia
sus “verdades” como absolutas, pero eso hay que rechazarlo de plano.
El día en que La Humanidad se despliegue como una unidad dinámica
de conjunto hacia la paz, estaremos en el camino de resolver todos los
problemas coexistenciales; para ello será necesario abordar un lenguaje
común aprobado y asumido por todos.
Es difícil
determinar lo primero por hacer. No nos sentimos tentados a proponer
ni una cartilla ni una fórmula. La integración de los pueblos, tal
como la concebimos, es ajena a todo algoritmo, pero pensamos que el
abordaje debe hacerse desde el plano cultural, por las buenas y sin
condicionamientos. Esto, por sólo decir lo que pensamos y, hasta ahí;
venga la otra opinión, un poco de sincretismo tal vez no nos cause
sarampión.
Generar un
clima de confianza entre los pueblos, libre de ataques y defensas, podría
guiarnos hacia una nueva concepción del mundo que desencadene si bien
no “la paz” para todos (término quizá un tanto ampuloso), al menos
sí la posibilidad de un relacionamiento respetuoso. Valga agregar aquí
que nadie está obligado a amar al otro, pero sí a respetarlo. La paz,
si es posible, en definitiva tiene que ver con eso: con el respeto del
otro diverso.
Con sus millares
de ojivas nucleares, su ONU y su OEA, el gobierno de Estados Unidos,
en tanto cabeza mundial del capitalismo desarrollado, suele sentarse
a la mesa de discusión como el gánster que clava su cuchillo en la
misma antes de hablar la primera palabra. Por eso, y por peores cosas,
ahora los pueblos del Sur tenemos la necesidad de integrarnos bajo nuestras
propias reglas, sin amenazas y sin tutelaje, de igual a igual, con respeto,
y con la disposición de complementar nuestras necesidades y nuestras
fortalezas. La actual “legalidad internacional” no es más que una
impúdica mentira, y seguirá siendo así el mientras el Norte (con
Estados Unidos a la cabeza) siga imponiendo sus condiciones capitalistas
leoninas al Sur.
De modo que
la creación y el desarrollo evolutivo de un lenguaje al servicio de
la paz mundial es competencia de los propios pueblos, y éstos deben
asumir esa demanda, sin pedirle permiso a nadie. Esta vez sí existen
bases concretas que permitirán seguirle la pista a la evolución del
nuevo lenguaje por parte de futuras generaciones para las que “las
guerras pasadas” -las anteriores y las actuales- no tengan acicate
para retoñar.
Obviamente
no basta crear un nuevo lenguaje sino, además, nuevos medios de difundirlo,
y fundamentalmente otra ética, esta vez planetaria. Pero si nos tomamos
en serio aquello de “el lenguaje es la morada del ser” -siendo
heideggerianos en esto-, desarrollar un nuevo lenguaje implicar desarrollar
un nuevo mundo.
La ideología
es una expresión esencial de la conciencia. Sin ideología no puede
haber ética y sin ética no puede haber convivencia; ninguna ley escapa
al agobiante rigor de la caducidad. Por ejemplo, con su Teoría de la
Relatividad, Einstein tiró por tierra centenarias concepciones del
mundo, inclusive sustentadas por la matemática, que ya es decir algo.
Y la propia Teoría de la Relatividad empieza a tambalearse en sus fundamentos,
precisamente con el avance de la ciencia.
No hay verdades
absolutas. De manera que estamos ante un reto de complejidad descomunal:
abatir la guerra y suplantarla por un mundo de paz sustentable. Un vistazo
apenas superficial de la historia del mundo nos hace ver que si existen
diferencias dentro de un mismo sistema social y político, con mayor
razón existen diferencias con respecto a sistemas distintos. ¿Qué
no decir entonces de confrontar sistemas diferentes? Mientras tales
diferencias existan en guerra, en vez de en coexistencia pacífica y
constructiva, el bienestar del ser humano contemporáneo estará comprometido.
En libertad
se conjugan los logros fundamentales del ser humano, pero la libertad
por sí sola no basta. Es que mientras los pueblos han debido estar
escalando niveles superiores de felicidad todavía tienen que pelear
por subsistir, y esa es una contradicción. La libertad, la soberanía,
la autodeterminación, la felicidad y muchos otros valores sin los cuales
la paz no es sustentable, son objetivos sine qua non hacia los
cuales tiende el mundo contemporáneo; pero sin el lenguaje que lo exprese
de común, será arduo el camino hacia el logro.
A decir verdad,
de ninguna manera pretendemos hacer un relato irreflexivo de nuestros
pareceres; sólo tratamos de plantear partes de nuestros puntos de vista
acerca de un tema que consideramos de primerísimo orden, pero sin más
pretensión que intentar presentar una crítica teórica, en este caso,
indiferenciada. Es natural concebir desde “el océano de la diversidad
humana” un nuevo estamento social y político particular, zonal, regional
o hemisférico. Creemos que la idea es extensiva a todo el Planeta Tierra.
Somos empedernidamente ambiciosos respecto al porvenir; no somos entera
ni medianamente uniformes respecto a la base de nuestros respectivos
enfoques personales del problema expuesto. Pero creemos que no es dilemático
optar entre guerra y paz.
Las grandes corrientes del pensamiento universal han surgido de procesos de lucha de los pueblos contra el peso de concepciones tradicionales erróneas, sostenidas por grupos de poder. Recordemos el calvario de Galileo por sostener la concepción acerca de la Teoría Heliocéntrica en contraposición a la falsa creencia geocentrista, sostenida por la Iglesia Católica de Roma de entonces. La feroz lucha del conocimiento científico por insurgir y la tenaz oposición del dogmatismo estéril, que siempre se erige como obstáculo a las transformaciones necesarias, han marcado siempre el carácter de la confrontación brutal entre opuestos. Hoy el sistema capitalista globalizado representa el poder irracional y sanguinario, la guerra; mientras que los pueblos sojuzgados y escarnecidos representan la paz. Estamos así ante una confrontación entre el átomo violento y el átomo pacífico en la política internacional. ¿Explotará?
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