Pensemos un instante en todos aquellos criminales que han desangrado la patria, que la han traicionado, que la han envilecido, dejándola en el caos por defender sus propios malditos intereses.
Recordemos que todos esos criminales decían que el dinero no tiene patria.
Pedro Tinoco sostenía que el dólar debía ser el más sagrado ícono para los inversionistas.
Que nuestro bolívar existía por el dólar. Que Washington se había tragado a nuestro Libertador.
Pensemos un instante en aquel canalla que se llamó José Antonio Páez y que fue hacer el ridículo a Estados Unidos, cayéndose de un caballo, al tiempo que había dejado a Venezuela en una guerra brutal y en plena ruina.
Pensemos un poco en aquel miserable Julián Castro que de haber sido guardaespaldas de José Tadeo Monagas se convirtió en Presidente de la República.
Detengámonos un momento en todos los sucesivos ministros de Hacienda que tuvo Venezuela a partir de Antonio Guzmán Blanco y que fueron al exterior a tramitar empréstitos para que los europeos recolonizaran al país.
Recordemos al general Manuel Antonio Matos que fue uno de esos ministros de Hacienda, y que por pretender seguir en sus prácticas expoliadoras se reveló contra el presidente Cipriano Castro, y con apoyo de los Estados Unidos invadió a Venezuela.
Luego la sucesión de apátridas como Juan Vicente Gómez, Eleazar López Contreras, Rómulo Betancourt, Marcos Pérez Jiménez y todos aquellos que le sucedieron en los 40 años de degenerada “democracia”.
Plastas, tras plastas.
Contra eso ha estado luchando uno toda la vida.
Se sabe que el iconoclasta es quien practica la iconoclasia, quien destruye pinturas o esculturas sagradas.
Bueno, me inscribo como tal, pero mucho más contra la iconoplastia, el que va contra las plastas de todo tipo: las plastas judiciales, las plastas de la derecha, las plastas universitarias, académicas, sesudas, intelectuales.
jsantroz@gmail.com