Todo el imaginario político de los revolucionarios de la Independencia se alimentará de nociones que ignoran a las mujeres. Por ello, términos como Patria, Dios, Fraternidad, Libertad, Igualdad, Ciudadanía, entre otros, serán pensados por los hombres y para ellos. Ese imaginario político, que será recogido en el constitucionalismo revolucionario venezolano, es un imaginario patriarcal donde el poder soberano incluye el derecho al acceso sexual de las mujeres.
En medio de ese panorama revolucionario, las mujeres, convencidas de que las promesas de los libertadores debían incluirlas, se ofrecerán y protestarán para que se las tomara en cuenta en la defensa de las ciudades en contra de los representantes del Rey, como es el caso de Josefa Venancia de la Encarnación Camejo Talavera y un grupo de revolucionarias, en memorable carta fechada en Barinas el 18 de octubre de 1811. Otras mujeres, por su parte, temiendo que la revolución trajera al país sólo ruina y desolación, defenderán con toda pasión la causa de la monarquía, como es el caso de María Antonia Bolívar, la hermana mayor de Simón Bolívar. Tanto las afectas a la causa patriota como las afectas a la causa de la monarquía, serán discriminadas.
Los revolucionarios de la Independencia consideraron que las mujeres eran extrañas a la soberanía que se estaba construyendo. Una soberanía basada en la identificación de los varones (fraternidad) y en la exclusión de ellas. Por eso el texto culminante de la revolución de la Independencia en su primera etapa, la Constitución de 1811, al establecer en su artículo 143 que la soberanía estaba formada por una sociedad de hombres y, entre ellos, por los varones propietarios, blancos y católicos, reunidos bajo unas mismas leyes, costumbres y gobiernos, sujetó a las mujeres al estrecho espacio del hogar y cercenó la ciudadanía de ellas; situación que, con los vaivenes del tiempo, aún pervive pues todavía existe la división sexual del trabajo y se mantiene la dicotomía público-privado que tanto daño ha hecho a la causa emancipatoria de las mujeres; una causa que asumió sin reservas, la Revolución Feminista.
El sentimiento de fraternidad es ínsito a la gran obra propuesta por los revolucionarios caraqueños. Ese sentimiento reclamaba la renuncia de todo resentimiento personal y de toda preocupación egoísta. Era tal renuncia, el mejor sacrificio que podía ofrecerse al altar de la patria y el mejor ingrediente del pacto fundacional de la nueva república. Y el hombre que, de cualquier manera, sugiriera o promoviera, la división entre los ciudadanos, debería ser mirado como el mayor enemigo de la seguridad pública y como un hombre indigno de ser “nuestro hermano y compatriota”.
La fraternidad, entonces, no sólo fue el vínculo que unió a los revolucionarios pertenecientes a la clase criolla o mantuana entre sí, sino que también sirvió para unir a los revolucionarios con los españoles europeos que eran afectos a la causa de la independencia. Ese vínculo fue el fundamento o amalgama de la propuesta social a la cual se aspiraba y el mismo, que por su propia naturaleza, dejaba por fuera a las mujeres; y siendo el único aspecto de la relación entre personas a las que se denomina “hermanos”, contenido intrínsecamente en el término mismo, fraternidad e igualdad se identificaron. Por consiguiente, volviendo al tema que nos ocupa, iguales para los revolucionarios de la Independencia, sólo podían ser los hombres, nunca las mujeres con quienes la relación era de dominio, autoridad y sujeción, propia de la sociedad patriarcal.
(*) Doctorada en
Estudios de Las Mujeres