Esta afirmación y sus consideraciones
han sido un tormento para cierta izquierda iletrada, que no lee y que gusta
mucho de repetir juicios y sentencias de grandes hombres, que usualmente
sintetizan pensamientos y prácticas complejos, productos del estudio y la
reflexión, precisamente la carencia principal de los repetidores de oficio. “O
inventamos o erramos” se grita muchas veces para justificar cualquier exabrupto
que se le ocurra al más ignorante correligionario, casi siempre el más gritón y
más agresivo, sin conocerse bien quién lo dijo, cuándo lo hizo, por qué se
expresó de esa manera; ignorando las condiciones en que se realizó la
aseveración y sacándola del contexto histórico en que se produjo.
La igualdad se encuentra referida en la
consigna central de la revolución francesa. Aquellos hombres querían destruir
las diferencias entre los nobles dueños de las tierras y señores del gobierno y
la gente de sangre roja, la burguesía como exponente de una nueva forma de
propiedad, y el pueblo llano, desposeído económica y políticamente. Somos
iguales exclamaban quienes luchaban por la igualdad de la mujer, en muchos
casos incluyendo erróneamente aspectos biológicos
donde eran muy claras las diferencias. En forma mecanicista, éstas se redujeron
a la esfera anatómica sexual, por lo que se afirmaba que los cerebros de
hombres y mujeres eran idénticos. Hoy se sabe que son muy disímiles y que existe
el sexo cerebral.
Somos iguales dicen los trabajadores y
piden ocupar cualquier puesto jerárquico, sin importar el conocimiento y
preparación necesarios para ello. Se habla de igualar los salarios sin tomar en
cuenta la instrucción ni la formación de los asalariados, pues “somos iguales y
tenemos las mismas necesidades”. Se confunden varias cosas, lo que hace más
confusa la situación, aparte de que hay quienes no quieren entender, pues en su
proceso igualitario equipararon salarios y posiciones jerárquicas sin haber emparejado
los esfuerzos y estudios realizados. Es irresponsable exigir salarios iguales
sin considerar que no todos realizaron iguales esfuerzos en su formación, ni
todos tienen la misma preparación. “Nada más injusto que el reparto por igual”
sentenció
Marx al considerar el tema.
Somos iguales a los profesores, valemos
lo mismo, por lo que el voto en las universidades debe ser paritario o, mejor, uno
por uno, exige el movimiento estudiantil “revolucionario”, calificando de
oligarca y reaccionario a quien ose argumentar en contra. Discutir es un
pecado.
No quieren percatarse que docentes, estudiantes y trabajadores valen lo
mismo como ciudadanos, son iguales políticamente, en sus derechos
fundamentales, en su condición humana, pero no como universitarios.
No son
iguales el estudiante que se inicia y aquél que termina la carrera; el primero
no tiene ningún conocimiento de la disciplina ni experiencia en la misma,
mientras que el segundo es casi un profesional, pues ha incorporado los
conocimientos de 10 ó 12 semestres de estudio, tiene práctica en la disciplina
y ha sido evaluado.
No son entonces, afortunadamente, nada iguales estos alumnos
como estudiantes. Lo son como ciudadanos, pero no como educandos.
No son iguales tampoco el instructor que
acaba de ingresar y el profesor titular con 20 años de ejercicio académico. No
tienen la misma experiencia, no tienen el mismo conocimiento, ni la misma
formación, ni similar obra realizada. Luego, son desiguales y ése es el deber
ser.
No son iguales el cirujano con postgrado, 30 años de experiencia y más de
5 mil intervenciones quirúrgicas efectuadas, que el médico recién graduado, que
comienza su vida profesional. No pueden ni deben ser iguales. Tampoco lo son,
ni deben serlo, la joven oficinista de 18 años que se inicia, sin ninguna
experiencia y la secretaria ejecutiva con 25 años de labores y muchos cursos de
capacitación realizados. No son iguales tampoco el obrero especializado y el
obrero sin ninguna capacitación.
Repito: Todos son iguales como
ciudadanos, con los mismos derechos políticos, pero son desiguales como
personas con un oficio o profesión particular. Adicionalmente, los derechos sociales
derivados de la profesión no son iguales tampoco entre ciudadanos iguales. Un cirujano
tiene derecho a firmar un certificado de salud, a examinar un paciente, a
efectuar una intervención quirúrgica, actividades que no pueden realizar un
ingeniero, un plomero, un farmacéutico, un tornero o un agrónomo. Un sociólogo,
un educador o un matemático, no pueden dirigir la construcción de un puente, un
túnel o una carretera, mientras un ingeniero civil sí tiene esa facultad. Un
militar tiene unos derechos que no tienen los civiles y éstos algunos que no
poseen los militares.
Estos derechos acarrean también deberes que, por lo tanto,
tampoco son iguales entre los ciudadanos iguales de un país.
Un caso especial, pero que sigue el mismo
lineamiento, es el de las fuerzas armadas y policiales. Un General y un soldado
son muy desiguales, lo mismo que un comisario y un agente raso. El soldado y el
policía, además, no opinan, ni votan, en la designación del general ni del
comisario, lo que no significa que estén excluidos en estos organismos de
seguridad. Se trata simplemente de que ambos pertenecen a instituciones meritocráticas,
como los cuerpos de bomberos, los hospitales y las universidades, donde las
jerarquías y los derechos dependen del conocimiento, formación y experiencia
que se posea, por lo que no son ni pueden ser iguales para todos sus
integrantes.
¿Somos iguales entonces? Sólo como
ciudadanos; de resto somos desiguales, profundamente diferentes, sublimemente distintos
como en el caso de hombres y mujeres. Si esa izquierda ignorante no se empeñara
en mantenerse en las tinieblas, sino se atreviera a dar pasos positivos en la
dirección de apropiarse del conocimiento, a través del estudio intenso y
permanente, para dejar de actuar a través del facilismo, del cultivo de lugares
comunes y el descubrimiento permanente del agua tibia, dejaría de atormentarse
con el problema de la igualdad, pasaría a comprenderlo científicamente y a
manejarlo en forma apropiada; así mismo, dejaría de atormentar al resto de los
venezolanos y de causarle daños a Venezuela y al proceso de cambios que dice
instrumentar.
La Razón, pp A-, 28-8-2011, Caracas