Maquiavelo se pasó la vida buscando grandes hombres para entrenarlos en el difícil oficio de la alta y noble política.
César Borgia no ocultaba nada que pudiera hacerlo grande.
César Borgía había llevado hasta el máximo la eficiencia de sus actos y de sus deseos que no se juzgaba en absoluto por la dimensión de los otros hombres, sino que se avenía tan sólo con sus aspiraciones, ambiciones y apetitos.
Ciertamente no había en César rastro de timidez, temor o indecisión. Era de una naturaleza impulsiva y pronta a las audacias.
Sabía César Borgia que sólo se podía contar con uno mismo, con el propio talento, con la fuerza, la abundancia y la energía, y sólo era posible mantenerse en el poder a expensas de una vigilancia perpetua y una desconfianza absoluta.
Cuando César Borgia se apoderó de la Romaña, gobernada por una infinidad de pequeños imbéciles, ocupados en expoliar a sus súbditos y no en gobernarlos, desató una represión extremadamente enérgica.
Se preguntaba Maquiavelo: ¿qué será más importante ser amado o temido?
El mismo Maquiavelo se respondía: ambas cosas son necesarias, pero como no es fácil reunir las dos, cuando nos vemos reducido a uno solo de esos medios, creía que es más seguro ser temido que amado.
“Los hombres, hay que decirlo –sostenía Maquiavelo-, son por regla general ingratos, cambiantes, taimados, tímidos y ávidos de ganancias. Mientras les hacéis el bien están enteramente a vuestra merced, os ofrecen su sangre, su vida, y hasta a sus propios hijos, pero si caes o te resbalas se sublevan contra vosotros. Y el Príncipe que ha confiado en sus bellas palabras y omite prepararse para hacer frente a los acontecimientos, corre el peligro de perecer; los amigos que uno se hace a costa de dinero, del poder y de las prebendas y no por las cualidades de la mente y del alma, raramente están a prueba de los reveses de la fortuna, y os abandonan en cuanto necesitas de ellos. Los hombres en general, son más dados a tratar con miramientos a quien se hace temer y a quien se hace amar.”
La fuerza de César Borgia se situaba a la altura de sus sueños y de su voluntad, al nivel apetitos.
César Borgia era capaz de aplastar, como si se tratara de una cucaracha aquellos pobres conspiradores que carecían de dotes políticas, abundancia y resolución, que se exaltaban y se iban de la lengua en lugar de actuar.
César Borgía fue más grande y fuerte que todos sus enemigos juntos.
Y además, César Borgia tenía la suerte de su parte, aquella milagrosa suerte verde, tan verde como el campo en primavera.
Sostiene Marcel Brión en su maravillosa biografía de Maquiavelo que es una pérdida de tiempo compadecer a los torpes e imbéciles. Para él los que fueron al cadalso y perecieron por conspirar contra Borgia eran gentes que habían recibido el justo castigo por su imprudencia disminuida; no habían eliminado César cuando lo tenían a su merced, lo habían provocado y luego se habían quedado muy tranquilos, un verdadero político no puede dejar pasar impunemente semejante provocación.
No se puede ser tonto en política.
Un hombre inteligente en estos actos tal cual como actuó César Borgia era loable; había que elogiar su estratagema lograda de manera tan magistral.
Lo esencial era haber logrado acciones política magistrales que acababan por ser comparables a obras maestras: como un cuadro una estatua, en definitiva algo hermoso, bello.
No cabía un juicio moral en sus terribles determinaciones, se trataba de política.
El más fuerte tenía razón, la que le otorgaba su fuerza, y los que jugaron mal habían perdido; se empeñaron en una conspiración, pobres benditos, y luego se expusieron a merced del jefe contra el que conspiraron.
Si aquellos enemigos de César hubiesen sido tan inteligentes como él, no habría acabado en una fosa.
La suerte verde era para quien la tomaba. Y como afirmaba Maquiavelo es mejor que seamos nosotros quienes los ejecutemos por traidores y viles, y no ellos a nosotros.
El crimen, en sí mismo, no era bueno ni malo. Era justo, lo provocaba la necesidad, y cuando se realizaba con tal refinamiento y destreza, de necesario pasaba a ser bello; se elevaba al nivel de obra de arte, puesto que el arte estaba en todo, tanto en el crimen como en la pintura y la poesía.
A veces son culpables de haber actuado con escrúpulos, hombres honestos cuando el momento reclamaba una acción pronta, enérgica e implacable. Hubo quienes tenían la ocasión de ganarse una reputación eterna, de eliminar a su enemigo en un instante y de apoderarse de la presa más codiciada.
Después la suerte se declaró contra César. Como buen italiano supersticioso, Maquiavelo sabía que el hombre al que la suerte le da la espalda es hombre perdido. No le gustaban los hombres que no tenían suerte, porque estaban condenados al fracaso, y los fracasados no les interesaba. No es que tuviese el abyecto deseo de estar siempre con el más fuerte, en absoluto, pero consideraba el éxito como el signo visible de la excelencia.
@jsantroz