Siendo uno su objetivo, la contrarrevolución ha chocado repetidamente contra una resistencia popular que ha blindado el proceso revolucionario bolivariano en Venezuela, a pesar de sus evidentes debilidades y contradicciones. Este hecho en sí representa un avance significativo en la percepción y protagonismo político asumidos por los sectores populares desde finales de la última década del siglo pasado, más que de las fuerzas políticas nominalmente revolucionarias, cuestión que enmarca dicho proceso en condiciones atípicas, en un todo diferente a las diversas experiencias revolucionarias producidas a nivel mundial en los últimos cien años. Sin embargo, todos los cambios impulsados desde el gobierno por el Presidente Hugo Chávez para encaminar a los venezolanos hacia una sociedad de inclusión y de justicia social, de absoluta soberanía nacional, de diversificación de la economía, de redistribución de la riqueza generada entre todos, de espíritu popular, nacionalista y bolivariano en las Fuerzas Armadas, de respeto a la dignidad y derechos de nuestros pueblos aborígenes y otros más que perfilan un modelo de sociedad y de nación radicalmente diferentes al existente hasta 1999, han sido satanizados de manera constante por quienes sienten que se les quitó algo que les pertenecía por derecho propio y divino: el poder.
Este acoso invariable de la oposición sólo le ha ganado adeptos entre aquellos que forman parte del poder político, militar y económico conservador de Estados Unidos, Europa y, minoritariamente, de nuestra América, lo cual le ha resultado beneficioso, dado el apoyo monetario que se le ha brindado para continuar con su estrategia desestabilizadora, no obstante el rechazo popular. Así, han recurrido a los mismos viejos y espurios argumentos de la clase dirigente gringa, pintando escenarios apocalípticos que hacen de Venezuela, prácticamente, un territorio de guerra fratricida, cosa que distorsiona grandemente la apreciación de quienes observan la situación desde afuera, víctimas de la complicidad mediática a nivel nacional e internacional que convierte al régimen de Chávez en un perpetuo violador de los derechos humanos y en una amenaza para la paz regional, la democracia y, por supuesto, la propiedad privada.
Por eso, es imperativo rememorar los triunfos efímeros conseguidos por la contrarrevolución, entre estos, el golpe de Estado y el paro patronal de 2002 y 2003, puesto que los mismos revelaron ampliamente la catadura y la saña de sus representantes contra un pueblo que, sólo armado con su conciencia, supo derrotarlos como nunca antes lo hizo pueblo alguno en la historia humana, obligando a las fuerzas armadas nacionales a restituir a Chávez en la presidencia. Además, no se debe obviar que tal oposición busca suscitar una atmósfera de violencia política que amerite la intervención de los organismos multilaterales y, bajo su manto, del imperialismo yanqui, del mismo modo que ya lo ha hecho en otros países, sin importarle la falta de legitimidad de sus acciones injerencistas. Esto evidencia que los acosos opositores no variarán ni una pizca, contando para ello, incluso, con la actuación elitista y nada revolucionaria de la pequeña burguesía enquistada en los distintos niveles del Estado y de los partidos políticos más representativos que apoyan al Presidente Chávez.-
*Maestro ambulante.
¡¡¡REBELDE Y REVOLUCIONARIO!!!
¡¡Hasta la Victoria siempre!!
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