Joseph Fouché es un personaje de la Revolución Francesa y del Imperio Napoleónico; antes y después de Fouché difícilmente hubo o ha habido un político más funesto que él.
Y mire que Judas Iscariote-antes-e Ismael García-después-no son más que “niños de pecho”, por sólo citar par de traidores, referencias más que nada para intentar ubicar a Joseph (José) Fouché en el contexto de la historia del crimen como el genio de la intriga.
Pocos años antes de 1800 Fouché integró la bancada de los diputados girondinos (burguesía moderada) que dominaron los inicios de la Asamblea Nacional Francesa pero a medida que cambiaba la relación y los jacobinos (radicales de la revolución) aumentaron su fuerza política, Fouché se deslizó progresivamente hacia el bando jacobino hasta convertirse en el más radical de los radicales, luego de ser el más moderado de los moderados girondinos.
Brevemente, en 1790 Fouché está como sacerdote en un convento, en 1792 ya ha colgado lo hábitos y encabeza guarimbas que queman y saquean iglesias, en 1793 se convierte en comunista, en 1798 es un prominente millonario-se había casado con la fea hija de un acaudalado burgués, tras la fortuna que le permitiese escalar posiciones y, pare de contar.
El lastre de su disciplina religiosa le permitió a Fouché pasar agachado en todas las circunstancias, para todo tenía una máscara invisible, sirvió a Robespierre y a Napoleón Bonaparte, por igual; de éste llegó a ser ministro de policía, cargo desde el cual montó un aparato que estaba a su exclusivo servicio en vez de al servicio del Estado.
Fouché disemina sus servicios de espionaje desde los burdeles hasta las iglesias más encopetadas, pasando por toda la sociedad, vigila no sólo a los de abajo sino también a los de arriba, demás ministros, diplomáticos, militares del más alto rango; nada se le escapa, controla todo tipo de informaciones a tal punto que de él dijera un destacado presidente de la Asamblea Nacional Francesa, que “Fouché se ocupa de asuntos que le importan y de los que no le importan”.
Siempre se mantuvo en un segundo plano, desde el cual manejó los mandos, la intriga, el crimen y todo tipo de triquiñuelas. Fouché es, desde mi modesto punto de vista, el más genial clásico camaleón.
¡Bah!
¡A quien pueda interesar, acordaos de Joseph Fouché!
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