Entonces el embajador Padrón exigió a su chofer que le llevara a...

¿Podrá usted imaginarse, que un embajador utilice los dineros del Estado venezolano, y en dólares, para complacer sus caprichos, como ponerse a visitar zonas de putas en un determinado país? Pues bien, eso hizo el intelectual de la Universidad de Los Andes, Alejandro Padrón mientras se desempeñaba como embajador en Libia.

El señor Alejandro Padrón utilizó al chofer de la embajada para satisfacer este caprichito, muy de su gusto, pero además lo coloca como una gran vaina creativa. Y su fijación con las putas lo revela cuando el Presidente Chávez en una visita que le hace a Gaddfi le propone que su hijo visite los llanos venezolanos.

Pero utilicemos las fuentes del libro que trae todas estas confesiones.

Cuenta que un día, aproximadamente a las 11 de la noche, cuando salía de una fiesta aniversario en la Embajada de la India, él “interrumpió la seriedad de su chofer diciéndole algo que dejó a éste atónito.

“- Lléveme a casa de las putas -le ordené.

“El chofer frenó instintivamente el automóvil y se quedó mirando a través del espejo retrovisor con sus ojos desorbitados.

“- Señor embajador!- exclamó sorprendido, mientras yo aguantaba las ganas de reír (No sé por qué coño esto le daba risa al señor embajador).

“- Ya se lo he dicho, ¿o es que Trípoli es la única ciudad del mundo donde no hay putas?

“- Sí, señor, como usted diga...

“Recorrimos calles y avenidas y nos internamos en los predios cercanos a la Plaza Verde. Desde las arcadas de unos edificios comencé a observar movimientos bruscos de personas que se escondían. El auto con placa diplomática roja las ahuyentaba. Pero Rezex (el chofer), veterano de varias "guerras mundiales", hizo una señal con las luces del automóvil y las prostitutas comenzaron a aparecer como por arte de magia. Se tongoneaban y mostraban sus atributos. Todas parecían extranjeras. Dimos la vuelta de la gran avenida y comprobé que el oficio más antiguo del mundo también se ejercía en Trípoli a pesar prohibición y de los fuertes castigos contemplados en la ley. Posteriormente me entero de que existen casas donde se dan citas prominentes miembros de la sociedad Libia para encontrarse con mujeres. Había comprobado la hipocresía de algunos libios que me decían que en su país "esas cosas" no existía. Por supuesto, eran funcionarios del Gobierno.[1]

El delicado intelectual Alejandro Padrón sostiene que él aprendió su excelso oficio de diplomático con el embajador de España en Libia, José Luis tapias. No olvidemos que los españoles son los que en el mundo van más a por putas.

Don Alejandro Padrón confiesa, para que conste en los anales latinoamericanos y para cualquiera que quiera investigar sobre su pasado, que a él no le gustaba en absoluto el embajador de Cuba en Libia, porque este cubano en todas las conversaciones siempre se las arreglaba para caer en temas políticos, y que el primer nombre que se le venía a la cabeza era el de Colin Powell, a quien consideraba una especie de diablo contra América Latina.

Don Alejandro en absoluto estaba dispuesto a pasar malos momentos en un país para él plagado de inconvenientes. Entonces hizo gestiones para que le visitara su cuñada Martha, quien vivía en París. Utilizó gran parte de su tiempo para estas gestiones, pasando por largos y extenuantes trámites administrativos.

Invitó también a su hermano Alfredo para que hiciera unos trabajos fotográficos en el Sahara.

Con su hermano y un guía, tomó un avión que los llevó a la ciudad de Sebha, y sus movimientos se hicieron bajo todas las consideraciones protocolares de su cargo. Disfrutaron de baños exóticos en oasis del desierto. La pasaron de maravilla.

Y Alejandro Padrón, como todo excelente intelectual también soñaba: tuvo un sueño delicioso en el que él se encontraba entre los hombres de Lawrence de Arabia galopando en medio del desierto. Que iba montado en un caballo rucio cuando sintió un disparo y la bestia dio vueltas de campana mientras él salía despedido. “Al levantarme vi el rostro de Antony Quinn, preguntando qué hacía yo por esos lados. Fue como un regaño, vi en sus ojos la expresión de la mirada de mi progenitor.[2]

Lo que más le arrechaba a don Alejandro Padrón eran las largas peroratas de Gaddafi. Se cogía un micrófono y se echaba más de cuatro horas por la radio y televisión del estado. Le escamaban sus frecuentes sus cadenas, y lo que más le indignaba era que “fustiga al imperialismo norteamericano, lo acusa de todos los males que padecen los países pobres de África y del mundo. Denuncia magnicidios y devela conspiraciones de una oposición casi inexistente. Convoca formar un bloque antiimperialista para enfrentar a los Estados Unidos.[3]” Qué arrechera.

Le parece insólito que Gaddafi no sepa que "la única forma de modernizar el país para pasar a nuevos estadios de desarrollo es abriendo sus fronteras y normalizando su situación política dentro de la comunidad internacional".

Todo esto lo piensa el intelectual Alejandro Padrón haciendo comparaciones entre el presidente de Libia y el de Venezuela.

Un día, una venezolana visitaba la embajada y le pregunta a don Alejandro:

“- Señor embajador, ¿podría saber por qué en esta residencia no se encuentra el retrato del comandante?

En ese momento recordé que no podía decir la verdad, pues lo cierto era que a mi mujer no le gustaba la fotografía del presidente en la sala; según ella desentonaba con la decoración de la residencia y no soportaba verlo allí como si fuera un espía observándolo todo. Yo respondí al vuelo:

-mire usted, el presidente es tan popular en Libia que cada vez que alguien viene a visitarme le tengo que obsequiar su retrato, y ya no me queda ninguno página.[4]

Al embajador Alejandro le interesa todo lo que se hace confidencialmente para después contarlos a los enemigos del proceso. Él tiene muy buenos contactos con su queridísimo amigo y maestro Teodoro Petkoff, por ejemplo. El intelectual Padrón averigua por qué van delegaciones de Libia a Venezuela y por qué vienen bolivarianos a Trípoli. Él vive intrigado porque a veces no le dan cuenta de esos movimientos. Él sí pudo seguir muy bien los pasos, por ejemplo, de un viaje que hizo una legación Libia a Venezuela. Igualmente se enteró a través del Ministerio de Relaciones Exteriores sobre una delegación de personas procedentes del estado Barinas “que vendrían a la reunión anual de la Mathaba, organización nacida al comienzos de los años 80. Fue fundada para el reclutamiento y entrenamiento de terroristas. Es conocida su intervención en los sucesos que derribaron el avión del vuelo 722de al UTA en 1989. Estuve pendiente del grupo de venezolanos, pero jamás hicieron contacto con nuestra embajada. Más tarde me enteraría por fuentes gubernamentales que la mencionada delegación estuvo en Bengasi y posteriormente había vuelto a Venezuela. Pensé que dicha delegación no estaría interesada en que el embajador venezolano conociese de sus actividades en Libia.[5]

Lo más cómico, lo confieso, que he leído en mi vida fue el pánico que invadió al señor embajador Padrón, el día que derribaron las torres gemelas en Manhattan. Ese día, nuestro embajador Alejandro Padrón sufrió un shock emocional tétrico. Afloró en él toda la inmensa seriedad que le caracteriza: nada de saber si había putas en Libia, si Fidel meneaba o no su mano enclénquica, si lo espiaban los libios o chavistas. Su sistema cerebro-espinal se electrizó con el pánico, y fue cuando percibió la grandeza de su portentosa envestidura.

Él se encontraba revisando a través de Internet las noticias cuando entró su secretaria de origen palestino, "como si viniera de recibir la noticia de un aumento de sueldo".

- ¡Vio, embajador, el ataque contra los Estados Unidos!- me dice eufórica. Y sin esperar mi respuesta, agrega-: ¡Se lo merecían, es un triunfo para todos!

“La miro con desagrado y mi deseo es pedirle que se retire de mi oficina. Respiro hondo, mi mirada es una hoja afilada sobre su rostro.”

“- Detesto lo que ha ocurrido, señora. Condeno a quienes cometieron ese horroroso acto de terror...”

“- Pero, señor embajador...”

“- No hay justificación posible -la interrumpo-, han muerto miles de seres inocentes.”

(A este ducho y sensiblero estratega habría que preguntarle qué carajo sentiría cuando destrozaron a medio millón de iraquíes con el invento de las armas de destrucción masiva.)

Pero él sigue con su narración y la palestina diciendo:

“- Pero Estados Unidos se lo buscado, señor embajador. Su política contra el pueblo árabe y el apoyo a Israel, su intervencionismo en todo el mundo le ha generado enemistades a granel... no lo cree usted, embajador?”

“- En ningún caso esa actitud puede justificar un ataque terrorista de esa magnitud. Las erráticas políticas de los Estados Unidos se combaten de otra forma. De lo contrario estaríamos aproximándonos a una tercera guerra mundial. Usted verá lo que vendrá de ahora en adelante- le respondo con desagrado.”

- No lo sé, señor embajador...

- Estoy contra de cualquier acto de terror para lograr supuestos objetivos estratégicos. Y por ahora, no quiero seguir hablando de esto. Me parece insólita su posición y no la comparto en lo más mínimo. Puede retirarse.[6]

Qué hombre más duro, determinante y valiente, con una claridad muy sutil sobre la geopolítica del mundo.

En la página 105 señala que unas conversaciones sostenidas con un alto funcionario libio le revelaron algunos secretos que lo colocaron tras la pista del carácter internacional de la revolución venezolana. Que Libia se ofrecía a prestar todo tipo de ayuda, formativa e ideológica, estratégica y de entrenamiento, si era preciso. Que estaba claro para él que uno de los objetivos fundamentales era el fortalecimiento de los Círculos Bolivarianos. Que al regresar de una visita Venezuela del jefe de la delegación Libia, el doctor Abdul, éste le dijo que los Círculos Bolivarianos estaban armados y que eso le preocupaba mucho. El gobierno libio necesitaba un apuntalamiento de otro gobierno revolucionario porque querían utilizar a Venezuela como puente para que a Libia se le facilitara el acceso al resto de Latinoamérica, y así establecer embajadas en países claves de la región.[7]

Para el intelectual Padrón, en Libia no existía libertad, y él no acaba por entender por qué los libios no huían de su país. A un profesor libio que se quejaba de aquella situación, el embajador Padrón le ofreció conseguirle trabajo en la ULA, donde sería bien recibido por su especialidad y su prestigio. Alejandro Padrón no entendía cómo se podía trabajar en un país bajo un gobierno donde la gente no podía expresarse. Y lo raro era que él que ya suponía que Chávez era un tirano, tal cual como se lo echaba en cara frecuentemente su esposa María Inés, tratara de conseguirle trabajo a alguien para que se fuera a vivir bajo la tiranía que reinaba en Venezuela.

Él y su esposa pensaban que el carro que les había regalado Gaddafi podía tener micrófonos instalados. Un día invitó a su mujer a dar una vuelta por la orilla de la playa y le advirtió de este hecho y le dijo que cuando fueran a hablar mal de Gaddafi no lo hicieran dentro del auto. Que dentro sólo emitieran buenos conceptos de él.

“Ella se echó a reír y luego dentro del auto iniciamos un diálogo surrealista sobre las bondades de Gaddafi que nos produjo tal hilaridad que tuvimos que parar y bajarnos como dos locos a reírnos en la calle mientras los conductores de carros que pasaban nos saludaban por vuestra felicidad.”

“Antes de entrar de nuevo al auto le manifesté a mi mujer que adentro tampoco podíamos hablar mal de Chávez porque nos podían acusar con los espías y mandar el reporte a Venezuela, incluyendo la grabación. Estas palabras surgieron el mismo efecto y esta vez tuvimos que poner en práctica nuestros conocimientos de yoga para controlarnos y poder regresar a la residencia sin desternillarnos de la risa.[8]

Pues bien, el orondo embajador Padrón, se encontraba en Libia con sus hijos Alejandro Rafael, Aymara y José Ignacio. Su mujer le mantenía enormes pleitos porque odiaba biliosamente a Chávez. “No veía en Chávez la capacidad necesaria para asimilar los cambios que se daban en el mundo actual sin contar con el carácter autoritario y la ética del propio Presidente como ser humano... ella repetía a menudo: "No entiendo nada". Me reprochaba el hecho de ser embajador, no sólo de un militar, sino además en un país de un gobierno dictatorial. "No entiendo nada" fue siempre el ritornelo de su angustia.[9]

Y el esfuerzo denodado de don Alejandro para hacerla comprender que se trataba de una misión temporal en la que sentía la obligación de dar lo mejor de sí, para el desarrollo y mejoramiento de las relaciones diplomáticas entre Libia y Venezuela, prácticamente inexistentes, lo impelían a seguir como diplomático.

Es una parte de su libro en el que realmente se vuelve un lío el escritor Padrón, porque siempre estaba sosteniendo que nunca se explicaba porque existía una embajada venezolana en Libia. Pero a su mujer, que estamos seguro estaba gozando allí con los privilegios de su marido, él le explicaba:

“- No soy embajador de un presidente, lo soy de Venezuela”

“- Eso es un eufemismo tuyo” –le replicaba María Inés.

Y uno se pregunta, ¿por qué carajo un eufemismo? Pero es que esta gente es supremamente intelectual para todo, hasta para arrecharse.

Pues bien el escritor Alejandro seguía sosteniendo su tesis:

“- Cuatro años pasan volando -insistía-. Mírale el lado positivo a la cuestión. Aquí puedes realizar sus investigaciones, permanecer en contacto con lo Universidad a través de Internet...”

Sin embargo, la profesora María Inés terminó sacrificándose. Al regresar de vacaciones de Navidad solicitó su año sabático y volvió a Libia para acompañarme, esta vez durante un año[10]”.

Así y todo allá en la embajada de Libia no dejaban de discutir acaloradamente sobre el discurso amenazante y soez del mandatario venezolano; “yo terminaba callándome porque en el fondo ella tenía razón. A medida que transcurría los meses la tendencia autoritaria y el militarismo del gobierno se hacían más evidentes.”

“- No hay peor ciego que el que no quiere ver- . Ella insistía en la sin razón de mi estadía Libia.

- Yo no voy a dejar mi trabajo inconcluso- le reprochaba. ... son apenas cuatro años el tiempo pasa volando...[11]”.

Don Alejandro sufría padeciendo muchas noches de insomnio pensando en esos encontronazos con su esposa, que comenzaba sucederle algo similar a lo que le había pasado con el apoyo que una vez le diera a la revolución cubana. Él no podía seguir encubriendo tantas cosas y justificando a un régimen al que le era imposible defender.

Sin embargo por nada del mundo dejaba el cargo, y su mujer María Inés, criticando y todo, se mantenían firmes en Trípoli.

El caos de las críticas le llovían desde todos los ángulos: de su hermano Alfredo, de su madre y su esposa quienes seguían sin entender por qué él estaba en Libia y no en la Universidad de los andes. En medio de esas tensiones, para bajar los vaporones se fue de paseo a contemplar las ruinas monumentales de Leptis Magna.

El embajador Alejandro Padrón ganaba algo más de 4.000 $, y el humanamente seguía insistiendo en que no le veía ningún sentido el echar a la basura tanta plata en sostener una embajada que no servía para nada.

Agregado a eso que el gobierno que representaba se estaba convirtiendo en intolerante contra quienes no compartían sus puntos de vistas sobre el quehacer económico y político. Las transcripciones del Aló Presidente que llegaban estaban plagadas de ataques contra los sectores productivos privados y se generaba una monopolización cada vez más creciente de la cosa pública por parte del Estado. La militarización de la administración pública le preocupaba sobremanera. La tendencia de potenciar la violencia entre los distintos sectores sociales le lucía descabellada. Y el lenguaje del presidente cada vez más soez y amenazante de su discurso... “mi convicción democrática se fue enfrentando poco a poco al carácter antidemocrático y autoritario que asumió el gobierno y su presidente.[12]

Recibía noticias de sus amigos del T´café de Mérida y la nostalgia lo estrujaba. Lástima que Chávez era como era, acercándose a un dictador tan controversial y déspota como Gaddafi. Se mantenía en sus trece de para qué tener relaciones con ese país con el que no tenían nada que intercambiar, a menos que a Chávez le interesaran los dátiles y los camellos y a Gaddafi las aguas del Orinoco. Hurgando en las razones políticas que pudieran justificar una alianza entre estas dos naciones él recorrió al viejo refrán de que los burros se juntan para rascarse.

Le molestaba de Gaddafi esa manera de gobernar a los trancazos insultando e imponiendo su criterio a como dé lugar, nacionalizando compañías petroleras y expropiando empresas de todo tipo, irrespetando los ciudadanos que piensan diferente de él, manejando el dinero de los libios a su antojo, aplastando al enemigo que disiente, “todas estas características tuvieron que generar en Chávez un placer exquisito y producir en consecuencia una identificación con el personaje mítico de marras. Gaddafi era su propio par, ambas patologías se unían en una sola y se elevaban a las cimas del delirio. La megalomanía y el lugar que les tendría reservado la historia jugaba un papel importante en esa identificación… pero me atrevo a pensar en algo más patético: el presidente Chávez no puede ver la sombra del Mal pasándole a un lado porque correr inmediato a ver si puede establecer una alianza con el.[13]

Un día, el intelectual Alejandro Padrón hizo los preparativos para recibir al presidente Chávez en Libia, pero luego se encontró con la noticia de que se había suspendido el viaje. Pero a la vez se enteró que el presidente se dirigiría a París, y él, ni tonto ni perezoso, corrió, hizo maletas y se fue a la Ciudad Luz; allá se metió en un acto con personalidades de la Universidad de la Sorbona y de los medios de comunicación parisinos. Cuando el canciller Luis Alfonso Dávila se lo encontró le preguntó mal encarado:

- ¿Se puede saber que asuste aquí?

Y al tipo lo imaginamos tembloroso, respondiendo:

- Vine expresar mi desacuerdo con la suspensión de la visita del presidente a Libia. Me parece, desde el punto de vista político, una en delicadeza, sobre todo porque Gaddafi no va entender cómo llegando ciudad están cercanas a Trípoli, como Argel y Roma, nuestro Presidente no visite Libia.

(Adiós carajo, y el señor Alejandro no y que decía que él no le veía ningún sentido a esa embajada en Libia. Evidentemente que el tipo lo que quería era chulearse al país con ese viaje sin ton ni son…)

Entonces le dijo Luis Alfonso Dávila que él no pudo ir a Libia porque él nunca se encontraba en la embajada por lo que no pudo concretar nada.

El intelectual Padrón recusó el golpe, de manera tal que experimentó la sensación de una bofetada y respondió conteniendo la rabia (y tragándose los mocos). Le afloró toda la arrechera que le tenía guardada de hacía años a Luis Alfonso Dávila. Para sus adentros agregó: “¡Qué se habrá creído este pendejo!, un hombre cuyo mérito principal para ser canciller ha sido el de ser un golpista que acompañó al Presidente en su fracasada intentona militar un hombre cuyo ascenso lo tuvo haciendo lobby con los diputados del antiguo régimen a quienes ahora critica y denuesta.[14]

Su arrechera contra el régimen crecía cada día, pero a la vez estaba decidido a no aflojar el fajo de dólares que se ganaba. Entonces insistía en averiguar los secretos de lo que Chávez hablaba con Gaddafi, sobre las coincidencias y objetivos de las dos revoluciones y de la necesidad de estrechar vínculos políticos y estratégicos con el gran país africano, sobre la defensa de los precios del petróleo y los ataques contra Estados Unidos.

Refirió lo que Chávez le contó a Gaddafi sobre una conversación que tuvo con Putin, en relación con la defensa de los precios del petróleo. Contó la siguiente conversación de Chávez con Gaddafi:

“- Yo tengo un hijo más o menos de la misma edad que el tuyo, ¿por qué no lo mandas a Venezuela a pasar sus vacaciones por allá, y así guiar alimentos y se divierten un poco en el llano? -Preguntó. Lo único que le falta Chávez fue decirle que su hijo lo llevaría casa de las putas, pensé.[15]

Ni qué decir este tipo que estaba del otro lado de la revolución chupando de lo bueno y de lo caro, decidió dar el salto definitivo cuando el pánico le asaltó definitivamente el 11 abril 2002, como también la pasó el embajador de la India Walter Márquez. Hasta ese día le duró la manguangua.



[1] “Yo fui embajador de Chávez en Libia”, Alejandro Padrón, ediciones La Hoja del Norte, Venezuela, 2011, págs. 76 y 77.

[2] Ut supa, Página 90.

[3] Ut supa, Página 92.

[4] Ut supa, Página 101.

[5] Ut supa, Página 103.

[6] Ut supa, Página 105.

[7] Ut supa, Página 107.

[8] [8] Ut supa, Página 117.

[9] [9] Ut supa, Página 119.

[10]  Ut supa, Página 119.

[11] Ut supa, Página 120.

[12] Ut supa, Página 134.

[13] Ut supa, Página 138.

[14] Ut supa, Página 142.

[15] Ut supa, Página 150.

jsantroz@gmail.com


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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

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