Todavía en ciertas escuelas enseñan que Colón es más grande que Bolívar

América fue conquistada antes que descubierta,

esclavizada antes que reconocida,

ordenada y reglamentada antes que comprendida.

Fue necesario un redescubrimiento, y en él Simón Bolívar desempeñó el papel del verdadero Colón.

Gerhard Masur

 

La América es un mundo herido de

 maldición, desde su descubrimiento,

 hasta los términos de la predicción.

 Simón Bolívar

Cierto que hablamos el español, y no el quechua o el maquiritare; o que vestimos, no como los cumanagotos, sino como los europeos o los gringos (con los blue jeans tallados, zapatos deportivos, franelas estampadas con figuritas de Mickey Mouse, Pato McDonald o de Pluto). Que nos movemos modernamente, con ambivalente cortesía, y nos hemos ido formando en la escuela del “buen trato”, y al saludarnos damos besitos en las mejillas (antes nos dábamos uno, y ahora imitando a los españoles queremos darnos dos).

Entre ese mundo de centros comerciales, de comidas rápidas, de orgasmos subliminales y autoinducidos, ¿cómo encontrar y entender nuestros antepasados? ¿Cómo entenderlo, con esas conversaciones matizadas de vanidad, además casi siempre como lo dicta la moda, y edulcoradas con clisés, poses y risas enlatadas?

Con pocas tradiciones firmes, y con historia desfigurada, falseada, con casi nada propio, cada 12 de octubre, unos cuantos “asimilados” salen a colocarle flores a los monumentos de Cristóbal Colón, de los criminales conquistadores como Juan Rodríguez Suárez, Francisco Pizarro o Hernán Cortés.

¿Será esa nuestra condición: solamente la de ser unos "descubiertos" y como tales vivir de la cultura y de la ciencia que nos proveen los "descubridores"?

Qué cosa.

El término descubrimiento es producto de la”genialidad” del que descubre, del que encuentra algo. Quien supo encontrar fue Europa; los que llegaron de otras tierras, no quienes estaban instalados desde hacía siglos en sus tierras, y que comprendía un territorio mucho más grande que “el fabuloso continente de la sabiduría y del poder cristiano”. No sabían que existían quienes ya estaban instalados con sus tradiciones antiquísimas, sus dioses benignos o terribles; su exquisita orfebrería y organización social, sus sueños fabulosos. Fue "descubierta" para Europa, no para América. La práctica del chovinismo cultural echándole en cara al indio, al "salvaje", el derecho del "hallazgo", e izando las banderas de la muerte que proclaman: Esto es mío, porque lo he encontrado primero, sin caer en cuenta, insistimos, en que estas tierras ya tenían dueños (si es que de veras alguien puede ser dueños de ellas), que eran sanos y poseían una civilización armoniosa, una religión que no quemaba herejes ni amenazaba con el infierno a sus hermanos.

El certificado de “DESCUBRIDORES” lo sellaba y refrendaba Europa, como si ella fuese la madre depositaria del Registro Universal, cuando en realidad estaba tan despistada moral y espiritualmente que propagaron en estas tierras de "América" las injusticias más sórdidas y los elementos de la servidumbre más atroz. Claro, habían descubierto riquezas en el sentido europeo, con métodos de explotación bárbaros y un sistema económico que era totalmente extraño a los naturales del Nuevo Mundo. Garrapateó Colón en su diario (navegando hacia estas tierras): "Donde encuentre oro y especies en cantidad, allí me quedaré hasta que reúna cuanto me sea posible”.

No hubo ningún “DESCUBRIMIENTO'”, sino acaso, una mutua sorpresa y una iluminación recíproca. El que llegaba desenfundó la espada, el que los recibía ofreció su casa. Por la gran generosidad de los nativos, jamás llegaron éstos a acuñar el término de que habían DESCUBIERTO a barbudos extranjeros que llegaban con sus arcabuces y como demonios sobre caballos. La presunción europea los iba a conducir a extravagantes errores, a la auto-aniquilación. Utilizaron la palabra "bárbaro" para definir a los pobladores de América y entronizaron prácticas maquiavélicas con las que infectaron la política de los aborígenes, levantaron comunidades plagadas de injusticias sociales. No tenían tiempo para estudiar y analizar concienzudamente cuanto se desenvolvía ante ellos, puesto que tenían toda su atención en una desenfrenada locura por hacerse ricos; como este desenfreno produjo cierto rechazo, entonces "descubrieron" los europeos que a los nativos les iba muy bien el término de "salvajes", por lo cual se despojaron de todo escrúpulo e hicieron de la cruz y de la espada una misma cosa.

El carácter utilitarista del europeo, el cual analizaremos más tarde, venía en la expresión sutilmente criminal de “hemos descubierto América". Era el absurdo sentido de la "propiedad" que ya hacía estragos en la sociedad de los blancos, porque no pensaron en otra cosa sino en gobernar, que quiere decir: ¡explotar! Traían en la sangre el concepto de propiedad como viene definido en el derecho romano; "el derecho de usar y abusar de las cosas en cuanto lo autorice la razón" y puesto que los naturales iban a ser catalogados de "salvajes", la razón sería suficientemente amplia como para justificar los desmanes que llevaría a cabo (además con el piadoso proceso de la Evangelización, de la conversión).

De este sentido de propiedad nuestros aborígenes se reían y se asombraban. Los indios se preguntaban - y se preguntan hoy con mucha más razón - ¡¿Cómo puede alguien apropiarse de un pedazo de tierra?! 

El señor Mario Briceño Iragorry se habría burlado de estos "infelices" por decir cosas como éstas, porque don Mario era un admirador de las fórmulas sacramentales del quirite romano cuando asumía el dominio de un lugar y mediante ritos con estolas y báculos -que la Iglesia Católica tomó del Imperio Romano- declaraba la "posesión del espacio contra el vacío del desierto". Don Mario creía en el Poder Cósmico de la Anunciación Divina, el cual justificaba la presencia y dominio de España en América y el derecho a decir a los "salvajes": "-¡Escuchad extraños, hemos descubierto esta tierra y por tanto es nuestra! Quedaréis obligados a nosotros. Nos debéis todo: vuestras vidas, vuestras mujeres, vuestros hijos y cuerpos porque carecéis de Alma.

Como el comercio era el pretexto para dominar sobre lo que les pertenecía, trajeron la esclavitud sin ninguna clase de reservas morales. De África Occidental, en un período de cuatro siglos, fueron traídos a América cerca de veinte millones de negros. Es decir que al desnivel moral e histórico que ya existía entre los indios y españoles, se agregó el de la raza negra y todo ello para acrecentar el holocausto.

Por lo cuál, esa gran alharaca que se armó el 12 de octubre de1992 con la Expo-Sevilla, con saraos reales y ditirambos de fraternidad (después que te han robado y asesinado), como si acaso hubiese sido muy justo, equilibrado y hermoso aquella destrucción de un continente paradisíaco: el grandísimo genocidio de comunidades bondadosas que salieron al encuentro de los extranjeros con franca generosidad y hospitalidad, y que tuvieron el error (honorable, en términos de Claude Levi Strauss) de ver en ellos a dioses. Destrucción de seres que en realidad eran amantes de la paz y que, como escribieron muchos frailes, eran sencillos y no posesos de las riquezas ni de bienes materiales; casi ascéticos en sentido monacal; que se gobernaban mejor que los europeos y gozaban de una mejor y bien fundamentada libertad individual. Nada raro sería si en el futuro se llegara a organizar la Expo-Berlín para celebrar los 500 años de la incineración de cinco millones de judíos (por Hitler).

Escribió el fraile recoleto Gabriel Sagard: "Quiera Dios que los paganos puedan convertirse; sin embargo, al mismo tiempo, temo que al hacerse cristianos pierdan su sencillez y su paz, no, desde luego a causa de que los mandamientos divinos pudieran hacer que esto fuera insoslayable, sino porque la corrupción que se ha deslizado entre las filas de los cristianos, se trasmite fácilmente a los bárbaros conversos[1].”

Algunos misioneros jesuitas en Québec, comparaban la moral de los indios con las costumbres de los antiguos dignatarios romanos, como César, Pompeyo y Augusto. Eran escrupulosos, mantenían sus promesas y una actitud de dignidad ante la adversidad; eran valerosos en la lucha, tanto que pese a los escasos medios de defensa, enfrentaron con denuedo a los conquistadores. En cuanto a higiene y limpieza corporal superaban a los blancos y veían en las barbas de los europeos una grandiosa insensibilidad afectiva, brutalidad y falta escrúpulos (Cristoph Meiners).

Aquellos seres que se encontraban en entera libertad y sencillez de vida, sin contrariedades, y envejeciendo en plena tranquilidad y placidez, sin zozobra y sin las angustias propias de la vencida y corrupta sociedad europea, se vieron de pronto dominados y sometidos a las "virtudes" de un conocimiento y de un lenguaje abstracto que en nada les favorecía. Introdujeron los blancos penosas necesidades y enfermedades; trastornaron el paraíso visto por Colón, además de que los indios fueron espectadores de insólitas carnicerías entre blancos por la pasión sexual, los robos, el poder y el dinero. Y para sofrenar las perfidias, los europeos infectaron de leyes al continente por la dominante precaución que debían tomar contra el hurto, la mentira y el crimen.

Así fue como “descubrieron los inmensos recursos con que colmaron de oro las arcas de los gobiernos que nos han dominado, tiránicamente, por más de cuatro siglos. Se comprende que ellos quieran celebrar su "descubrimiento", pero nosotros, ¿por qué nos prestamos a tan perversa degradación? Creemos que el 12 de octubre debería decretarse Día de la Infamia, y cada casa o edificio debería ostentar un crespón o un lazo negro en sus ventanas y balcones, y uno mismo lucir de luto.

Ciertos gobiernos de América Latina, con sus magistrados semi-europeos, parecidos a españoles o a italianos, sajones o franceses, que visten a la moda, académicos fashionables según los alucinadores brillos que llegan de lejos; esos imitadores de lo extraño que nos han puesto el país a la española, con sus desórdenes y caos, sus mentiras y torpezas, su dejadez, pendencias y abusos; flojera, traiciones y picardías: la consabida viveza ciudadana. Esos híbridos, mezcla de enlatados americanos, que "se sienten orgullosos de su progreso y ansían celebrar haber sido descubiertos. Esta especie servil, que por habilidades siempre subterráneas, al estilo de los que implantaron aquella democracia representativa, llena de pastosas y enfermizas mañas; tipos, digo, que quieren celebrar, loando a los que cercenaban narices; quemaban vivos a los indios y ahorcaban a niños en medio de satánicas borracheras. Aquellos "héroes" blancos que orgullosamente confesaban enviar de un solo tirón a setecientos "salvajes" al infierno, y decían: "Aquellos que escapaban al fuego, eran muertos con las espadas, despedazados... Se supone que en esta ocasión fueron muertos cuatrocientos de ellos. Era espantoso ver cómo indios se asaban en el fuego y cómo, al final, torrentes de sangre apagaban las llamas... la victoria fue considerada un dulce don del cielo y los  colonizadores alabaron a Dios, que tan pródigamente les había ayudado a ganar a los indios por la mano sagrada...[2]”.

No sabíamos qué somos (y cada vez ser nos hace más difícil entenderlo), ni a dónde íbamos, ni lo que queríamos: una raza desorientada que había perdido el sentido precioso de su razón de ser, de toda razón posible, y que apenas a partir de 1998 es cuando apenas ha estado despertando, en medio de una pavorosa invasión mediática. Nuestro dolor no está basado en ninguna posición política, que todas fueron también importadas, y provocadoras de tantos males como los traídos por el carácter europeo. Muy poco había sido fundamentado sobre algo esencialmente nuestro.

Por mucho tiempo el envilecimiento de las raíces americanas pareció irreversible, irreparable. Se temió que si había que hacerse un hombre nuevo, seguramente éste tendría que venir fundado sobre la escoria de lo vencido, y con los elementos bastardos de la Europa asimilada por nosotros.

Nada tan complicado como nuestra desintegración, que los argumentos para condenar el "descubrimiento" y la conquista fueron elaborados y forjados por un arraigo de cinco siglos de intromisión extranjera: ella es nuestra frustración en la sangre, en las esperanzas y locuras atávicas, monstruo que lucha dentro nosotros mismos, provocando temores y horribles estragos. He aquí el sentimiento con el cual nos adentramos a la dislocada situación política de nuestros orígenes.



[1] Los “salvajes” y los “civilizadores”. – El encuentro de Europa y Ultramar.

[2] Citado en Collier, J. Indians of the Americas.



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José Sant Roz

Director de Ensartaos.com.ve. Profesor de matemáticas en la Universidad de Los Andes (ULA). autor de más de veinte libros sobre política e historia.

 jsantroz@gmail.com      @jsantroz

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