Hace algún tiempo vi por televisión a este merotrópico y cursi profesor José Machillanda: más falso que medio liso. Como sucede con todos esos petulantes y sesudos que egresan de la Universidad Simón Bolívar este tipo habla con un timbre aguzado de bobo atorado por sus cursis y despampanantes palabras. Este servil sin patria y sin conocimientos de nada, porque el que no tiene patria no puede saber nada, en su insuficiencia moral infinita ha acabado por plegarse a los mandos paramilitares de Colombia. Así acaban todos los ultra-derechistas imbéciles.
No puede uno decir que este Machillanda trabaja para la CIA porque su hablar lo delata como tonto de capirote, pero sin duda que trata de hacer lo imposible para que se lo tome en cuenta y le den algo en esa gran quincalla de sesudos al por mayor, y que en cada país de Latinoamérica tiene surcursales para atacar al presidente Chávez.
En días pasados vi por La Hojilla una grabación en que le cogieron al tal Machillanda con su voz agusanada, tributándole elogios al ex presidente Ramón J. Velásquez y diciéndole a un paramilitar colombiano que éste le enviaba un libro al miserable Álvaro Uribe Vélez.
Pues ahí se ve toda la catadura de lo que es y ha sido Ramón J. Velásquez toda su vida y que yo desde hace años vengo denunciado: un horrible farsante, un gran traidor a la historia y a su conocimiento, un espeluznante motolito que se ha vivido a todo el mundo en este país. Ramón J. Velásquez ha sido pro-santanderista toda la vida.
No hay que olvidar que Ramón J. es banquero, hace de historiador y memorioso de Venezuela, y fue como digo toda la vida un gran motolito. A mí me dolió en el alma cuando el otro día el presidente Chávez en su infinita bondad le mandó saludos, porque en el fondo Ramón J. odia a nuestro presidente, y bajo cuerda ha hecho su trabajito para tratar de hundirlo unido con lo peor de Colombia. Los santanderistas no comen cuento. En el libro de Agustín Blanco Muñoz, Habla Pedro Estrada, se encuentra que don Ramón J. Velásquez estuvo muy bien relacionado con el Grupo Uribante del general Marcos Pérez Jiménez, a través del doctor Miguel Moreno (uno de los fundadores de este Grupo). Cuenta Pedro Estrada: “el doctor Moreno visitaba al doctor Velásquez y le pedía ayuda y juntos escribían los mensajes que al Presidente le tocaba decir” (pag. 175).
La ACTUACIÓN de Ramón J. como presidente fue decepcionante. Hizo el ridículo histórico al firmar un indulto al narcotraficante Larry Tovar Acuña. ¿Para qué decía él que admiraba a los grandes hombres si no fue capaz como Presidente de la República de llevar a cabo uno sólo de los grandes ideales de Bolívar, de Sucre? He allí, por qué el intelecto suele ser tan tramposo.
Con toda su experiencia de hombre público, con todo su supuesto saber, en la vejez más honorable, cuando nos podía dar la prueba de la capacidad de sus altos dones y sacrificios, el legado más sublime, vino y nos engañó.
El señor Velásquez, entendió siempre a medias a Bolívar, o no lo entendió en absoluto. Cómo podía entender aquel que dijo: “A ser terrible me autoriza el peligro de la patria y las necesidades del estado... me es imposible sacrificarme hasta el punto de meterme a Nerón por el bien de los otros que no quieren ser sino simples ciudadanos”.
Y el señor Velásquez pudo haber dado un giro total a esta situación, pero no quiso para no molestar a sus amigos los banqueros.
Velásquez, Ramón J.: A este personaje Argenis Rodríguez lo definió así en 1995: “siempre ha sido un sirviente de alguien - Al principio lo fue de Miguel Ángel Capriles, después de Betancourt y después de los Otero - En la actualidad lo es de Rafael Caldera”.
Hay que añadir también que sobre todo fue sirviente del delincuente Carlos Andrés Pérez, a quien le serruchó la Silla junto con Ramón Escobar Salom. Aclara Rosa Ordóñez que ni en público ni en privado Ramón J. Velásquez atacó a CAP y que siempre lo trató con profundo respeto y en lo posible siempre tomó medidas que no pudieran perjudicarlo[1]. Y Ramón J. Velásquez se vuelve gemebundo ante los ataques de CAP, y cuenta que él le había dicho al Gocho: “que a mí no me convenía que me designaran Presidente. Yo dije que encargaran a Julio Sosa, un hombre de poder económico, también hablé de Carlos Delgado Chapellín, la verdad es que a lo largo de nuestras vidas Carlos Andrés y yo hemos tenido más diferencias que acuerdos[2]”.
Cuenta Rosana Ordóñez que don Ramón en Miraflores a veces daba lástima, y solía decir a diestra y siniestra que de él no esperaran milagros porque no era un mago. Que lo llegó a ver íngrimo y solo y que le hubiera gustado estar más cerca de él para estar pendiente de sus comidas y contarle las intrigas y chistes de Palacio. Que algunas veces lo vio angustiado “intentando comerse algún helado”. Agregó: “A veces estrenaba corbatas y descubrió el encanto de las camisas azules cuando Julio Ibarra, director del televisión le sugirió que las usara en un discurso que sería trasmitido en la televisión, para que la luz no se reflejara incómodamente en su rostro”[3]. En realidad los que gobernaron durante el mandato de Ramón J. Velásquez fueron Ramón Espinosa y el súper golpista Allan Brewer Carias (su ministro para la Descentralización), quien hasta lo regañaba y le decía: Es el momento de conclusiones, y el anciano sonreía con su sonrisita apagada y deprimente de “yo no fui”.
Velásquez, Ramón J.: El 11 de febrero de 1994, cuando Caldera iniciaba su segundo mandato, se sentía en la población un total sentimiento de estafa. Recibía Caldera el gobierno sietemesino de Ramón J. Velásquez. El gobierno de Ramón J. Velásquez había resultado un desastre peor que el de CAP. Además de la caída del Banco Latino corrían rumores sobre la quiebra de los bancos Unión, Venezuela y Progreso. Se sacaron toneladas de plata durante ese fin de semana, cuando el decrépito Caldera, cambembo y vacilante entraba a palacio. “Afortunadamente” la sangría se detuvo un poco con el feriado de carnaval, pero se respiraba un ambiente de temor y horrible desconfianza, en el mundo financiero. A la precaria salud política del país, se añadía el de la momia de Caldera; llevaba y traía una barriguita repugnante; una mirada vidriosa y fija, y un tartamudeo vergonzoso que no le permitía expresarse bien. Se vaticinaba que no llegaría a concluir su período, y yo he dicho que no puede morirse porque ya estaba muerto. Para qué. Como Venezuela es un país de cábalas, ya se estaba apostando hasta por la lotería el hombre aguantaría un año. Pronto veríamos a los brujos, las deidades sublimes de la Nación, intervenir solemnemente en el asunto.
Velásquez, Ramón J.: -El asunto del indulto al narcotraficante Larry Tovar Acuña se debe a que la amante de Ramón J. Velásquez (la señora Ana Lucina García Maldonado) vivía en el mismo edificio donde la madre del narcotraficante Larry Tovar Acuña. El demonio de los millones de dólares las hizo amigas, y mediante el ascenso de don Ramón a la presidencia, renace la esperanza de conseguir el ansiado indulto; es necesario advertir que la amante del presidente era también nada menos que diputada por el Estado Táchira (independiente por Acción Democrática) al Congreso de la República, y había llegado a este cargo, por la mano generosa del conocido historiador.
La señora Tarazona, secretaria privada del Presidente, se entera del ardiente deseo que tiene la insigne diputada tachirense de que se proceda a una inmediata evaluación de un indulto que había quedado pendiente desde hacía tiempo. Para complacerla, comienza la noble tarea de averiguar en qué ha quedado el asunto; ciertos venezolanos son horribles jaladores, incansables y generosos cuando se trata de complacer a alguien que tenga poder. Y un día, como cosa de poca monta, aparece en la Gaceta Oficial que el monstruo de Larry Tovar Acuña había sido indultado por el Presidente de la República.
Esta decisión insigne del gobierno interino de don Ramón, habría pasado inadvertida de no ser, porque el esposo de una periodista que cumplía condena por un caso también de narcotráfico, pero de menor importancia, le había solicitado a su mujer que hiciera las diligencias en Miraflores: la de rogar un indulto para su marido; pues si Larry Tovar, con un prontuario policial tan voluminoso y peligroso, había conseguido la libertad por vía de la benevolencia de un renombrado escritor como don Ramón J. Velásquez, por un caso de mucha menor monta, ella aspiraba a que a su marido se le diera por lo menos un bono con pasaje directo a Miami, listo. La noble periodista sale en su empeño a hacer cuanto puede, pero se encuentra con una realidad escabrosa y oscura. Fatigada, asqueada de rogar, decide revelar los intríngulis del especioso caso, y la bomba estalla a través del diario El Mundo.
Se cuenta que don Ramón visitaba con regularidad a su amante. Lo sorprendente de esto es que habiéndose vivido los espantosos barraganatos de Lusinchi y CAP, viene Velásquez y supera a los otros dos con creces. ¡Hasta dónde llega la vanidad de los hombres!