Quiero comentar dos episodios políticos de las últimas semanas. Uno tiene que ver con el debate de los precandidatos de oposición en la Universidad Católica Andrés Bello; otro con un artículo del sacerdote y exrector de esa casa de estudios, Luis Ugalde.
Máscara I (El debate): Ha habido fuertes críticas al evento. Tanto por el formato, entubado y lineal, que impidió la discusión, como por la vaciedad de las intervenciones, plagadas de lugares comunes. Quienes pensaron -gente de oposición y del chavismo- que se abriría la oportunidad para dilucidar aspectos programáticos y definir el perfil de los aspirantes, resultaron defraudados. Pocas veces se ha visto una coincidencia tan marcada de sectores con políticas diferentes en torno a determinado hecho. El acto de la Ucab lo logró: concilió a los rivales en un juicio crítico. Sin embargo, hubo algo que le dio valor agregado al episodio. Me refiero a la intervención de uno de los participantes que, prácticamente, rompió el clima que pretendieron crear los organizadores para divulgar un mensaje no violento, de entendimiento, a objeto de llegar a lo que los estrategas de la oposición llaman "chavismo light o chavistas descontentos". La intención de construir puentes estuvo implícita en el discurso de los participantes hasta que, para motivar a la audiencia cautiva, el orador de marras se salió del formato convenido y planteó el enjuiciamiento del presidente Chávez ante la Corte Penal Internacional. Sin necesidad de darle muchas vueltas al asunto, el planteamiento acabó con el efecto buscado, echó por tierra la máscara amable de la conciliación; de la supuesta transición pacífica, para reivindicar el lenguaje del odio, despertar fantasmas del pasado y retornar a la traumática experiencia de abril de 2002. Es decir, Plaza Altamira y otras imágenes icónicas. Sin embargo, el autor del desaguisado logró lo que quería: aparecer como el precandidato de las posiciones ultras, lo que de inmediato se reflejó en las encuestas: de un punto que tenía saltó a 20, ocupando el segundo lugar en el medallero. Por eso estimo que el debate sirvió para que el chavismo y el país no se llamen a engaño sobre la real intención del adversario -sin generalizar desde luego-. Y haya claridad acerca de lo que ocultan ciertas máscaras.
Máscara II (Ugalde): En la misma línea del debate de la Ucab que permitió desenmascarar el auténtico propósito que mueve a ciertos sectores de oposición, está un artículo de Luis Ugalde (El Nacional: 17/11/11) titulado: "Atropello educativo y texto único". Su contenido y forma coinciden, por su agresividad, con la posición del precandidato de la MUD que demandó a Chávez ante la Corte Penal Internacional por delitos de lesa humanidad. Ambas actitudes compiten en el terreno de la desmesura y presagian la orientación que guiará a esos sectores durante la campaña electoral.
Ugalde, sacerdote y educador -a diferencia del otro, un auténtico atorrante-, la emprende contra la ministra de Educación. La llama descarada y le atribuye palabras que ni siquiera ha pronunciado. El exrector de la Ucab, convertido ahora en ardiente defensor de la Constitución Bolivariana -la misma contra la que estuvo cuando fue votada y, luego, cuando alentó el golpe del 11A-, se erige en su intérprete y descalifica con sofismas a quien es parte de los que siempre la defendieron y desarrollaron. Todo porque el Ministerio de Educación "elabora los textos de la Colección Bicentenario y regala millones a las escuelas". ¿Se molesta Ugalde por el contenido de los textos, cuando admite desconocerlo y dice que sus aciertos y fallas deben indicarlos los expertos? ¿O acaso porque la gratuidad afecta las obscenas ganancias que logran empresas del ramo a costa de los sectores populares, o porque los libros recogen un modelo de sociedad que con apoyo en el pueblo venezolano? La virulencia del exrector llega al extremo de imputarle delitos al Ministerio de Educación y a requerir a la Defensoría de los Derechos Humanos pero, al mismo tiempo, tilda de iluso a quien lo haga, pues -son sus palabras-, "esta política anticonstitucional y contraria a los derechos humanos viene de la cúspide del poder". ¿Qué sugiere? ¿Desconocer otra vez el orden constitucional? ¿Llevar a la Corte Penal Internacional a la ministra Hanson? ¿Acaso para Ugalde no hay estado de derecho en Venezuela? De paso caricaturiza a las instituciones en este párrafo sin desperdicio, que copio textualmente: "Si pueden y el país se deja, impondrán en las universidades el maravilloso modelo de la Universidad Bolivariana, de la Universidad de las Fuerzas Armadas y de la Misión Sucre".
En el fondo, la tácita relación entre el mensaje del precandidato de la MUD que acusa a Chávez ante la CPI y el de Ugalde, con un lenguaje inquisidor contra la ministra, develan lo que conciben sectores de oposición como "transición pacífica". Lo que le esperaría al chavismo -y al pueblo en general- en esa mítica "transición pacífica" que ofrece la oposición, es eneas.
Ugalde, que se cuidaba después del fiasco del 11A de adoptar posiciones extremas, ahora apela con rabia inocultable al anacrónico argumento anticomunista. Lo que recuerda a los curas y obispos que elevaron a Franco, con ese mismo discurso, a la condición de "Caudillo de España por la Gracia de Dios" y contribuyeron a instalar en España una feroz dictadura. Por suerte, tales actitudes acaban con las ilusiones que proyectan ciertas máscaras.
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LABERINTO
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