El Gato jugó un poco con sus invitados, que estuvieron mansitos por desubicados y, para más, no habrían tenido tiempo de armar el escape, de haber sabido donde estaban.
No fueron engullidos porque ahora no conviene hacerlo; es necesario marearlos primero, hacerles algo así como un paseo en bote celoso al que no está habituado a ese trajín, luego darles un poquito de queso rayao condimentado con “tres pasitos”-(“campeón”)-pero, no de un solo tiro sino de a poquito a poquito con la mínima dosis de ese ingrediente para que crean estar en una “montaña rusa”.
El Gato conversa con ellos y les advierte que para subir al Cielo se necesitan dos escaleras y tal y que se yo. Pero, los invitados se solazan creyendo el jueguito; mientras tanto, el Gato se relame los bigotes con ganas pero, él sabe muy bien que todavía no es la hora del desayuno.
El Gato sabe que comer a deshoras puede causar una indigestión y esta siempre es inconveniente, en consecuencia, hay que tener moderación; la gula es no sólo un acto de mala educación sino, contraproducente, además.
Sabe el Gato que se debe ir despacio cuando la prisa acucia; a pie firme se va mejor en tales circunstancias.
Sabe el Gato que, a veces, el mal es parte del bien y que el antídoto de la manifiestamente evidente impulsividad de sus invitados, no es ni más ni menos que oponerles paciencia y más paciencia, trabajo y más trabajo, para tenerlos a raya en sus petulancias.
Sabe el Gato -o ha de saber muy bien- que no hay tiempo para perder el tiempo pero que la naturaleza del tiempo depende de las circunstancias atinentes.
Mientras el Gato tenga la cabeza sobre sus hombros y, a sabiendas de que los fulanitos invitados la tienen en otra parte, aún así, no se descuide, entonces habrá opimo desayuno pero a su debido tiempo.
Y, obviamente, a sabiendas de la naturaleza de la merienda, el astuto Gato que además de tal es de “buen corazón”, ha de ofrendar el inferible manjar, al tiburón que merodea con su bocota abierta. Esto es liquidar dos enojosos asuntos con un solo peñonazo.
El Gato ha de ayunar entonces.
El almuerzo y la cena son otra cosa y en otro tiempo; algunas cosas tienen que hacerse temprano pero otras, en contrario, hay que hacerlas apropiadamente después. Lo fundamental es tener precisas nociones de los que(s), de los cómo(s) y de los cuando(s).
En cuanto a los invitados, les pega
una que dice + ó –
así: …aquí ha venido / muy contento a bailar /…metido en la casa
está / sin sospechar esta fiesta de hoy / silencio no hay que gritar
(se supone que no lleven al “Perez” [el que se cayó en la olla]
ni al GarCÍA) / no se vaya a despertar / bailemos sin alborotar /
…como de hambre no se morirááá… / no hay queso ya / ni mucho
menos una ruedita de jamón…