Esa era parte de la cosecha que CAP recogía del programa de becas Gran Mariscal de Ayacucho que él había implementado durante su primer mandato. Pero casi todos esos jóvenes brillantes, que fueron a sacar sus títulos al exterior, venían con un cerebro horriblemente supeditado a los proyectos de investigación, a la cultura y al desarrollo de Europa y Estados Unidos, y Venezuela les olía muy feo. Muchos comenzaron a sentirse avergonzados de su país, lo trataban con desprecio. Entonces se dedicaron a investigar para ver publicados sus trabajos en revistas “indexadas”, importantes, que diesen mucho caché. Eso era básicamente lo que les interesaba. Se desató en las universidades un narcisismo académico espantoso, y se puede constatar que esa gente estudiosa casi nada aportó al país y quienes realmente aprovecharon su talento fueron los países en los que ellos hicieron sus doctorados. Cachicamo trabajando para lapa. Y por eso hoy esas universidades están como están, pidiendo plata y más plata para seguir produciendo investigación para afuera, y manteniendo el mayor desprecio por lo nuestro.
El ministro de Fomento de CAP y más eminente “chicago boy” del gobierno, Moisés Naím, veía todo aquel patético cuadro de la siguiente manera[1]:
La gente no entendía ni aceptaba que no había alternativa. Tú podías dar discursos, podías darte golpes de pecho, podías desgarrarte por la situación de los pobres, pero al final la realidad era que no había dinero. Punto. Además, no se tenía un aparato para seguir controlando los precios, no había cómo seguir dando dólares de Recadi a una tasa artificial, ya no se podía proteger más a las industrias ineficientes del país o subsidiar a empresas del Estado que cada año perdían cantidades obscenas de dinero, ni mantener un sector público gigante e inoperante que empobrecía a todos. Había que desmontar el aparato de controles que estaba asfixiando la economía y empobreciendo y corrompiendo a los venezolanos… Y todas estas cosas estaban conectadas. Primero, se necesitaba dinero y si los organismos multinacionales como el Fondo Monetario Internacional o el Banco Mundial no te prestaban, nadie lo hacía. Y los multilaterales decían que no iban a dar ni un céntimo si no eliminaba el cambio múltiple –es decir, Recadi– que era una fuente de distorsión económica y de enorme corrupción. Eliminar el cambio obligaba a liberar los precios, y esto forzaba a que se abriera el comercio internacional y a reducir la barrera de las importaciones. Porque si se dejaba que la tasa de cambio fluctuara libremente era imposible mantener los precios controlados y administrados por el Ministerio de Fomento…
Acuérdate de que esta era una sociedad que no lograba, por ejemplo, ponerse de acuerdo para hacer cosas tan obvias como privatizar el hipódromo. En Venezuela, el hipódromo era el único lugar de carreras de caballos del mundo que perdía dinero, y era el dinero del Estado. El Estado perdía todo el dinero, pero los dueños de caballos ganaban mucho y eran gente muy rica. Y era imposible privatizarlo…
Pérez decidió privatizar la CANTV… Logró precios extraordinariamente positivos; utilizar ese dinero para fines mejores; logró que el servicio mejorara; logró que se generara mucho más empleo… lo importante es que lo hizo. Al final, la prueba, el dato concreto e indiscutible, es que se privatizó la compañía telefónica de una manera transparente…
Gente como Ibsen Martínez, que fue el guionista de una novela que se llamó “Por estas calles”, que hizo un profundo daño distorsionando ante la opinión pública lo que se estaba tratando de hacer, hoy en día, yo sé –Ibsen es un amigo por quien tengo mucho afecto–, y él lo ha dicho públicamente, que está arrepentido del rol que jugó… La caída de Pérez fue producto del fracaso de la miope generación que lideró a Venezuela en todos sus ámbitos en los años ochenta y noventa.
[1] Mirtha Rivero “La rebelión de los náufragos” (editorial Alfa, colección Hogueras, 2010, Venezuela, págs. 125-129).
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