Lo que subyace en el inconsciente de la clase media que votó por Chávez y resultó defraudada: la mentalidad acomodaticia y rentista

Existe la sensación, muy clara, madurada y extendida, en vastos sectores de la clase media profesional que votaron por Chávez, la cual puede resumirse en dos palabras: decepción y frustración. Hurgar en las razones ab initio de ésta percepción tan compleja, no es el objeto de éste artículo. Sin embargo, existe, a mi juicio, un elemento esclarecedor que podría dilucidar parte de ésta sensación legítima, pero objetivamente errada.

Unas cuantas personas, de las mas ilustradas y preparadas, provenientes mayormente de esos sectores medios, consideraron que Chávez vendría a poner orden en nuestra derruida sociedad: encarcelaría a los corruptos que habían vaciado el erario público, obligaría a los parásitos empleados públicos ¡por fin! a trabajar, impondría, como en las sociedades más avanzadas, al menos 230 días de clases al año en todas las escuelas de la república, quebraría el espinazo de la mafia sindical, haría cumplir las leyes en todas sus vertientes, se rodearía de la gente más capacitada y honesta, crearía las condiciones para la inversión extranjera y el desarrollo de la industria del país, a través de una agresiva campaña de lobbing internacional ante los gobiernos de EEUU y Europa, así como los organismos multilaterales como el FMI, BM, BID, … y así un largo etcétera.

A los fines de alcanzar los objetivos enumerados anteriormente, que formaron parte de la cosmogonía política de apoyo a Chávez; éste, paradójicamente, tendría que haber instaurado un régimen despótico, donde los cambios tuvieran que haber venido desde arriba, no de nuestras acciones, omisiones, limitaciones y pensamientos como pueblo, sino desde los más preclaros pensadores y factores de nuestra sociedad, y nosotros, como buenos ciudadanos, seguiríamos a esos líderes severos, inteligentes y piadosos (encabezados, por supuesto, por el Presidente), que conocerían la realidad mejor que nadie, dada su formación, experiencia y compromiso con los más altos valores de la sociedad; trazando y guiando, de ésta forma, el camino y protegiendo a la comunidad en todo momento.

Eso, sospechosamente, se parece más a un gobierno tutorial (dictatorial) que a un régimen democrático, que todos pregonan pero que pocos practican. Carmona y sus acólitos, a través del célebre decreto del 12 de abril, asumieron el poder de pensar y actuar por todo el país, convencidos que el chavismo y la ideología bolivariana era una fiera enferma que había que ultimar. La conspiración montada para dar el golpe de estado, que aún hoy persiste, se fraguó bajo una serie de premisas sutilmente subyacentes, y que echaron raíces en el cerebro de muchos, quizá de forma inconsciente, más allá de lo puramente anecdótico ("regalo" de nuestro petróleo a Cuba, coqueteos con la guerrilla colombiana, protección a Montesinos, los círculos bolivarianos del terror, etc.), y que bien podría resumirse, sin ser necesariamente excluyente de otras posibilidades, en pocas palabras: necesitamos los venezolanos de un gobierno fuerte, no importa si autoritario, cuyos integrantes corran todos los riesgos, manteniéndonos a salvo nosotros, recibiendo sus beneficios cuando acierten, y renegando de sus fracasos cuando no; renunciando por consiguiente, por ser valores contrarios, a la solidaridad, la auto-organización, la corresponsabilidad en el manejo de la sociedad y de sus procesos, el protagonismo y a la soberanía, en aras de un supuesto, posible o probable bienestar material, que dimanaran benefactoramente de esos iluminados personeros del gobierno que cuidarían de nuestro bienestar, a costa, inclusive, de hipotecar las libertades ciudadanas más elementales.

Esa dictadura de los "genios" iluminados y capaces, ese esperar que los "expertos" nos resuelvan los problemas, ese escepticismo acerca de nuestras posibilidades como pueblo, que esteriliza el pensamiento, y que es sinónimo de intelectualidad, está tan extendida entre esos estratos ilustrados (de los cuales creo formar parte), que bien valdría la pena preguntarse si verdaderamente estamos en capacidad de liderar, o al menos coparticipar, en las transformaciones que requerimos con angustiosa necesidad. Particularmente pienso, y me pongo por delante, que décadas de apoltronamiento acomodaticio, de rentismo en su más amplia acepción, y no solamente el petrolero, han helado nuestro espíritu para emprender nuevos caminos. Preferimos comprar lo hecho, lo que otros han probado, que nos digan lo que está bien y lo que no, que intentar innovar, pensar, actuar de forma - aunque sea- medianamente independiente. Tal vez, porque tememos el ridículo de equivocarnos, al no ser eficiente y eficaz tanta perdedera de tiempo al experimentar (por aquel bozal que nos impusieron los guías sublimes de éste mundo calamitoso, que se aterrorizan de los "experimentos sociales", y nos venden los refritos de un único modelo manipulado y envejecido), y porque los sueños no están ahora de moda; como sí lo estuvieron, por ejemplo, en los años sesenta. Por eso no es de extrañar que guerrilleros, y guerrilleras, de ese tiempo, que tienen inclusive ahora casa en Orlando, se hayan aliado con la derecha más reaccionaria. Si el gobierno de Hugo Chávez cae, esos serán los torturadores y los perseguidores más despiadados.

Ese, evidentemente, no es el pensamiento de Chávez ni de los bolivarianos. Se optó por una vía que no está escrita en ningún manual político (y he allí, las marchas y contramarchas de su gobierno, y los recelos de la izquierda concupiscente con el status quo) porque corresponde a una mezcla, y no por ello desafortunada, de las experiencias de la izquierda, de los movimientos indigenistas, de los métodos alternativos de producción (vilipendiados hasta el cansancio por los pontífices de la verdad, acusando al gobierno de estar fomentando una sociedad de buhoneros y conuqueros), de los límites que tiene nuestro planeta para soportar el concepto de desarrollo impuesto por las potencias económicas, donde se debe hacer especial énfasis en la promoción de los valores humanos por encima de los del mercado, además de nuevos retos y deformaciones de nuestra sociedad como son el monopolio de la "verdad" por los consorcios de la información, la mercantilización y corporización multinacional del antiguo y noble arte de sembrar, etc.

Intentar hacer las transformaciones, como se intenta en éste momento, con las ideas vencidas, con el pensamiento mohoso, con toda la carga de pasividad, corrupción enraizada, con los mismos maestros, los mismos profesores y empleados públicos, con los mismos empresarios vividores, con los mismos sindicatos y gremios podridos de tanta ternera con yuca regaladas por los patrones, en fin, con todos nosotros dentro, sin exclusiones, es una tarea única en la historia reciente de Latinoamérica. Sería, indudablemente, más fácil llevarlo a cabo a lo Carmona (claro, para sus intereses puestos en el Norte): eliminando a sus opositores, obligando con el hierro a cumplir lo dispuesto, donde todo disentimiento sería anulado, inclusive con la muerte. Vean el caso de Fidel y sus barbudos, o de Mao, o de Ho Chi Minh los cuales siguieron lo que estaba escrito desde el principio de los tiempos en el librito de los revolucionarios: hay que fusilar a los enemigos, reeducar, expropiar, nacionalizar y demoler sin contemplaciones las estructuras arcaicas, para sustituirlas por las premisas ahora nacientes. En fin: hacer una revolución no violenta, es algo todavía por probarse en el mundo.

Finalmente, esa carencia de imaginación, de interiorización de los conflictos y contradicciones de la sociedad, esa falta asombrosa de la necesidad de trascender a lo mascado y manipulado por otros, que raya inclusive en lo criminal, es, a lo menos, intelectualmente vergonzosa. Hay mucho que perder y demasiado que ganar, como para despertar los deseos de nuestros abúlicos compañeros de universidad o de urbanización, que preferimos criticar (o alabar) al proceso actual, arrellanados en nuestras mediocres e insulsas cátedras u oficinas, sin arriesgar nada; ni siquiera un tímido intento juvenil - que provocan el oculto desprecio y la sonrisita irónica de los serios y doctos personajes de nuestra cultura, que miran por encima de sus anteojos quemados de tanto leer y pensar - de esos que dan sentido a la vida: !carajo, este mundo no funciona!.

Juan Carlos Villegas Febres
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