“Lamentablemente nosotros no vamos a poder determinar
el número de fallecidos,
el número de muertos durante esos sucesos”
Luisa Ortega Díaz
Meses antes del Caracazo (1989) ocurrieron hechos importantes que de una u otra forma catalizaron la indignación y la impotencia que palpitaba en el ánimo del pueblo venezolano. Uno de ellos se produjo en octubre de 1988, cuando tanques militares se desplazaron a La Viñeta y el Ministerio del Interior, en Caracas. La acción resultó un misterio del cual aún se habla muy poco, y cuyo responsable fue el mayor José Domingo Soler Zambrano, quien circunspecto se limitó a declarar que cumplía “órdenes superiores”.
El otro caso fue la llamada masacre de El Amparo acaecida en el Alto Apure, lugar donde supuestamente habían sido abatidos dieciséis guerrilleros colombianos, que luego resultaron ser pescadores venezolanos, masacrados en una emboscada por el ejército nacional. El que fueran guerrilleros nunca se pudo comprobar, pero el hecho generó una gran polémica y suspicacia, entre otras razones porque el jefe de operación fue nada más y nada menos que el non santo, Henry López Sisco, acompañado de un militar aún muy cercano al proceso revolucionario.
De la noche de las tanquetas muy poco o casi nada se publicó en los medios de comunicación de la época; mientras que de El Amparo destacan los reportajes del periodista Gustavo Azocar, actualmente furibundo militante de la oposición. También Walter Márquez, para entonces diputado por el estado Táchira y quien durante el gobierno de Chjávez ha cumplido funciones diplomáticas publicó el libro: Los Comando del Crimen, la masacre de El Amparo..
Estos y otros acontecimientos, que fueron preámbulo al estallido social del 27 y 28 de Febrero de 1989, tienen en común que fueron solapados y manipulados por la prensa. Los mismos propietarios de medios de comunicación que hoy se rasgan las vestiduras en defensa de los derechos humanos, en aquella ocasión asumieron una política editorial a favor del gobierno de turno, con la firme intención de ocultar la verdad de los hechos.
En el primero de los casos, es decir la noche de las tanquetas, los medios de comunicación en contubernio con altos funcionarios optaron por el silencio y la autocensura, entre otras cosas, por la crispación que generaban los intensos rumores de un posible golpe de estado militar en contra de Jaime Lusinchi.
En cuanto a la masacre de El Amparo los medios no investigaron a fondo sino que más bien intentaron mostrar y recrear el suceso desde varias ópticas y perspectivas sin increpar a los verdaderos responsables de los asesinatos que eran los cuerpos de seguridad del estado.
Acierta la fiscal general de la República, Luisa Ortega Díaz; como señala que durante el Caracazo hubo complicidad entre los medios de comunicación y el gobierno de Carlos Andrés Pérez para ocultar la masacre deliberada que llevaron a cabo las fuerzas de seguridad del Estado contra el pueblo que salió a las calles..
“Se perdieron muchas pruebas, se perdieron el resto de las víctimas, se quiso esconder, se quiso tapar ese hecho y mostrar como si no había ocurrido nada en el país” declara hace poco la única fiscal que ha próvido la investigación de manera responsable.
No era para menos. Según el profesor Jesús Sanoja Hernández, Los años 80 se caracterizaron por los estremecimientos económicos y sociales en medio de una aparente consolidación del bipartidismo, cuyos signos de pérdida de control político, social y hasta militar, aparecieron al final con “la noche de las tanquetas” y el Caracazo.
Lo que habrá que estudiar a mayor profundidad es cómo los medios de comunicación, esos mismos que hoy pretenden levantarse como adalid de la lucha por los derechos humanos y la libertad de expresión, fueron cómplices para que se consumara la matanza sistemática y dirigida más grade que se haya consumado en la historia de América Latina como fue el Caracazo de 1989.
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