1958-Julio - Paso a primer año de bachillerato que lo realizaré en el liceo Roscio. Qué hermoso tiempo aquél tan lleno de esperanzas y glorias sublimes. En el que me cría poeta y un pequeño dios en medio de mis soledades y sueños. El mundo para mí era mi pueblo, mis compinches, mi familia, mis cuentos, mis fantasías. Mis delirios. Deambular por aquellas amplias calles solitarias, con río San Juan cerca, rodeado de montañas y de la luz perenne en el que presiento un gran destino. Estaba llamado para ser poeta, para andar con mi alforja bajo el brazo por los largos caminos de aventuras amorosas. Mil caminos, mil ilusiones, el horizonte infinito de la libertad. Pero no sabía qué era eso de libertad.
Hay un tumulto inmenso de gentes que corren hacia las afueras de la ciudad. Me uno a la muchedumbre que marcha hacia las afueras del pueblo. Caminamos cuatro kilómetros. Llegamos a pocos kilómetros de La Puerta. Veo que mi hermano Adolfo va entre los primeros. Hay un lujoso carro negro, un cadilac, impedido de avanzar por el gentío que lo rodea. De pronto veo venir hacia a mi hermano Adolfo, quien agitado me dice: "-Es un santo...". Sus palabras sus gestos, su emoción, me confunden. "-Es un santo...".
¿Qué es lo que es un santo?
Se trataba de Rómulo Gallegos quien hacía una visita a los llanos.
Todos mis hermanos eran fanáticos lectores de la obra de Gallegos. Mi hermano Alirio, el aviador, se conocía casi de memoria "Doña Bárbara"; Argenis escribió todo un estudio sobre esta obra genial. Adolfo se dedicó a investigar sobre los llanos y su autor preferido era Gallegos. Yo apenas logro mirar por la ventanilla del carro al notable novelista que alza la mano para saludar a su pueblo. "¡Vivan los llanos!", grita alguien. "¡Que viva Santos Luzardo!", dice otro. Y entonces me vi arrastrado por la vertiginosa carrera de la doma haciendo girar los espejismos de la llanura…
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