Su voz, su visión del mundo, su interpretación de la historia, sus alertas, sus comentarios sobre esas serpientes que se mueven melosas por entre los espacios del pueblo y hay todavía quienes las confunden con ángeles.
Usted que es una efusiva explosión de imaginación a la hora de hablar de Bolívar, de Sucre, de Miranda, de los llanos, de sus antepasados, del voraz capitalismo, de la patria que es una llama creativa que le salta en el alma.
Con sólo verlo a usted uno vuelve, como los guerreros, a calzarse las botas para las más duras batallas, y va uno decidido a dar la vida por los ideales bolivarianos.
Es como escuchar al Libertador, allá arriba en la colina de Carabobo, ordenando a sus soldados para entrar al combate.
Es empuñar la espada, para salir a los campos de Montiel.
Es imbuirse en la gloriosa historia patria que habrá de leerse dentro cien o doscientos años.
Con usted vamos seguros, Comandante, porque jamás se rajará, jamás conciliará con el enemigo, jamás capitulará dejándonos en la estacada.
Es que con usted nos hemos reencontrado con lo más esencial y profundo de nuestra cultura y nuestros valores.
Hemos visto la tierra prometida.
Le seguimos con la certeza de que haremos a la patria vigorosa, soberana, respetable ante el mundo, independiente, humana, serena, gloriosa y firme ante todas las borrascas.
Vuelva pronto querida y grande alma. Hace falta su voz, su cortante rayo en medio de las oscuridades.
Le habla el pueblo poeta a través de todos los poetas.
Se lo piden los copleros, los espíritus de la sabana, Florentino, esa tierra irredenta, en la que dice Gallegos, la gente buena ama, sufre y espera.
Te lo piden los pescadores, los estudiantes, las ama de casa, los soldados, ¡cuántos horizontes, cuántas esperanzas!
Vuelva, que se le espera, se le ansia.
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